En el juicio contra el ‘Chapo’ Guzmán, el tráfico de drogas llega a Brooklyn

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NUEVA YORK.- Son 12 personas comunes y corrientes. Las eligieron al azar. Un día de verano les llegó un cuestionario de 36 páginas. Después los llamaron a la corte para entrevistarlos. Les pagan 50 dólares al día por asistir a la corte de 9:30 a 16:30 horas durante un periodo de cuatro meses.

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Son 12 personas comunes y corrientes. Tienen las siguientes instrucciones: usar su razonamiento para sopesar la evidencia presentada y no buscar información del caso fuera de la corte. Cuando entran a la sala 8D de la corte federal de Nueva York, todos los presentes se ponen de pie en una muestra de respeto. Todos los días, el juez les agradece por su servicio.

“Señoras y señores del jurado, buenos días”, dijo el Juez Cogan el jueves 6 de diciembre una vez que el público, los abogados, el acusado y el testigo se hubieron sentado, dando inicio a la cuarta semana del juicio contra Guzmán Loera. “Y gracias por su servicio”.

El hombre alto vestido con traje, sentado en el estrado de los testigos, era Steven DeMayo, quien trabajó como gerente del programa nacional de investigaciones de narcóticos. Antes de DeMayo, la mayoría de los testimonios habían venido de testigos cooperantes: narcotraficantes mexicanos y colombianos que detallaron rutas de tráfico de droga, sobornos millonarios a funcionarios mexicanos, cosechas de amapola, tiroteos en las montañas sinaloenses y homicidios de latinoamericanos.

Antes de DeMayo, los testigos en el juicio contra Guzmán Loera habían pintado un escenario cruento, surreal y complejo, que existía en un mundo lejano y paralelo al trajín cotidiano de los neoyorquinos que conforman el jurado y toman notas diario. Fue DeMayo el primero en aterrizar esas impresionantes narrativas y llevar el entramado de tráfico de droga a la puerta de sus casas.

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Señalando ubicaciones en un mapa de Nueva York, el testigo explicó cómo Tirso Martínez Sánchez, el Futbolista—el hombre que el Rey Zambada había conocido en la Ciudad de México— mandaba cocaína en trenes desde Ecatepec, Estado de México hasta Brooklyn, Long Island y Queens, zonas donde posiblemente residen algunos miembros del jurado. Una vez en Nueva York, la cocaína se almacenaba en bodegas.

Las bodegas, rentadas por José Gutiño Silva, bajo el nombre de Joseph Gutiño, fueron descubiertas entre 2000 y 2003. Los contratos de arrendamiento estaban a nombre de empresas denominadas Azteca Leather, Inc., Sunshine State Ent. y Four Queen Soybean Oil, Inc.

Miguel Ángel Martínez Martínez, el Tololoche, había narrado anteriormente cómo el Cártel de Sinaloa utilizaba una empresa de aceite vegetal para mandar cocaína por tren a los Estados Unidos.

Los agentes del orden estadounidense dieron con el Futbolista después de que Robert Johnson, agente de la DEA, encontrara una bodega con mariguana y cocaína en El Paso, Texas. Ese día de 1999, Johnson explicó en su testimonio, los agentes encontraron paquetes de cocaína escondidos dentro de cajas de zapatos con diseño de tablero de ajedrez de la marca Robert Wayne. Johnson también arrestó a tres personas en esa incautación —Benjamin Harrow, Rodrigo Márquez y José Luis Lozano—, quienes lo encaminaron tras la pista del Futbolista.

También testificaron los agentes Adrián Ibáñez, quien habría grabado llamadas de los gemelos Margarito y Pedro Flores en 2008, Krishma James —la primera mujer en tomar el estrado de los testigos en lo que va del juicio— quien interceptó llamadas telefónicas del cártel, y Todd Bagetis, un agente de la guardia costera que participó en el decomiso de un submarino repleto de paquetes de cocaína en 2008.

Conforme el juicio se acerca a cumplir un mes, la adrenalina de todos los presentes va bajando. El Juez Cogan tuvo que llamar la atención a algunos miembros del jurado, quienes dormitaban durante el testimonio de un testigo. La cantidad de reporteros cubriendo el caso ha disminuido y con ésta, el estrés en las rutinas de seguridad. Incluso Balarezo y Lichtman parecen, a ratos, aburridos.

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Mientras los presentes se van asimilando a la nueva rutina que tiene todavía tres meses por delante, es imposible saber si los miembros del jurado se han acostumbrado a ser escoltados todos los días desde su casa hasta la corte por un equipo de alguaciles federales. Es imposible saber si esas 12 personas han aceptado el peso de la carga que el gobierno les impuso.

Son 12 personas comunes y corrientes. Tienen la responsabilidad de decidir la culpabilidad de un hombre del que muchos hemos oído durante años, al que nunca antes habían visto, uno de los narcotraficantes más célebres del mundo.

Son 12 personas comunes y corrientes. Y deberán decidir si ese hombre inexpresivo que batalla con sus corbatas sentado en la mesa frente a ellos y saluda a su esposa sentada en la segunda fila de la sala todos los días, merece ir a la cárcel por el resto de su vida.

Artículo publicado el 9 de diciembre de 2018 en la edición 828 del semanario Ríodoce.

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