El mundo entero es un pequeño cuarto en el que cabe todo para Joy (Brie Larson) y Jack (Jacob Tremblay), su pequeño hijo que no conoce nada más allá de ese espacio en el que nació y vive desde hace cinco años, en el que identifica cada uno de los objetos ahí dentro y les da una importancia como si fueran sus amigos.
En ocasiones los visita el viejo Nick (Sean Bridgers), quien además de quedarse a dormir un rato con la mamá, lleva las provisiones, pero el niño sólo lo ve a través de las rendijas del armario en el que se esconde mientras eso sucede, porque Joy les prohíbe a los dos tener contacto el uno con el otro.
Para Jack, el único referente del exterior es un pequeño tragaluz y un televisor en el que ve Dora la Exploradora, suficientes para atiborrar a su mamá de preguntas, aunque las respuestas que recibe no siempre le satisfagan.
Llega el momento en el que la desesperada mamá considera que no arriesgará más a su hijo en ese espacio, y prepara un plan en el que debe cuidar todos los detalles si no quiere alejarse de él para siempre.
Lo anterior es lo único que le diré de La habitación (Room/Canadá/2015), del director Lenny Abrahamson, que corresponde a la primera parte, o a una en la que sucede lo más interesante y fundamental de la cinta que estuvo nominada al Oscar como mejor película.
Lo extraordinario del filme es que el personaje de Larson, con el trauma que ha vivido a lo largo de cinco años y el constante temor que experimenta, le crea a su hijo un mundo que cabe en un cuarto, donde nada es bueno ni malo, simplemente es: la manera de explicarle acerca de él, bien pueden funcionar en un salón de clases para enseñar cualquier materia.
Otro aspecto sorprendente de la película, basada en la novela homónima Emma Donoghue —quien también es la guionista— es esa voz en off de Jack a través de la cual expresa lo que piensa del lugar en el que vive, de cada cosa que hay ahí y cómo lo contrasta con la idea que tiene de afuera, que se percibe mejor por el trabajo de fotografía a cargo de Danny Cohen.
Para algunos La habitación es una de las mejores películas en mucho tiempo, pero no es así, al menos, no las dos partes: lo que sucede dentro de esas cuatro paredes sí es muy atractivo, pero una vez que se desarrolla la segunda idea, el encanto se pierde y la historia jamás recupera el rumbo misterioso y metafórico que llevaba.
Sean Bridgers es un niño encantador que con esos cuestionamientos y reflexiones harán pensar al espectador en quién tiene límites realmente, si él en ese pequeño cuarto con una imaginación extraordinaria, o quienes están afuera en un enorme espacio físico, pero con miles de ataduras mentales.
La interpretación de Brie Larson no es mala y tal vez sí merezca nominaciones, pero no es digna de un Oscar: si bien convence a su hijo de lo maravilloso de lugar donde viven a pesar de la tragedia, más allá de la pantalla se percibe plana, sin fuerza y poco creíble.
La cinta tiene sus incoherencias, sería injusto darle más datos, pero cómo se justifica que un niño que sólo ha vivido entre cuatro paredes y ha visto a dos personas, tiene toda esa conciencia de un contexto distinto y funciona en él. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
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