Érase una vez AMLO, el FMI y el PIB

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El presidente se equivoca en pelearse contra los pronósticos del PIB, porque la economía mexicana sigue dando muestras de debilidad y no crecerá más de 1 por ciento en el 2019. Lo dice el FMI, pero también Barclays, UBS, Citibanamex y Banorte… por lo pronto. Son legión los expertos que ajustan el pronóstico a la baja, porque la inversión está anémica y el consumo se está debilitando.

AMLO tiene razón, en cambio, cuando pide que veamos más allá del dato del crecimiento del PIB, si queremos saber cómo vamos. Sugiere que pongamos atención a lo que está pasando con el desarrollo. ¿Tiene razón? Sí, aunque su argumentación suena a pretexto. Minimiza el PIB porque los datos están más para deprimir que para entusiasmar. Fue -0.3 por ciento en el primer trimestre y no será mucho mejor en el segundo. Si la economía estuviera creciendo a 4 ó 5 por ciento, quizá el presidente estuviera diciendo “vean el PIB”, como dice ahora “el peso está muy fuerte”.

¿Es necesario “poner en su lugar al PIB?” es el indicador económico más relevante, pero ha enfrentado críticas desde el momento mismo de su creación, en 1934. Simon Kuznetz, el economista que más contribuyó a su “invención”, reconoció que “es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de la renta nacional (per cápita). En la década de los 60, Robert Kennedy dijo “el PIB mide todo, excepto lo que vale la pena”. Las críticas no han parado porque el PIB es muy útil pero, a veces, produce resultados absurdos. Un enorme embotellamiento se registra como actividad económica positiva porque hay consumo de gasolina de todos los vehículos detenidos. La destrucción de un bosque puede ser contabilizada como generación de riqueza. En sentido contrario, la atención de un adulto mayor o un bebé en casa no suma al PIB, si está hecha por un pariente que no recibe retribución económica.

No se necesita un palenque donde participen tecnócratas y economistas de izquierda para encontrar las diferencias entre crecimiento y desarrollo, como propone AMLO. Hay varios libros escritos en la década de los 70 que lo dejaron claro. Sí sería interesante traer a México una parte del debate contemporáneo sobre PIB, economía y bienestar.

En el 2008, el presidente francés Sarkozy creó una comisión sobre la medición del desarrollo económico y el bienestar social. En ella participaron los nobeles Joseph Stiglitz y Amartya Sen, junto con un centenar de economistas y científicos sociales. El documento de conclusiones, entregado en el 2009 sigue siendo vigente.

Lo que se mide tiene incidencia en lo que se hace. Si las mediciones son defectuosas, las decisiones pueden ser inadaptadas, indica en una de sus primeras páginas el informe: si medimos la producción de gasolina, pero no consideramos el impacto en el medio ambiente de su consumo, tendremos una fotografía incompleta. Es más importante medir el bienestar de la población que la producción económica.

La medición del PIB de una sociedad tan compleja como la nuestra es una tarea muy compleja: ¿cómo se mide la aportación de un gamer o la difusión de una canción que se repite 1 millón de veces en redes sociales? No se debe abandonar la medición del PIB y la producción, porque la obtención de estos datos es fundamental para la correcta gestión de la actividad económica.

El PIB tiene límites claros, cuando se trata de evaluar el bienestar. Éste depende de factores como salud, educación, lazos y relaciones sociales, calidad del medio ambiente y seguridad. Hay que medir todo esto, no porque lo pida AMLO, sino para saber mejor cómo somos y a dónde vamos.

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