Punto de nostalgia: La historia del infalible Gordo

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Cirilo Pineda, auxiliar del archivo de la Policía Judicial del Estado, leyó la ceja de la carpeta que contiene el expediente de: Melitón Paredes Muro, nació en el Carrizal, sindicatura de Costa Rica, Sinaloa, en el año de 1951, murió en el cumplimiento de su deber en Culiacán, en el mes de noviembre de 2003.

 

Te fuiste Milton, pinche Marrano. ¿Qué fue lo que te aceleró, cabrón? ¿Las hartadas de carne asada y la cheve? ¿O las rayas de perico? Eras bueno pal blof, pinche puto, pero con el Flaco ese, te la pelaste güey

—¡Cirilo! ¡Qué pasó con el expediente! —La apremiante voz le llegó de una oficina contigua.

—¡Enseguida se lo llevo, jefe!

 

Jorge Luis Durán, de pronto, fue sorprendido por el agudo pitido de la sirena y las luces de una patrulla que danzaban envolviéndolo.

—¿Me puede decir por qué me para?

—Venía a baja velocidad.

—¿Qué?

—Esta es una vía rápida.

—Disculpe usted señor agente, pero no creo que transitar despacio sea una falta.

—En esta vía rápida ¡claro que lo es!

El agente le aventó la boleta, dio media vuelta y se marchó.

—¡Me lleva la chín… ¡Esta es la tercera multa en lo que va de la semana! Pinches chotas culeros…

 

“Dios no está ni con los malos, ni con los buenos, pero porque tienen las armas; está con los Serrasenos”. Jóvenes. Esta fue la frase en la que Poncio Pilatos se sustentó para convencer a Jesucristo y se doblegara ante los jueces Romanos. Que pendejadas estoy diciendo, mejor aquí le paro. Jóvenes. Es todo por hoy; para pasado mañana me traen una sinopsis de La Divina Comedia”.

 

Que le pasa al profe Pirulin, comentan dos alumnos, dice cada tontería. Sí, en estos últimos días parece que anda en las nubes. Seguro es que una chava lo trae ondeado.

 

Sumergido en sus pensamientos, el profesor de literatura llegó hasta su Nissan 91 con palanca al piso, puso en marcha el motor; el recuerdo de Julieta lo hizo sonreír, animado eligió un CD de Andrea Bochelli. Aceleró. Apenas había cruzado los linderos de la calle nueve, cuando el pitido de una chicharra policial le atravesó los oídos, al voltear se impresionó; un agente prieto y de tupido mostacho le ordenó: ¡Párate ai! Jorge Luis frenó al momento y en segundos, se vio rodeado por tres agentes que lo encañonaban con armas largas.

 

Sorprendido, aún con las manos al volante escuchó: ¡Bájate cabrón! La voz era del prieto. ¿Qué pasa? ¡Bájate gïey! ¡Estás detenido! Afirmó el policía con ojos saltones.

Mientras otro abría la puerta del Nissan, el prieto jaló a Jorge Luis para subirlo en la camioneta policial. ¿Pero qué pasa? Señores, por favor… dijo tembloroso. No terminó la frase porque del cinto y el cuello de la camisa fue levantado y aventado a la caja de la camioneta. Alzó la cabeza y gritó: ¡Soy el profesor Jorge Luis Durán, me están secues… ¡Cállate cabrón! reaccionó un agente empujándolo contra el piso, mientras otro le ponía una bota sobre la espalda.

 

En minutos la camioneta entró en calles polvorientas; el polvo se le metía hasta los pulmones; tosía. El ladrido de un perro le anunció que habían llegado; cogido de un brazo, el prieto lo obligó a caminar, mientras otro abre la puerta de una vivienda de piso rústico; fue empujado a un cuarto que está al fondo; al recargarse en la pared, Jorge Luis la siente áspera. Puedes gritar lo que quieras, compa, nadie te va oír, y si puedes escapar, hazlo, dijo riendo el agente, mientras le quitaba la cinta adhesiva; luego cerró la puerta y escuchó el giro de una llave en la chapa.

 

Han pasado dos horas, el secuestrado escucha pasos. Se levanta tenso. Al primero que ve entrar fue al prieto, seguido de un gigante, gordo y sudoroso que inundó el cuarto con una peste aceda. El tercer hombre, es el mismo que le puso la bota en la espalda.

Al que llaman el Gordo ha quedado flanqueado por sus agentes, mira al secuestrado; Jorge Luis siente que se le bloquea la respiración. ¡Cómo apesta, este pinche hipopótamo!

