Perlas de pepe

Perlas de pepe

Pero el paseo y la glorieta ahí están, las legaron los alemanes, el sol sigue despidiéndose con la misma algarabía de siempre y la cerveza Pacífico se mantiene dispuesta a ser alzada para un brindis, como aquel que en la lejana tarde de 14 de marzo de 1900 realizaron Jorge Claussen, Herman Evers, Emilio Philippi, César Boelken y Jacobo Shuehle, encerrados en una pequeña oficina de dos metros por tres, con sus paredes sin enjarrar, por las premuras de abrir esa empresa en la que habían arriesgado una fortuna de trescientos mil pesos. Estaban por llegar los invitados, varios de Culiacán, entre ellos el gobernador Cañedo, muchos de ellos entrañables amigos del presidente don Porfirio Díaz Mori, que andaba en su quinta reelección.
Los imaginamos con los nervios de punta, la atención a los detalles finales, un ejército de mazatlecos adivinándoles el pensamiento para que todo salga germánicamente bien. No era para menos, inauguraban una aventura trascendental, vestidos en trajes de lino blanco, con los bigotes recortados y convencidos de que esos barriles que donaban para rociar el banquete serían suficientes.
Listos para la ocasión, levantaron sus vasos, copeteados de espuma, y los chocaron deseándose suerte. Claussen, Philippi, Boelken, Evers y Shuehle bebieron sus cervezas, se pasaron el dorso de la mano por la boca, atenuando la humedad de sus bigotes, sonrieron y, después de acomodarse el nudo de sus corbatas, los dos últimos salieron a ofrecer atención a los invitados, que empezaban a llegar. A una señal de ellos, la banda del 17° Batallón empezó a tocar. La fiesta estaba lista, los invitados habían sido puntuales. La gente se arremolinaba en un espacioso terreno situado en el costado oriente de la imponente fábrica. Evers y Shuehle se desvivían por atenderlos. Muchos, por falta de invitación, no lograrían entrar, sin embargo ellos también tendrían atenciones. La consigna era que nadie, adentro o afuera, quedara descontento. Era el debut en sociedad de la cerveza Pacífico.
 
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “Alemanes y mazatlecos, el brindis perpetuo”.
 
 

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