A mis 20 y 10

MÉXICO EN 1994. Un país en llamas.

En 1994 era un reportero inicial en el periódico La Hora de Sinaloa, que fundó el periodista Silvino Silva con recursos propios tras la salida de Noroeste. Unos cuantos lo siguieron y a otros los trajo de fuera. Había arrancado con todo, pero el año de mi llegada cada edición era exprimir un bagazo. Tenía problemas hasta con lo más elemental en un impreso: el papel.

La primera nota la escribí a mano en una libreta, no fluían las ideas en el teclado de las primeras computadoras, después transcribí y corregí. Tardé horas para cuatro párrafos. Tenía unas ganas gigantescas y afortunadamente casi ninguna necesidad.

Silvino era un hombre de fe, aun con todo en contra, seguía. Pasaba casi toda la mañana en su oficina viendo temas administrativos y económicos, y exigiendo lo periodístico como si no hubiera ninguna carencia alguna, como debía ser. Acostumbrado a mandar, pasaba instrucciones para casi todo.

Le veía de lejos, como ajeno, porque yo ocupaba mi mañana leyendo los periódicos nacionales que dejaban diariamente en una mesa redonda en la oficina de la jefatura de información. Tomaba notas. Copiaba estilos. Las plumas de aquella Jornada, aquel Reforma, el Economista…todos tenían alguien con quien encontrarse. Las lecturas pagaban mi sueldo.

Iniciaba la carrera de reportero en un país en llamas. El levantamiento zapatista en año electoral, el inicio del Tratado de Libre Comercio, el asesinato del casi presidente Colosio y del cuñado del presidente Salinas, Ruiz Massieu. La gran historia pasaba y llegaba hasta mis manos impresa a la mesa redonda de La Hora; parecía como si todo sucediera cerca pero siempre en otro lado.

Yo iba al Congreso a ver al diputado Palomares del PAN soltarle un chiste socarrón a Oceguera el líder de la mayoría del PRI. La oposición perdía todas de todas con un partido que no cedía un milímetro. Iba a la CANACO y COPARMEX a escuchar lo que el TLC traería a México. Caminaba por calles de mi ciudad que desconocía su existencia e intentaba una crónica. Cubría culturales en la noche, recuerdo un concierto de Beatles en el blues de Betsi Pecanins. Todo era una historia: el vagabundo que me topaba de cuando en cuando, el edificio abandonado.

Un día pensé que había llegado mi hora, me sentí listo: Ernesto Zedillo, sustituto de Colosio, visitó Culiacán. Desatendí el discurso, las porras y el gentío, que eran la asignación para la cobertura. Mejor me encargué de seguir dos maletines que cargaba un hombre de bata blanca. No se alejaba más de cinco metros del candidato del PRI. Zedillo estaba desencanchado, como un pez fuera del agua. Mal orador, de esos que piensan que gritar es arengar; desangelado hasta resultar amargo; pero levantaba los brazos y las porras ensordecían, ese era el guion.

El de la bata blanca, impertérrito, como frente a un programa aburrido o repetido en el televisor, seguramente de tanto rodar por la algarabía que suele acompañar el mitin político. Apenas pasando una puerta trasera del auditorio del PRI una ambulancia con tres paramédicos. Otros que no se despegaban 15 metros del candidato. Incluso en la caravana de autos iba la ambulancia. El de la bata cargaba un resucitador y un maletín médico para cualquier suceso. Esta vez no los tomarían desprevenidos. A Zedillo lo seguía todo lo que a Colosio le faltó.

Margen de error

(Reinventarse) Este país se reinventa cada seis años. No ha cambiado en un siglo. Mientras los revolucionarios se fueron asentando en la silla, a balazos y a dizque votos, se fue cuajando el alegato cíclico donde México queda hecho un guiñapo por los poderosos anteriores y necesita salvación de los nuevos poderosos.

Zedillo, aun de emergente, ganó. El miedo siempre recula.

Fox, el cambio. Ataja al segundo sinaloense que se acerca a la presidencia, pero no la alcanza.

Calderón, el salvador. Cierra el paso al peligro para México. Gana, “aiga sido como aiga sido”.

Peña, el retorno. El Dinosaurio, todavía estaba allí.

Andrés Manuel, la terquedad. En el tercer intento arrasa y aplasta, casi para terminar su presidencia hereda la sucesión.

Es 2024 y de nuevo el país parece un guiñapo. Va desde el destrozo total y la ruina inminente, hasta el discurso de la continuidad, la consolidación de las reformas, la aniquilación de un régimen. Esta vez sí, desmantelar al poder.

En tres décadas, seis presidentes, el escenario político se modificó radicalmente. Pasó de un control casi total del poder por un solo partido, como lo venía haciendo desde la revolución, a la inclusión de otras fuerzas políticas: El PAN, como partido más antiguo, empezó a ganar elecciones. Después la izquierda, durante décadas en la clandestinidad y la ilegalidad, también ganó espacios.

Primera cita

(Irrupción) Y cuando México se definía casi como un país en el bipartidismo, con dos grandes fuerzas, PRI y PAN, y una izquierda con muchos menos espacios pero solo posicionada en algunas ciudades; cuando los procesos electorales alcanzaron normalidad, fueron saneados, sin las sospechas de duda que acompañaron siempre en tiempos del PRI. Cuando se hablaba de normalidad democrática, es entonces que irrumpe en 2018 López Obrador y un partido que él mismo fundó al separarse del PRD. En una elección atípica modifica la composición política del país por completo, y tres años después se apropia de más posiciones, hasta casi conformar un mapa electoral muy parecido al de la hegemonía del PRI.

Mirilla

(La cita) México está en una nueva cita. Otra vez de un lado insistiendo que el país es un guiñapo, un inservible territorio carcomido por la violencia, infestado de corrupción, y este México es, al mismo tiempo, el espacio de la transformación total, donde se le arrebató el poder al dinero y los recursos públicos se usan para emparejar las grandes desigualdades.

A menos de un mes de la elección, de la cita, es casi imposible entender con equilibrio lo que realmente sucede. Incluso para un reportero, treinta años después. (PUNTO).

Artículo publicado el 05 de mayo de 2024 en la edición 1110 del semanario Ríodoce.

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