Aunque las guerras que ha padecido la humanidad y las de ahora han tenido razones y pretextos diversos, siempre predomina la sed insaciable de tener más; más poder, más “democracia”, más esclavos, más comercio, más riquezas, más “libertad”, más “cristianismo”, más dominio de “mi religión”, más “espacio vital”. Invariablemente los bandos que se enfrentan en una guerra aducen pretextos, “razones” y “fundamentos” muy “sólidos y validos” para una y otra parte.
En ese tenor, mucho se puede hablar y argumentar a “favor” o en contra de cada una de las partes de la guerra Rusia-Ucrania, pero esos argumentos no contendrán la verdad. Esta guerra es, de nuevo, el escenario de la confrontación entre los dos modelos económicos, políticos y sociales que existen en nuestro mundo, aunque resulten cada vez más parecidos.
Cómo todas las guerras que asolan diferentes países y regiones son, negocio de los grandes fabricantes de la industria militar que, a la par con los grandes monopolios económicos controlan los principales gobiernos del mundo, y forman parte de una situación que escala y lleva, inevitablemente, a guerras regionales y a modalidades de nuevas guerras mundiales.
El principal promotor de esta guerra es, sin duda, Estados Unidos y la Unión Europea, que apoyan desde 2014 al ultraderechista gobierno de Ucrania con inmensas cantidades de dinero.
“Don dinero” es el más poderoso “caballero” de la modernidad desde hace miles de años que se impuso en la especie humana la adoración al becerro de oro, la sed insaciable de lucro, de dinero, capital, riquezas y a su gemelo, el poder. Dinero y poder se convirtieron en símbolo de éxito y felicidad. Ahora su “engendro”, la industria militar y armamentista está detrás de casi todos los poderes terrenales y de sus gobiernos.
Así, el gasto militar mundial aumentó un 3.7 por ciento durante 2022, hasta 2,24 billones de dólares, 2:2 por ciento del PIB mundial: África, el continente más pobre del mundo, con un 13 por ciento de la población planetaria, tiene al 33 por ciento de su población entre los más pobres y apenas el 1.6 por ciento del PIB global.
Occidente, Estados Unidos y la Unión Europea principalmente, apoyan la guerra de Ucrania con 177 mil millones de dólares en 2022, de esa “ayuda” el 99.7 por ciento se entregó a las fuerzas armadas de Ucrania. Las armas se compran a empresas norteamericanas, empresas que controlan el 39 por ciento del comercio mundial de armas.
Todos los países involucrados en esta guerra han aumentado su gasto militar; Europa un 13 por ciento, Rusia 4.1 por ciento, Ucrania 640 por ciento, Estados Unidos 1.2 por ciento. De los últimos 33 mil Millones dólares autorizados, 20 mil son de asistencia militar, 8.5 mil para el funcionamiento del gobierno y 3 mil para alimentos y programas humanitarios.
La guerra civil española del siglo pasado fue arena de una guerra entre los dos polos aun enfrentados; en ella se probaron las armas que serían utilizadas en la II Guerra Mundial, los españoles como conejillos de indias. La historia se repite, pero ahora de manera más ramplona y vulgar. Ucrania se llena de mercenarios y soldados de fortuna; hay una legión extranjera; “Legión Internacional de Defensa Territorial de Ucrania”, se calcula que integra 20 mil efectivos que proceden de 52 países, principalmente Polonia, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Rumania, etc. son reclutados a través de las embajadas y lo hacen por una paga de 3,130 euros al mes (unos 60 mil pesos mexicanos).
Rusia, igual tiene una o dos Brigadas de mercenarios profesionales integradas por soldados de fortuna de varios países, paradójicamente en los dos bandos hay combatientes españoles que siguen en aquel territorio su propia guerra civil.
En este campo de batalla, ahora con ucranianos y rusos como conejillos de indias “Occidente”, OTAN, Estados Unidos, Gran Bretaña, etc. Prueban y “mejoran” sus armas más mortales, incluidas las que llevan uranio empobrecido. Lo mismo hacen del lado ruso, con apoyos de China, Corea, Irán, Bielorrusia.
Pero no debe dominar el pesimismo las guerras, la lucha entre humanos inició cuando la especie sintió la “necesidad” de tener más de lo que ocupaba para vivir; más de todo. Esa acumulación no tiene llene; quién más tiene, más quiere; sea país, grupo, persona, etc. Mientras esa ambición prevalezca no hay remedio, habrá guerras. La historia reciente ha demostrado que ningún estado, gobierno o revolución, aunque “elimine” la propiedad privada, puede acabar con ese estigma. La revolución, el cambio, la transformación, está cercana y es sencilla, aunque requiera más valor y decisión que ir a la guerra, a la revolución: Cambiar radical y profundamente uno mismo. Cuando uno mismo descarta la ambición, el egocentrismo, el ser y tener más, cambiará uno, modificará tu entorno y podrá, entonces, cambiar la humanidad. Parece largo el camino y el trance, pero es el único, el más corto y el único viable, total, llevamos 40 mil años con lo mismo.
Artículo publicado el 12 de noviembre de 2023 en la edición 1085 del semanario Ríodoce.