Entre los mismos militantes del prianismo, priistas y panistas viejos, sobre todo –porque, además, ninguno de los dos partidos puede presumir militancia joven, mucho menos el PRD–, se preguntan ya quién hubiera sido mejor candidato o candidata que Xóchitl Gálvez. Las curvas estadísticas no se han movido desde el año pasado cuando las dos candidatas mujeres se perfilaban para la elección presidencial. Sólidas las preferencias por Claudia Sheinbaum y estancadas las de la señora Gálvez. Y, a menos de un mes de la elección, es definitivo. No parece: es.
Por eso en las mesas, en las conversaciones y los alegatos –donde hasta se pueden perder amigos y distanciar compadrazgos–, los que hace dos meses pensaban que la hidalguense tenía posibilidades de remontar la desventaja que mostraban las primeras encuestas, ahora se hacen esa pregunta que ya no tiene sentido, como todos los hubieras.
Xóchitl no es Vicente Fox, lo aclaró ella en el segundo debate, pero ya hubiera querido un poco de su carisma de ese año 2000, aunque ya como presidente haya transitado su sexenio postrado al PRI, entregado a los grandes capitales y haciendo más grande la brecha entre los más ricos y los más pobres del país.
Tampoco son aquellos tiempos. Lo que ahora es el PRIAN eran en aquella elección siglas separadas, un PAN emergente ante el derrumbe de la histórica “dictadura perfecta”, que supo aprovechar el hartazgo de millones de mexicanos que añoraban un cambio aunque fuera por la derecha, frente a un PRI que se aferró a lo viejo, con un candidato, Francisco Labastida Ochoa, aferrado a estilos decrépitos de un partido que ya se exhibía decadente, en medio de crímenes políticos y escándalos de corrupción, y a una izquierda que apenas empezaba a tomar cuerpo en un partido recién fundado, el PRD.
La gloria de Fox terminó cuando asumió el poder, porque el cambio por el que la gente votó no llegó nunca y, por el contrario, las concesiones al PRI terminaron por fundir a dos partidos y dos ideologías que durante décadas simularon ser distintas pero que, en el fondo tenían la misma raíz y los mismos fines, constituyendo lo que ahora se conoce, y perfectamente definido, como el PRIAN.
Y es eso lo que representa Xóchitl Gálvez en esta elección presidencial. “Yo no soy Fox”, dice –como queriéndose deslindar de ese boquiflojo que terminó siendo marginado hasta por los propios panistas–, pero lo representa. Y representa a Diego Fernández de Cevallos, a Santiago Creel, a Josefina Vázquez Mota, a Ricardo Anaya, a Felipe Calderón, a Enrique Peña Nieto, a Rosario Robles, todos de una trayectoria nefasta en la historia política de este país.
Y como en un México como el nuestro hay hasta para llevar, representa también a los nuevos personeros del PRI, empezando por Alejandro Moreno, Alito. Y a empresarios como Ricardo Salinas Pliego y Claudio X. González ¿Qué puede ofrecer, entonces Xóchitl cuando habla de acabar con la corrupción? ¿Con ellos de la mano?
Si realmente es honrada como presume, entonces, con ese acompañamiento y por eso, se quedó sola. Y si se dio cuenta que así es, ocurrió demasiado tarde. No la dejaron operar para la selección de candidatos –lo cual significa que el poder de su candidatura es ficticio–, no maneja su agenda y, ni siquiera, los ejes de su discurso. Una tragedia para alguien que presume haber sido toda su vida, “independiente”. No tuvo los arrestos para plantearse un deslinde ni como finta, y los mismos que la llevaron a esa representación del cambio y del “rescate” del país, la han encaminado a una derrota inminente.
Y ella misma tendrá que buscar las explicaciones de lo que pasó, porque sus “compañeros” estarán muy ocupados en administrar la cosecha de diputaciones, senadurías, gobiernos estatales, alcaldías… reacomodándose para próximos escenarios, siempre pensando en ellos mismos, no en el país, ni siquiera en sus propios partidos, sino en ellos mismos.
Bola y cadena
ESA ES LA REALIDAD DE ALGUIEN que parecía tener con qué construir una candidatura competitiva, por lo menos. No lo hizo, se perdió entre chistes, disparates y pegadas de chicles en los podios. Nunca una propuesta coherente de la que se hubiera podido desprender un análisis, un debate, porque ni en eso le ayudaron los partidos que la empujaron al ruedo… sin estoque ni capote.
Sentido contrario
EL GOBERNADOR RUBÉN ROCHA MOYA tiene dos años y medio en el poder y los conflictos sin resolver se le siguen acumulando. Siempre, desde su juventud, se le vio involucrado en la política, incluso aquella que se hacía en las calles, con marchas y consignas a toda voz, en luchas históricas contra gobernantes de perfiles autoritarios, como Alfredo Valdez Montoya y Antonio Toledo Corro. Pero también ha sido un académico y un humanista, defensor de derechos humanos, de las libertades, de las autonomías, contra la explotación de jornaleros agrícolas… Un político de cepa, candidato a gobernador dos veces antes de lograr el objetivo, rector de la UAS, senador de la república.
Humo negro
PERO HAY ALGO QUE NO HA ESTADO haciendo bien porque la mayor parte del tiempo lo ocupa en atender conflictos que nadie le ayuda a resolver. Incluso hay temas que no necesariamente representan un conflicto inmediato pero que hablan de una administración que no logra ver el sol. La economía está por los suelos y, de no ser porque se sostiene gracias al narcotráfico —como lo dijo la ex secretaria de Economía, Tatiana Clouthier—, quién sabe cómo le estaría yendo a Sinaloa. Quién sabe qué hace el secretario de Economía, Javier Gaxiola Coppel, aparte de negocios con el propio gobierno. Pero es evidente que no tiene idea de por dónde salir de la zanja en que se encuentra la economía en la entidad.
Artículo publicado el 05 de mayo de 2024 en la edición 1110 del semanario Ríodoce.