El M-19 y el triunfo de Petro

GUSTAVO PETRO Y FRANCIA MÁRQUEZ. Por democracia y paz.

Roger Isaula, un académico ya fallecido de la Universidad Nacional de Honduras, a principio de los años ochenta, vino a estudiar a la Ciudad de México a la Maestría en Estudios del Tercer Mundo en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. Coincidimos en ella y nos hicimos amigos al punto que en unas vacaciones lo traje a Mazatlán.

Una tarde del otoño de 1983 me llamó para invitarme a una fiesta de latinoamericanos que se celebraría por el rumbo de Tlalpan. Llegué y luego me enteré de que el motivo de la fiesta era para dar la bienvenida a México a un grupo de militantes del M-19 que recientemente había sido liberado y salido al exilio mexicano.

Entre ellos venía una bella mujer de rasgos sajones, germanos: Alta, rubia, fuerte, ojos azules y con esa voz suave que tienen los colombianos. Se trataba de Ángela Navarro Wolf, hermana de Antonio, entonces líder del M-19, que había relevado a Jaime Bateman, su fundador, luego de su muerte cuando cayó la avioneta en que viajaba por la selva del Darién panameño.

Me hice amigo de Ángela que vivía por el rumbo del barrio Taxqueña en un departamento que compartía con otros colombianos y, el amigo poeta durangueño, José Ángel Leyva, y entre café y copas, sostuvimos largas charlas sobre la historia de Colombia y su organización y especialmente el perfil libertario y soñador de Jaime Bateman, un socialista impenitente, enraizado en la cultura popular, que hizo del vallenato un instrumento de lucha y, de hecho, el himno del M-19, era uno que llevaba por nombre: La Ley del embudo.

Este personaje había sido miembro de las Juventudes Comunistas colombianas y de las FARC, pero su anti-dogmatismo lo había puesto fuera de estas organizaciones. Y llegado el momento se da a la tarea de organizar el M-19, que estaba inspirado en el 19 de abril de 1970, fecha en que se cometió un fraude electoral contra Gustavo Rojas Pinilla, candidato presidencial opositor.

El M-19 inicia su actividad guerrillera el 17 de enero de 1974; le antecedió una campaña comercial del tipo ¡Ya viene, ya viene!, que se publicó en la prensa y empezó con un acto simbólico robando la Espada de Simón Bolívar de la casa museo: Quinta de Bolívar.

Viene a cuento esta rememoración por el triunfo que recientemente acaba de lograr Gustavo Petro junto a la afroantillana Francia Márquez, que agrupó a todo el arcoíris de la izquierda colombiana, hasta llevarlos al triunfo en una elección muy cerrada en segunda vuelta que exhibió una sociedad profundamente polarizada.

Escuché el discurso de Petro en la plaza pública y parte del reconocimiento de esa división en la sociedad colombiana, llamando a conciliar las diferencias, para alcanzar una Colombia Humana, se sitúa en la izquierda, pero, en la socialdemocracia, sus conceptos están anclados en una visión del mundo lejos de la ortodoxia leninista y su propuesta es alcanzar un capitalismo democrático en un marco de libertades donde confluyan la solidaridad, la equidad y el respeto a la propiedad privada. Su partido Colombia Humana habla incluso de un capitalismo del conocimiento y verde. Lo que da cuenta de elaboración teórica con efectos prácticos cuanto «implica un Estado actuando que pueda suministrar la infraestructura» necesaria para esto y, al mismo tiempo, que este dé la base para el desarrollo a un «poscapitalismo caracterizado por el trabajo libre asociado a partir de los saberes». De igual manera, Petro ha expresado que su país «no necesita socialismo, necesita democracia y paz».

Estas definiciones en un país polarizado son agua tibia para la construcción democrática. Apostar a la renovación de la polarización política es echar gasolina al fuego. Colombia puede ser ejemplo junto con Chile, y también Brasil, si triunfa nuevamente Lula, de gobiernos de izquierda con una visión humanista, capaz de construir la paz, luego de décadas de luchas fratricidas, que han afectado profundamente a sus sociedades.

Ojalá, y así sea, en memoria de aquellos colombianos y colombianas que conocí en la Ciudad de México y en Madrid, gente generosa, soñadora y divertida, que están en las estampas que nos muestra Gabriel García Márquez y más recientemente, Sergio Álvarez, un escritor bogotano que hace unos años regaló al mundo una obra sorprendente de la Colombia profunda que lleva por título: 35 muertos (Alfaguara). Vale la pena leerlo, tiene mucho parecido a Sinaloa.

Artículo publicado el 26 de junio de 2022 en la edición 1013 del semanario Ríodoce.

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