Malayerba: Busco narco

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Mujer sola. Guapa y joven. Simpática, agradable y jaladora. Con apenas un inconveniente: sus dos hijos. Así parece decir ella, con esa mirada esperanzadora. Sus ojos no ven la luz del otro lado del túnel oscuro y patético: una soledad que parece devorarse sus mejores años, a sus treintaitantos, y una rutina más terca que los días nublados y las equipatas de diciembre y enero.

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Y sí, es una mujer indudablemente guapa. Alta y morena, pelo lacio. Molde de la mujer culichi: generoso patio trasero. unos cerritos frontales 34-B, y ese andar que parece ofrecer sus caderas desde la otra acera.

Pero sola. Muy sola. Y sin lana. Sus dos hijos son más que su única compañía. Los gastos de la escuela, la ropa y alimentación le recuerdan que no le alcanza el dinero que gana vendiendo joyería. Y que por lo tanto necesita quién le ayude a mantenerlos.

Ella se reparte entre ese trabajo que la lleva a buscar a sus clientes a sus negocios, trabajos y casas, y la atención a los niños, sus tareas y necesidades. Pagar para que se los cuiden y los recojan de la escuela no ha sido mala idea. Pero cuesta.

Eso la ha llevado a comentarles a sus amigos. A insistirles, machacarles a sus amigas, clientes y otros conocidos: me urge un narco, de esos que son generosos, no importa que tenga esposa, para que esté conmigo y me mantenga.

Quiero uno que no esté muy viejo. Que me financie viajes a las playas del país y al extranjero. Que me lleve de compras a jiuston y me dé para los niños. Que me le tenga una camioneta del año en la cochera del departamento y me envíe gigantescos arreglos florales en su cumpleaños.

De esos que sueltan la lana. Que dejan los bultos de billetes en las bolsas de la ropa que regalan. Que sea buena onda. Y que la vea de vez en cuando, no le hace.

Era su cuento eterno, de hadas. Me urge un narco. Ya parecía que lo ponía en la televisión, en los servicios sociales de canal tres. O en los anuncios clasificados de los periódicos locales: se solicita un narco, buena presentación, buen billete, buena onda. Informes…

Fue tal su insistencia que un día el pez gordo picó, mordió el anzuelo. Se lo presentaron en una fiesta. Ambos sabían del encuentro y ninguno perdió la oportunidad: salieron de ahí juntos y nada se supo de ellos hasta el día siguiente.

El motel les había sentado bien. Las sonrisas de sandía marcaban sus rostros. Ella contó a pocos los detalles de la noche aquella. Pero el saldo todavía era flaco: un fajo de billetes en el pantalón, dos orgasmos y la promesa de que se volverían a ver.

Le mandó flores aquel 14 de febrero. Un ramo que apenas cupo por la puerta. Muchas promesas de días de fiesta y viajes, carros, casas y un nuevo teléfono celular. Él sabía de la necesidad de ella y la quería explotar.

Siguieron a este encuentro los mensajes por teléfono celular y una que otra llamada. Y luego ni eso. Fuego fatuo. Miró a sus hijos de vuelta, en medio de sus actitudes demandantes. Lo mismo: escuela, ropa, comida y regalos de cumpleaños.

Pero no quería verlos como un lastre. Nada estaba resuelto. Una noche motelera no era para ella. Además duraba muy poco. Y de nuevo sola, solicitante de narcos: uno, uno nada más, que la saque de aquí y la lleve allende las fronteras. A jiuston. Nada más.

Artículo publicado el 05 de junio de 2022 en la edición 1010 del semanario Ríodoce.

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