Perlas de pepe

 

 

Mi primer acercamiento con la palabra impresa llevó por título Inolvidable Ciudad Oculta, un engendro con pretensiones de alegoría que en sus siglas (ICO) llevaba toda su intención, aunque hoy me parezca una vieja declaración de amor que de vez en cuando se asoma en mi escritorio tan solo para decirme el estado que guardan mis recuerdos. Se publicó en noviembre de 1971, cuando mis dieciséis años me decían que podía comerme el mundo a puños. Hace la friolera de cuarenta años.

 

Desgraciadamente no fue tan solo el título y sus iniciales lo que cayó en manos de lectores impropios, sino su contenido.

 

Recuerdo que una tarde, con el colegio vacío, nos citaron a una reunión “conciliadora”, por usar un eufemismo. El asunto era mi artículo. No me lo esperaba. La verdad solo me había divertido escribiendo, algo que siempre he hecho. No nos dejaron ni abrir la boca, de modo que asumieron cabalmente el papel de fascistas que les había endilgado en mi texto y nos llevaron como sentenciados a muerte al estadio de béisbol, donde prendieron fuego (con la certeza de que era el tiraje total) a seiscientos ejemplares de El Faro, nuestro periódico escolar, cuya única culpa para ser sentenciado al fuego purificador fue dar albergue a mi primer garabato destinado a un público. Quizá el Negro, desde su casita entre jardín derecho y central, vio la pira y pegó una patada al suelo, porque simpatizaba con nosotros.

 

No me acuerdo bien si fue casi o lloramos de indignación el Chicuras Lizárraga, osado presidente de la Sociedad de Alumnos, único que puede presumir haber liderado un paro en el ICO (aunque solo fue de unas dos horas) el Chato Pérez, director de El Faro y yo, al contemplar la impresionante pira en la que se iba la totalidad del tiraje incautado. El gesto de “invitarnos” a ser testigos de esa infame ceremonia quedó en mi memoria como un acto desbordado de barbarie y por ello lloré, dos años más tarde, cuando vi las imágenes de las fogatas que levantaban los gorilas de la Junta Militar Chilena en las esquinas de Santiago de Chile con los libros de Neruda, puedo escribir los versos más tristes esta noche.

 

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “Érase que se era una inolvidable ciudad oculta”.

 

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