Noviazgo efímero que termina en tragedia

EL CRIMEN DE NORMA ANAHÍ.

Una madre clama justicia para la hija ausente

Doña Mauricia es una mujer bajita, morena, y que apenas un día antes había sepultado a su hija.
Norma Anahí, una joven de 25 años de edad, madre soltera, que se empleaba como mesera y barrera en bares, había encontrado una muerte atroz, ahorcada por su novio, y su cuerpo abandonado en un dren en Los Mochis, según la Fiscalía General de Justicia del Estado, para ocultar el crimen.

Doña Mauricia había llegado con ligero retraso a la audiencia inicial, programada para este viernes a las 12:00 horas, luego que la defensa del sospechoso del homicidio, Ramón Antonio, un joven de origen campesino que se volvió citadino, habría logrado que el juez de control y enjuiciamiento penal difiriera 22 horas la sesión, dado que no se le había entregado la carpeta de investigación del caso.

Buscó asiento a un lado de la asesora victimal. Dijo estar bien para iniciar la audiencia, y justo antes, se le había entregado una botella con agua. La experiencia dictaba a la auxiliar de sala que en esos casos, los deudos, terminan ahogándose de dolor, y requieren un sorbo para aclarar las vías respiratorias.

Y eso sucedería pocos instantes después, cuando la señora comenzó a sollozar.

El juez de control había pedido que todas las partes se identificaran, y ella lo hizo, pero inmediatamente después rompió el protocolo. “¡Justicia, y todo el peso de la ley para la persona que le hizo daño a mi hija!” Fue su reclamo ante un letrado que sólo la miraba, sin emitir ninguna opinión, pero sin manifestar el llamado al silencio. Él dejó que ella se desahogara, pues después de aquella exigencia, rompió en llanto.

nos sorbos de agua bastaron para que se recompusiera, aunque las lágrimas brotaban de sus ojos como desciende agua bronca acumulada en la sierra.

Ramón Antonio, sin inmutarse, escuchó aquella sentencia de la madre adolorida, mientras estaba sentado en el banquillo de los acusados. No hizo ninguna mueca, no tuvo ninguna reacción, excepto clavar esa mirada perdida con la que había abandonado los locutorios y se había acomodado en su lugar. No volteó hacia ninguna parte. No quiso levantar la mirada hacia la parte de la sala en donde su esposa, por segundo día consecutivo, lo miraba sin ver, ni tampoco hacia el sitio en donde por segunda ocasión se sentó su suegro.

Estuvo allí, vistiendo un jeans y calzando tenis azules y una playera de color rojo con unos ojos de gato impresos en negro y blanco. Estaba allí porque en un arranque de coraje había asfixiado con sus propias manos a la chica que dos o tres semanas atrás había conocido prestando un servicio de pasaje, y cuyo cuerpo abandonó en un dren, a un costado de Los Mochis, al sur, a unos 4 kilómetros.

La Viceficalía Regional de Justicia del Estado reconstruyó los últimos minutos que la pareja había pasado juntos, y revivió lo que ella había vivido por separado, en la carpeta de investigación de 5134/2022 que dio origen a la causa penal 607/2022 en la que se investigaba el caso de feminicidio agravado y desaparición de persona con el fin de ocultar un delito.

Esa noche, Norma Anahí había vivido a su propio ritmo. Había estado en varios bares, y cuando llegó al expendio que está casi frente a su colonia, el Realito, en donde era conocida por jugar baraja, braveó con los hombres, a tal grado que estos optaron por pedirle un taxi para que se retirara a su vivienda. Esa imagen dio la vuelta en redes sociales cuando se divulgó, satanizando al servicio de alquiler. Sin embargo, ella aún no había terminado.

Después de quedarse en su casa, llamó a quien ella consideraba su novio, le pidió la llevara a cenar, y la condujo hacia una carreta de hotdogs. De allí, ella se fue sin pagar. Y entonces comenzó la recta final.
Ya quebrado moralmente, Ramón Antonio confesó ante investigadores: “Pidió tener relaciones sexuales, pero no llevaba dinero, pidió conducirla a comprar drogas a la Ferrocarrilera, y en camino sacó una pistola y amenazó con decirle al Moreno que levantara a mi esposa y a mí. Tuve un arranque de ira. Hubo forcejeo, pero no disparó. Le arrebate la pistola, la tome del cuello y sólo la dejé cuando comenzó a salirle sangre de la boca. Supe que estaba muerta. Tomé su bolsa, el teléfono y la pistola y lo aventé al canal. Saqué el cuerpo, lo metí a la cajuela y lo dejé en un dren.

Para entonces, el reloj marcaba las 03:20 horas, y regresé a la casa, dijo.

Días después, él se enteró que la familia la buscaba y que fue reportada como desaparecida.

Supo que todo se había perdido cuando los investigadores llegaron con él y accedió a declarar, contando parcialmente su último contacto. Esa noche se quebró, y afirmó, ¡yo la maté!

Su caso se resolverá este lunes. Mientras tanto quedó en prisión preventiva oficiosa acusado de dos delitos que suman 75 años de prisión como pena máxima.

Mientras, Doña Mauricia camina lento. El duelo la invade, y los sollozos no terminan…

Artículo publicado el 18 de diciembre de 2022 en la edición 1038 del semanario Ríodoce.

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