La búsqueda solitaria 

LA ESPERANZA. A pesar de la indiferencia de autoridades.
LA ESPERANZA. A pesar de la indiferencia de autoridades.

El drama de Eloísa Pérez y los cinco años de espera y lucha por el hijo desaparecido
Eloísa se siente más muerta que su hijo desaparecido.
Sus hijos se lo dicen, también su padre y algunos amigos: deja de buscar a Juan Carlos, porque en una de esas te van a matar, como a esa señora que asesinaron a balazos cuando investigaba la desaparición de su hijo. Ellos se refieren a Sandra Luz Hernández, quien fue muerta a tiros en la colonia Mazatlán, en Culiacán, en febrero de 2014, cuando seguía una supuesta pista sobre la desaparición de su hijo Édgar.
Pero Eloísa no ceja. Traía una lluvia tupida cuando pronuncia el nombre de su vástago y deja que el agua salada corra río abajo, anegando cuencas y mejillas. Ella dice que su hijo está vivo y que no le festejó su cumpleaños 26, el 20 de noviembre, porque no tenía dinero. Eso sí, le rezó y pidió a quienes lo tienen, que lo suelten.
“Yo creo que mi hijo está vivo. Lo siento en mi corazón y en cualquier momento va a volver con nosotros. Dos o tres personas lo han visto en la Ley Tres Ríos y por esos rumbos, pero lo llevan otras personas y lo suben a la fuerza en una camioneta”, manifestó.
Fue una noche de septiembre de 2009, cuando hombres armados llegaron a la calle 13, en la colonia Progreso, justo afuera de la vivienda en la que antes vivían Eloísa, Juan Carlos y el resto de sus hijos. Al parecer, los sicarios iban tras un vecino apodado el Güero, quien trabajaba en la funeraria Emaús y fue ejecutado a balazos.
Pero los homicidas no se conformaron. Ahí estaban un vecino, cuya identidad se desconoce, y Juan Carlos, conviviendo. Ambos fueron golpeados y subidos a un vehículo compacto. Del vecino se supo que al día siguiente lo soltaron, pero de Juan Carlos nada. Y ahí empezó el doloroso peregrinar en busca de ese joven que se dedicaba a la albañilería y que quería entrar a la preparatoria abierta. En una de sus últimas fotografías, tomada cuando terminó la segundaria, aparece con la mirada de llovizna, porque su madre le había informado que no tenían dinero para que continuara sus estudios.
Prueba fallida 
Eloísa Pérez suma cinco años en sus ya hondas preocupaciones. Alrededor de dos semanas después de la desaparición de su hijo, agentes de la Policía Ministerial del Estado encontraron el cadáver de un joven, con prendas parecidas a las de su hijo. El hallazgo fue en las cercanías de la comunidad Las Flores, a pocos kilómetros de Eldorado, en este municipio.
Los investigadores y peritos le decían que sí era, pero ella se amarró en que no era su hijo Juan Carlos. Uno de los empleados del servicio forense le dijo que si lo reconocía como su hijo, se lo iban a entregar rápido para que lo velara en su casa y lo enterrara al día siguiente. Como si se tratara de una oferta. Así lo interpretó Eloísa.
Ante la insistencia, aceptó que una de sus hijas y ella se realizaran pruebas de ADN para compararlas con las del cadáver y determinar si era o no su hijo. Además de las prendas, había otras señas que coincidían. Eso fue durante los últimos días de septiembre. Uno de los peritos le informó que esa persona había sido asesinada alrededor de diez días antes, y  hacía ocho que Juan Carlos había sido levantado.
Como los resultados no llegaban, Pérez denunció públicamente el tortuguismo y la indolencia de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), lo que provocó que funcionarios le respondieran que así, con esas críticas, menos le iban a resolver.
Esta situación permanece hasta ahora, cinco años después. Una y otra y otra vez, Eloísa ha vuelto al Servicio Médico Forense, a las oficinas de la procuraduría y al Ministerio Público, y no ha obtenido respuesta. Más bien, ha sido la misma: nosotros le llamamos, no hay resultados, no nos llegan los estudios, en cuanto haya algo le avisamos…
Llamadas que matan
De la funeraria, del Hospital General, de los vecinos, conocidos. Las llamadas no son muchas pero llegan y como gotas se estrellan y hace añicos la gigantesca roca. En ellas le dicen que han visto a su hijo, que está vivo, que lo tienen unos hombres que se trasladan en camionetas. Del hospital y las funerarias le avisan cuando llega una persona lesionada, con características similares a las de su hijo, o un cadáver. Tres, cuatro, cinco veces. Ella va a todas, a pesar de que le dicen sus familiares y personas cercanas que no acuda, que deje de buscar, que un día de estos, Dios no lo quieran, la van a matar.
La angustia, la desesperación, pero también la esperanza. Todo junto en ese rostro que parece envejecer aceleradamente, pero que conserva luz en esos faros inquietos y palpitantes de sus ojos.
Pero a Eloísa, que cree y siente que su hijo está vivo, le da pavor que éste le reclame por qué dejó de buscarlo, de luchar por él, cuando llegue a casa.
“El gobierno está mal y yo desesperada. Sé que no me quieren ayudar y más me desespero, porque siempre me dicen lo mismo, que ellos me van a hablar, que no vaya, que no hay nada nuevo… estoy muerta en vida, esperando que mi hijo regrese. No tengo miedo, pero sí temo por mis otros hijos”, manifestó.
Cada domingo, siempre y cuando tenga dinero, Eloísa y sus 44 años agarran un camión para dónde sea: el pueblo donde encontraron ese cadáver que no es de su hijo, para el norte o el sur, para Imala, El Salado o para dónde sea. Con el objetivo de llevar la foto de su hijo Juan Carlos y mostrarla y preguntar por él. Y buscarlo, y buscarlo, y buscarlo.
 

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