Iguales pero diferentes

AURELIO NUÑO. La misma gata.

En diciembre de 2014, Aurelio Nuño, a la sazón Jefe de Gabinete con el Presidente Peña Nieto, dio una entrevista al diario español El País.

La Casa Blanca y la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa se apreciaban como el punto de inflexión en el que la popularidad y aceptación de Peña inició el declive que lo llevó después hasta los niveles mas bajos que ha tenido un presidente.

Muchas voces se alzaban desde la prensa y la sociedad civil, que exigian un cambio en la estrategia para el combate a la inseguridad.

En las inveteradas formas del priismo, de mantener alejado al presidente en los asuntos escabrosos, decidieron que alguien de peso y presencia en el gabinete tenía que salir a fijar postura ante los airados reclamos, y ¿Qué mejor que el mismo jefe de Gabinete declarando a la prensa internacional?

Aurelio Nuño reconoció en esa ocasión, que al gobierno de Peña le faltó “una agenda más contundente en materia de seguridad y estado de derecho”.

“Nos quedamos cortos” dijo, “no vimos la dimensión del problema ni la prioridad que debió haber tenido”.

Hasta ahí cualquiera habría pensado que el Gobierno Federal era autocrítico y reconocía una especie de mea culpa en el gran problema de la inseguridad, pero no; sin rubor alguno volteó los ojos al pasado para decir: “La responsabilidad de la herencia recibida es enorme, pero es una herencia de muchas décadas. Pensar que es problema de un gobierno es no entender nada”.

Y refiriéndose al entonces pasado reciente de la administración de Felipe Calderón, criticó: “tuvo una política centrada en el enfrentamiento al crimen organizado”.

A quienes desde la opinión publica y publicada pedían un cambio de estrategia en materia de seguridad les respondió: “No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”.

Con esa dureza el gobierno de finales del 2014 les contestaba a todos los que le exigian cambiar los modos de combatir la inseguridad y se justificaba alegando que era un problema estructural y heredado de una administración “centrada en el enfrentamiento al crimen organizado”.

Hoy, la Conferencia del Episcopado Mexicano, todos los niveles de jerarquia de la Compañía de Jesús, columnistas, articulistas y diversos voceros del sector privado y organizaciones de la sociedad civil, igual reclaman el fin de la era de “abrazos no balazos” y exigen la persecución de los criminales para ser llevados ante la justicia.

A diferencia de entonces, el presidente no manda a sus voceros a dar mensajes y de manera directa y contundente contesta en esencia lo mismo que Aurelio Nuño: no hay cambio; nuestra estrategia es combatir las causas; vamos bien y no vamos a dar gusto a quienes antes comulgaban y estaban “apergollados” por la oligarquía y nada decían, aún cuando la situación era peor que la actual.

Muy lejos de la autocrítica recurre al mismo expediente de los gobiernos del pasado, nada más que aquí la diferencia es que “brinca” hasta el gobierno de Felipe Calderón como si el de Peña no hubiera existido.

Aparentemente la concepción política, la forma de actuar y de concebir el país de Peña a López Obrador, es diametralmente opuesta.

No solo pertenecen a diferentes partidos sino que puede afirmarse que por las reformas que impulsó en materia energética, laboral y educativa, Peña Nieto es la representación de todo lo que Andrés Manuel critica y está en las antípodas de lo que postula como política pública.

¿Cómo entonces pueden ser el cóncavo y convexo en el tema de la inseguridad y la forma de combatirla?

Su compartida repulsa a Felipe Calderón no creo que alcance para cimentar esta coincidencia y tampoco creo que forme parte del tan llevado y traído “pacto de impunidad”.

Sean cuales sean los motivos políticos o personales para que exista esta extraña coincidencia, la pregunta que vale hacerse es si el efecto va a ser el mismo.

Porque ya se vió cómo terminó Peña Nieto al negar la realidad que lo rodeaba y al asumir que su agenda estaba por encima de cualquier reclamo, igual que hace ahora López Obrador.

Peña abonó su equivocado “autismo” político con frivolidad y corrupción.

López Obrador, igual es señalado por corrupción, pero además topó con la iglesia y eso está mucho más complicado politicamente que la superficialidad e indiferencia de los peñistas.

Hoy muchas cosas y situaciones diferentes, pero ante la similitud de concepción y postura sobre los temas de seguridad pública, aunado en el caso actual al indignado activismo de la iglesia ¿Será este también el punto de inflexión en la aceptación del actual presidente?

Artículo publicado el 03 de julio de 2022 en la edición 1014 del semanario Ríodoce.

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