Malayerba: El regreso

Malayerba: El regreso

Quiero regresar, compa. Regresar a la corporación y hacer dinero. Ahorita todos andan sueltos, libres. No hay pedo. Todo se puede si se quiere y yo quiero.

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Había sido agente de la ministerial. En sus mejores tiempos se dedicó a extorsionar y hasta de asaltante la hizo. Se cubrió con su placa: ahí donde la ven, en forma de huevo, dorada, con el logotipo de la corporación, la charola sirve, saca de apuros, salva.

Su último jale le dio para retirarse. Un asalto a un camión de valores le dejó a él y a sus dos cómplices unos 10 millones de pesos. Se apuró en retirarse, sin broncas ni nada, pues nunca lo detuvieron.

Pero su apuro también fue en gastar y vaciar los costales que había sacado del camión. Ahora quería regresar. El cinismo como estandarte en lo alto de esa sonrisa burlona. Quiero más, quiero lana… es tiempo de regresar.

Una carcajada tronante inundó los cartílagos auditivos de los ahí presentes. Los jefes no quieren broncas, porque ellos mismos tienen sus jefes en la maña. Y los ministeriales andan sueltos, como demonios traviesos, cobrando por aquí y por allá. Por todo y por nada.

Entonces, compa. Entonces el panorama está a toda madre. Todos felices, todos contentos. Yo paro a unos aquí, cobro por cabeza. Lo repartimos: ellos, los detenidos, ponen todo, y nosotros sólo agarramos y agarramos. Vénganos tu reino.

Las cuotas están claras. Y es lo menos que se puede hacer. Fíjate. Puedes parar un carro no más porque te gustó, porque la camioneta tiene vidrios oscuros, placas gringas o porque los batos no te dieron buena espina y ya.

Cuánto te gusta. Un jale de estos te puede llenar los bolsillos con unos diez mil pesos. Es lo menos. Pero si son dos, pues diez por cabeza. Imagínate si son tres o más. N’ombre bato, esto sí es negocio. Es la gran vida.

Y deja que te cuente. Si se trata de los que tiran droga. Uno los conoce, uno sabe. Vas por ellos y les dices, los cuenteas, un cateo. Y se cagan los batos. Porque ellos saben y tú sabes, pero creen que nunca les vas a caer. Que todo está apalabrado.

Y tú llegas y le dices vamos a catear, bato. Compadre, ni modo, ni pedo, te tocó. Son órdenes superiores. Me mandaron los jefes. Y sopas perico, que lo apañes, lo tuerces. Y para dónde se hace, no tiene opción.

A este jale le puedes sacar todavía más lana. Al puchador simple y sencillamente lo subes, te lo llevas. Un levantón bato. Ahí, no más con este jalecito, puedes ganar unos veinte, treinta mil. Y te va mejor si vas solo, bato. Porque puedes hacerlo solito este jale.

Estos jales son mejores de noche. De noche olvídate. Porque de día la tarifa baja un 50 por ciento. Y si te toca andar con los federales todavía es peor. Ni me digas: los batos son poquiteros, ellos cobran para el refresco, el pollo, el café.

Imagínate. Trabajar en los operativos, en la calle, los retenes. Andar en chinga, en la calle, bajo el sol. Y hacerlo por treinta pesos, cincuenta, cien pesos. No, así no se hace. Así no le entro.

A mí que me manden a la calle. Que me manden solo, solito. Y ya yo hago mis chambas. Aunque la neta bien puedo aceptar a un compañero. Pero que quede ahí, nadie más. Luego ya no alcanza el botín.

Por eso quiero entrar, regresar. Nadie pide cuentas ni supervisa. Los jefes no salen de sus oficinas. Ni se enteran, compa. Tons qué, comandante, qué me dice. Ándele denos entrada, somos unos cincuenta, cincuenta polis que queremos entrar.

Ándele, denos chansa. Al cabo nadie se va a enterar.

Artículo publicado el 05 de mayo de 2024 en la edición 1110 del semanario Ríodoce.

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