Qué come usted: Pringles crema y cebolla

pringles

En los 90’s, Pringles eran papas ‘fresonas’, no era fácil comprarlas pues eran de supermercado, además no competían en precio con las nacionales. Y no, no eran como los ‘Hot Cheetos’ que fue una moda traer de los viajes a Estados Unidos, tal cual lo es hoy traer donas del Krispy Kreme cuando un culichi regresa del aeropuerto de la Ciudad de México.

Pringles tuvo tanto éxito que Lay’s copió su formato y sacó su marca, las Stax. Un tubo réplica de la famosa marca del bigotón, con ‘papas’ parecidas en sabor e idénticas en forma. Hoy las Pringles se comercializan en dónde las acepten, pero siguen siendo una botana de precio medio-alto.

En México, la fritura de maíz es la más popular, le siguen las papas fritas, dentro de las cuales las originales o de sal, son las preferidas. Al menos el 90 por ciento de los hogares las compran, con un promedio de compra, al año, de 13 veces por hogar, así como un kilo de papitas en peso y unos 202 pesos de gasto en la botana.

La compra de papitas se da por antojo, para consentir a alguien más o por socializar, principalmente. De toda la variedad de sabores, cinco destacan: original, queso, adobados, jalapeño y chile y limón, según datos de Kantar World Panel.

 

Envase

El diseño del envase de Pringles es parte esencial de su peculiaridad. Se trata de un cilindro de cartón rígido metalizado al interior que es ideal para la forma del producto; la versión crema y cebolla es color verde limón al exterior. Todas las versiones cuentan con una tapa plástica “quitapón” en la parte superior del envase.

Al no ser una rebanada de papa, el producto mantiene una forma estándar, lo que permite empalmar una ‘papa’ sobre otra, en una configuración donde el único fin es el cubicaje del recipiente.

El diseño de este cilindro muestra a un personaje, que ha venido variando cada década, pero que continua de peinado de libro y un gran bigote, justo encima del nombre de la marca. Por debajo, un trampolín de donde saltan las papas Pringles hacia un baño de crema y cebolla, según muestra la ilustración.

El etiquetado nutrimental nos informa de tres sellos: exceso de calorías, exceso de grasas y exceso de sodio, una constante en botanas saladas.

 

Ingredientes

Pringles, según su especificación, no son papas, sino una botana crujiente a base de papa sabor a crema y cebolla, es decir, una pasta de harina de papa y algo más, que horneado, se ve como lo que encontramos en sus cilindros al final.

Esta versión de Pringles se compone de 29 ingredientes: papas deshidratadas, aceite de algodón, almidón de maíz, harina de maíz amarillo desgerminado (por aquello del exceso almidón), harina de arroz y maltodextrina, son los principales. Como vemos, es básicamente carbohidrato refinado y aceite en forma de fritura más algunos aditivos que impulsan su sabor, como el trío de glutamato, guanilato e inosinato de sodio, que son famosos por estar presentes en gran parte de las botanas más adictivas de las marcas de Sabritas y Barcel, así como los sabores naturales a crema, la propia crema, y uno que otro truco en ínfimas proporciones.

 

La triada del sabor (y del olor)

Es difícil verlos, de hecho, son imperceptibles a la vista. Pero saben, y saben mucho. Son culpables de ese sabor que dice “a que no puedes comer solo una”: su efecto es adictivo, y combinados maximizan su efecto.

El glutamato monosódico es el aditivo de sabor por excelencia, pero hay fórmulas donde se apoya en el guanilato e inosinato de sodio, y juntos sirven para “saborizar” a la mejor botana.

El sabor es un truco en las botanas saladas. Se trata de sales sódicas que alteran nuestro paladar engañando nuestro sentido del gusto y del olfato, de manera que todo lo que contenga esta mezcla sabe rico y nos hace salivar, incluso, solo acordándonos de ellas. A causa de eso, a nuestro sistema entran productos altos en grasas, sodio y carbohidratos que aceptamos porque saben rico, sin importar las consecuencias.

Artículo publicado el 14 de febrero de 2021 en la edición 942 del semanario Ríodoce.

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