 

Soy el comandante Milton Paredes Muro, dijo el Gordo con voz golpeada ¿Sí sabes quién soy, o te haces pendejo? No señor, no entiendo. Quisiera saber por qué estoy aquí. Por lo visto, eres lento para entender señales, te estuve atosigando con mis colegas de Tránsito, pero te valió. Sigo sin entender señor. Yo fui amante de Julieta, ¿No te lo ha dicho? ¿Marido de Julieta!?, dijo Jorge Luis asombrado, pero reacciona. ¿Y eso qué tiene qué ver?  El Gordo lo mira, y aquél sigue. Ella me dijo que había tenido tres maridos y como veinte amantes, pero repito, ¿eso qué tiene qué ver? ¡Tiene que ver y mucho! ¡A mi ningún cabrón me raya la libreta y vive pa’ contarlo! Pero si Usted lo ha dicho, señor. Fue su amante, ya no lo es, lo suyo ha quedado atrás. ¡Ni madres! Pero pa’ que veas que no soy ventajoso, te daré la oportunidad de que te la rifes conmigo en un duelo a balazos. ¿Duelo a balazos? No lo dice en serio, ¿verdad?, dijo Jorge Luis tapándose discretamente la nariz. ¡Claro que lo digo en serio! Dígame señor. ¿Cuántos años tiene de servicio en la judicial?, 23 años ¿por qué?, contesta el comandante con cara de sorpresa. Con el debido respeto, me sorprende, que teniendo tanto tiempo en el uso de las armas, usted rete a balazos a un tipo como yo que nunca ha tenido que ver con ellas. Creo que eso, no es digno de un comandante. ¡Ah! Por eso no te preocupes, desde mañana tendrás un instructor pa’ que te enseñe el manejo de pistola; el duelo será con pistola, practica; y cuando te sientas listo, me dices. ¡Ah, pero que no pase de diez días! Antes de ese tiempo ya estarás muerto. Sentenció el Gordo soltando una risotada. Y se fue seguido de sus agentes.

 

Desde el principio, las prácticas le son interesantes a Jorge Luis; el teniente Chavira, un chilango que se las sabe de todas todas en el conocimiento y manejo de armas, está contento; está entusiasmado con las habilidades del profesor de literatura, le afirma que de llevarse a cabo el duelo, no tiene la menor duda de que será el vencedor. Todos en la corporación supieron del increíble duelo, y también supieron de los avances del alumno; el Gordo también lo supo.

 

Llegó el noveno día de entrenamiento. ¡Estás listo!, le dijo Chavira a Jorge Luis dándole una palmada. Ya puedes hablar con el Milton.

 

Estoy listo, el duelo puede ser el día y hora que usted señale comandante. El Gordo con una sonrisa entre amable y forzada miró a Jorge Luis. ¿Por qué no me lo habías dicho, cabrón? Dicho qué, comandante. ¡Pues que eres primo del Chapo Durán, cabrón! ¡El Chapo es mi cuate, tú lo debes saber!, dijo con voz sonora y sin dejar de sonreír. Se me hace comandante, que usted es un cobarde. El Gordo puso cara de sorpresa, se levantó de su asiento y cambió el semblante por uno de presumible enojo y preocupación. No, no chingues cabrón Pirulín, ya supe que te dicen el Pirulín. ¡Eres un cabrón a todo dar! Dice ahora, con rostro amable. Anda, échate un pericazo. Para nada necesito de esa mierda. ¡Ba!  ¡Vengan esos cinco! Es más, déjame darte un abrazo, Pirulín.  Dijo sonriente el Gordo adelantando un paso. ¡Que abrazo, ni que madres, ahora me cumple, comandante! ¡No le saque al duelo! No, no quiero hacerte daño, contestó el Gordo dubitativo, abrió los brazos avanzó dos pasos. ¡Ni madres, pinche panzón!

 

¡No! No…yo… no pue…do… Yo.  El comandante empezó a toser, a dar manotazos entre convulsiones violentas. Lo rojizo de su semblante que luego fue lila, manifestó los estragos de un fulminante ataque al miocardio.

 

Un mes después, en el auditorio de la PJE, Cirilo Pineda está atento al tema que expone Jorge Luis, es sobre la Novela Negra. Mario Vargas Llosa nos dice que el novelista nos inventa un mundo irreal para compensar lo escatológico que es la vida verdadera; lo más de las veces incomprensible…

 

Eso es cierto, deduce Cirilo. ¿O no, pinche Gordo?

 

 

leonidasalfarobedolla.com

 

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