Es un agasajo con música de banda, whisky, baile y hasta carrujos de mota.

Ambiente carnavalero en mayo, durante la fiesta de Jesús Malverde. Es el 109 aniversario del bandido generoso que en plena Revolución, cuentan, robaba a los ricos para darles a los pobres. Y que se ha convertido hoy en un sacrílego santo milagroso, venerado por muchos cada 3 de mayo.

Como cada año, un grupo compacto de aproximadamente 100 mujeres y hombres, niños y ancianos, caminan bajo el sol en pleno sofoco de la una de la tarde. Aunque el calor parece no importar, porque el recorrido va amenizado con mujeres que cantan y bailan al ritmo de la banda regional que no deja de tocar, de hombres que orgullosos portan escapularios con la imagen de Jesús Malverde y sobre sus cabezas, el sombrero de paja o la gorra tricolor de “Sinaloa”.

Los bochornos no se sienten porque la cerveza y el whisky se rolan de mano en mano, mientras la banda toca y toca. Y las mujeres siguen bailando en ese trayecto que parte de la capilla y se enfila por la avenida Insurgentes, a un costado del Palacio de Gobierno. Una escala frente al edificio, bajo un frondoso árbol, mientras el tráfico vehicular empieza a colapsar. Un descanso para rociar las bebidas embriagantes sobre el busto del santo protector, ataviado con media docena de rosarios y cadenas de oro, imagen del bandido idolatrado que descansa sobre el cofre de la camioneta blanca.

En ese sincretismo de la religión católica con las creencias profanas, el ánima de Jesús Malverde aparece junto a San Judas Tadeo y la Virgen de Guadalupe, el trío que se ha plasmado en los dibujos y pinturas que cubren, junto con billetes, fotografías y amuletos, las paredes de la capilla del santo.

Más allá de religiones, el grupo festeja y se alegra por el ánima de Malverde, para que les dé a todos suerte y salud, para sortear las penumbras y para encontrar una luz en el camino.

Artículo publicado el 6 de mayo de 2018 en la edición 797 del semanario Ríodoce.