Sin que esto pudiera interpretarse como un alarde de chauvinismo, Mazatlán es la ciudad sinaloense que marca la pauta literaria en la región occidental del país en los albores del siglo XIX. El aire cosmopolita que le daba la convivencia con europeos que llegaban a impulsar el comercio y la ventaja de tener un periódico como El Correo de la Tarde, ubicado en la esquina de Constitución y Carnaval, fueron los elementos para que de aquí se impulsara una importante actividad literaria.
Por ejemplo, en El Correo de la Tarde hicieron sus pininos plumas del calibre de José Juan Tablada (1871–1945), hijo de mazatlecos que inicia sus memorias tituladas La Feria de la Vida (1937) con una evocación de su primera estancia porteña: Tengo tres años. La diligencia donde con mi madre y mi tío voy hacia Mazatlán hace un alto en medio del camino de Acapulco, el viejo camino real para los mercaderes de las naos de China… (pág. 20); o del célebre nayarita Amado Nervo (1870-1919), que publicó en él sus poemas primigenios que más tarde aparecerían en un volumen titulado Perlas Negras, además de lúcidas crónicas en una ciudad en que a su decir no pasaba nada. Sin soslayar la presencia de Francisco Gómez Flores (1856–1892), potosino radicado en el puerto desde edad temprana, gran cronista de lo cotidiano y lo personal, que para la época eran considerados temas banales, y un crítico certero en sus juicios.
Es en los talleres de la histórica imprenta Retes donde surge la antología Mazatlán Literario, que formó parte de la muestra que nuestro país envió a la Exposición Universal de París, en 1889, cuando se inaugura con toda pompa y boato y ácidos comentarios del mundo intelectual, la torre Eiffel.
Con el mencionado Gómez Flores como uno de sus antologadores, este álbum literario reunió nombres como los de Pedro Victoria, Alonso Morgado, Gabriel F. Peláez, Apolonia Sáinz, José Ferrel, Benjamín Vidal, Ángel Beltrán, Santiago Calderón, Casimiro E. Alvarado, Jorge Wilhelmy, Francisco S. y Ávila y el propio Gómez Flores, que eran los más connotados en el mundo de las letras sinaloenses de ese entonces.
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “De El Correo de la Tarde a los niños de la Feliart”.
