Maximiliano Corrales

MAXIMILIANO CORRALES. Otro crimen absurdo.

No lo conocí, pero quizá nos cruzamos alguna, o muchas veces, en el pasillo peatonal de la continuación de la calle Carnaval; quizá, también, nos atravesamos cualquier tarde entre el bullicio y las notas de blues de la plazuela Machado; no menos improbable que nos hallamos cruzado en alguna de las calles del Centro Histórico o en la zona de Olas Altas o mejor, lo vi, sin identificarlo, durante la presentación de alguna de las obras asombrosas de la Compañía Delfos en el TAP. Lo que sí sé, es que no era ajeno a la vida rutilante del puerto, era un activo valioso de la actividad cultural del puerto, ahora lo sé más, que nunca cuando tus compañeros hablan de Maximiliano como una persona creativa y comprometida con su arte, con las escenografías que nos ofrece Delfos, que alguna vez dijo a través de sus directivos: “Mazatlán no nos escogió a nosotros, nosotros escogimos a Mazatlán”.

Y qué bueno, porque la llegada de Delfos representa un antes y un después de la danza contemporánea en el puerto. Mejor, todavía, parafraseando a Henry Miller, quien alguna vez refiriéndose al poeta francés Arthur Rimbaud, dijo de ese genio que a los 20 años había escrito todo lo que sería su obra: “Rimbaud salvó a la literatura, a mí me salvo la literatura”. Y eso, estoy convencido de que las artes salvan a los que deciden transitar por ese camino de retos, sacrificios y desafíos. Se lo he escuchado decir a profesores y alumnos que han decidido dar ese paso, muchas veces viniendo de hogares donde no hay una tradición, un libro, una conexión a internet. Mucho menos para pagar una colegiatura y hacerse de los arreos básicos que exige la disciplina artística. Pero la voluntad es más poderosa, y ahí van esos muchachos, luchando contra las carencias, pero con sus sueños, como alguna vez los tuvo José Limón. Dando pasos en firme, construyéndose un futuro, animando a otros a dar ese salto al arte. Saltando del barrio popular a los escenarios luminosos que culminan frecuentemente en un concierto de aplausos y abrazos.

No sé cuál fue la trayectoria de Maximiliano más allá de los comentarios que circularon en las redes sociales. En el minuto de silencio que se le brindó en el TAP. Pero me bastan por esas expresiones saber que ese chico de 27 años era grandioso. Orgullo de sus padres y amigos. Porque había decidido dar el paso. Comprometerse con la disciplina exigente de Delfos. Y de ahí, una vez cumplido, volar a lo alto. Se podrá decir que no fue muy lejos, que solo fue a Culiacán, pero quienes así lo interpretan, no pueden negar que en el mundo de las artes escénicas el espacio es otra cosa. Es como el tiempo. Es lo que el artista ponga en esa canasta mágica, que no puede ser otra la que se desprende del árbol del oficio y la sensibilidad. Y la distancia solo es inteligible en la creatividad. Y, por todo ello, la desaparición y muerte de Maximiliano duele, y duele mucho, Sinaloa ha perdido a un gran joven, y por él deberíamos estar todos tristes, pero también molestos y exigentes. Agraviados, nos arrancaron a un artista, que estaba por dar lo mejor de sí. ¿Qué hay detrás de su muerte? Hasta ahora poco sabemos. Y las aguas del río Culiacán son mudas. Fluyen silenciosas dejando más interrogantes que certezas. Es tiempo de que la autoridad brinde información confiable. Lejos de las rutinas del carpetazo que corre el riesgo de convertirse en rutina, como lo decíamos en el caso de Aimé, la reina de la Ciruela en la histórica sindicatura de Aguacaliente de Gárate. Del olvido por decreto.

Y nosotros, los que sentimos como propia la muerte de Maximiliano, nos queda para recordar un fragmento del poema de Lord Byron: “¡Acuérdate de mí!… Cerca de mi tumba/no pases, no, sin darme una oración/para mi alma no habrá mayor tortura/que el saber que olvidaste mi dolor”.

Artículo publicado el 30 de abril de 2023 en la edición 1057 del semanario Ríodoce.

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