Malayerba Ilustrada: Gasolina

carton malayerba gas1

Le brotaba lo narco en esas gruesas esclavas de oro, esa camioneta Lincoln y ese andar que parecía andar buscando a Dios para que éste le pidiera perdón. Hizo dinero de una y cuando amaneció tenía una familia feliz, una esposa bella, un joven hijo con vehículo a la puerta, una casa grande y una billetera que parecía protestar por los paquetes de verdes.

Lea: Malayerba Ilustrada: Me duele https://bit.ly/2RpYgDI

En el pueblo donde vivía compraba todo y si no había, lo mandaba a traer de otro lado. Fue así como se convirtió en síndico y en el gran cacique: tenían tierras, sembraba maíz y había adquirido trilladoras que también rentaba a los campesinos de la región. Lo tenía todo hasta que llegaron cuatro hombres a la cochera de su casa y sorprendieron a su joven hijo, mientras éste lavaba el carro deportivo que hacía poco le habían regalado. Le vaciaron una treinta y ocho y una nueve milímetros y se fueron de ahí, seguros de haber concluido la encomienda.

El hombre ni supo quién ni por qué le habían matado a su único hijo varón. Le lloró hasta que sus venas, de tan secas y moradas y alteradas, parecían saltar de su frente, sus antebrazos y cuello. Quién, por qué. Así gritaba en el sepelio. El muchacho parecía calmado, sin estruendos callejeros, de ir y venir a la escuela y de calificaciones aceptables. Y él insistía, a grito abierto y con el moco suelto, quién había sido. Quién y por qué.

Sus negocios siguieron viento en popa. Los bajos precios de las cosechas no le afectaban porque además de sembrar, compraba lo que otros obtenían, tenían bodegas para guardarlas y sacar a vender el producto cuando más le convenía. Las trilladoras no paraban y la billetera seguía inconformándose cuando los billetes no cabían y aun así seguían metiéndolos a sus rincones.

A los meses le llegó un nuevo aviso y fue así como lo entendió todo. Seis hombres que no conocía y que traían unas ojeras que escondían sus ojos allá, en la profundidad, se lo contaron. Acudieron a su casa, a cerrarle el paso, en dos poderosos vehículos. Dice el patrón que no te hagas pendejo, que dejes de robar combustible, que te dejes de chingaderas. O si no, te vamos a matar. Vas a caer y si nos animamos, también tu familia.

Lea: Malayerba Ilustrada: Discos compactos https://bit.ly/2Sxi30s

Antes de subirse de nuevo al carro, uno de ellos, quien parecía dar las órdenes en ese comando, le gritó: qué no te bastó con tu hijo. Salieron de ahí con las llantas chillando y la polvareda enhiesta y traviesa. Ahora lo entiendo todo, pensó. Dijo, apenas abriendo los labios, hijos de su putísima madre. Me las van a pagar, culeros.

Siguió en las mismas. Dinero y más dinero. Estos hijos de la chingada no me van a detener, retó. No saben con quién se están metiendo. Pero sí sabían y le tenían bien medida la vida. Le cerraron el paso y le metieron cuarenta plomazos.

Columna publicada el 13 de enero de 2019 en la edición 833 del semanario Ríodoce.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email
  • 00
  • Dias de Impunidad
RÍODOCE EDICIÓN 1110
GALERÍA
El incendio registrado la tarde de este domingo en un almacén de combustibles al sur de Culiacán ya fue controlado por el cuerpo de bomberos, se registró una persona con quemaduras de primer y segundo grado.
COLUMNAS
OPINIÓN
El Ñacas y el Tacuachi
BOLETÍN NOTICIOSO

Ingresa tu correo electrónico para recibir las noticias al momento de nuestro portal.

cine

DEPORTES

Desaparecidos

2021 © RIODOCE
Todos los derechos Reservados.