AMLO y el ‘NYT’, desatinos por todos lados

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Sigue el presidente de la república reaccionando con desparpajo (debe estar seguro que eso no afecta su investidura) ante las publicaciones que lo involucran en acuerdos con los grupos del crimen organizado. Por lo pronto, las notas previas de Tim Golden y de Steve Dudley, ProPublica e InSight Crime, sobre los presuntos apoyos del Cártel de Sinaloa a su campaña presidencial en 2006, y la que publicó The New York Times, sobre el mismo tema, pero ahora para la campaña de 2018 y aún después de ella, ya como presidente de la república, han tenido un primer impacto en su estabilidad emocional. Lo tuvieron las primeras, hace 15 días, y lo tuvo la del Times, a pesar de que, en todas ellas, se aclara que la información no pudo ser corroborada (fuentes anónimas, testigos protegidos, documentos que no se muestran…)

Las reacciones se han viralizado por razones obvias: estamos en una coyuntura electoral histórica y se juega, parece fácil decirlo, el futuro del país. Si va a impactar o no en el proceso electoral parece lo más importante para muchos, pero no el tema de fondo, es decir, si es verdad que tuvo esos acuerdos y qué implicaciones habría tenido entonces y ahora, siendo ya presidente del país.

En el caso más reciente —la nota del Times—, fue tal la reacción de AMLO, previa a que esta se publicara, que la atención se ha estado fijando no en la nota, sino en las furibundas respuestas del presidente. Conociendo su capacidad de apropiarse del debate nacional, no sería de locos pensar que lo hace a propósito. Primero con Tim Golden, que suscribió el reportaje de ProPublica —sobre todo contra él— y ahora contra The New York Times, al que llama “un pasquín” y, ante lo cual, alguien cuerdo solo puede soltar la carcajada.

Antes de que el NYT subiera la nota a sus plataformas, AMLO dio a conocer en la mañanera del jueves un cuestionario que la jefa de la oficina del diario en México le hizo llegar con preguntas sobre el tema que, le advertía, sería publicado. Por supuesto negó todo mientras leía cada una de las preguntas, pero lanzó, al mismo tiempo, una andanada de ataques al medio y exhibió a la periodista mostrando hasta su número telefónico, exponiendo su seguridad personal en el país más inseguro para los periodistas en el mundo (después de los que están en guerra).

Hay una ley federal de datos personales que debiera garantizar que nadie, mucho menos desde el poder, pueda violar sin sanción; para eso se creó, en el centro el ciudadano y la privacidad de sus datos personales. Pero al día siguiente, al ser cuestionado sobre las razones que lo llevaron a revelar su número telefónico, si lo hizo por descuido, por error, el presidente dijo que no, que lo hizo a propósito porque tenía derecho a defenderse y que, si eso le afectaba a la periodista, que cambiara de número. Y el colmo: que antes que esa ley, estaba la “autoridad moral del presidente”, y que ninguna ley estaba por encima de la libertad. Ya había dicho en otra ocasión que “a mí no me vengan con eso de que la ley es la ley”.

En la mañanera del viernes fue no solo despótico y amenazante. También lució patético: “se creen bordados a mano… bájenle una rayita”. El presidente de la república frente a una periodista, Jésica Zermeño, de Univisión, que solo estaba haciendo preguntas. El hombre más poderoso de este país (si no es que es el Mayo Zambada), ensañándose con una reportera que, sea dicho en su honor, fue tan valiente como David, solo que no traía una honda, sino un micrófono.

Bola y cadena
Y ESE “BÁJENLE UNA RAYITA” FUE para todos, y es una amenaza que viene del mismísimo presidente de la república —del demócrata, del juarista, del maderista, del humanista, del revolucionario—, para todos los medios y periodistas que cuestionan no al poder, porque siempre lo hicimos y les encantaba cuando estaban en la oposición, sino a este poder. No al de derecha, no al de izquierda, no al del centro, no al de ultraizquierda o al de ultraderecha, no a gobiernos pusilánimes, o autoritarios, corruptos, malandrines… sino al poder que representa un hombre que cree que, por su autoproclamada “autoridad moral”, está por encima de las leyes, de la constitución, de las instituciones. Y que puede hacerlo, lo hace todos los días, impunemente.

Sentido contrario
EN EL PERIODISMO HAY QUE “atreverse a pensar, a cuestionar, a protestar”. Eso pensaba y decía y escribía Manuel Burgueño Orduño, –sonorense pero mazatleco por adopción—asesinado el 22 de febrero de 1988, hace 36 años. Era periodista. Muy crítico, profundo, rasposo con sus notas y sus análisis en su columna Crisol, que publicaba en El Sol del Pacífico, y en su periódico Deslinde, de cuatro o seis hojas mimeografeadas que vendía y regalaba mano a mano, a veces en tinta negra, a veces en tinta sepia, qué le importaba a él, lo importante era publicar y que lo leyeran. Periodistas como la muchacha que el viernes cuestionó al presidente sin intimidarse, incluso entristecida por las respuestas del que tal vez esperaba otra reacción, hacen honor a la escuela de Manuel Burgueño, cuyo crimen quedó impune.

Humo negro
PRECISAMENTE POR LA COYUNTURA electoral que vivimos en México es que notas como las publicadas recientemente debieran ser más sólidas, con fuentes de carne y hueso y documentos que las respalden y que puedan ser consultados. El tribunal que constituyen los lectores y seguidores de plataformas noticiosas en el mundo es más exigente que el que conforman un jurado, un juez y un fiscal en una corte. Las notas del NYT, de ProPublica y de InSight Crime, tienen un tronco común, la DEA y por ello mismo los periodistas y los medios debieron ser más exigentes a la hora de decidir publicar, habida cuenta los desencuentros que se han registrado entre el gobierno de AMLO y esta agencia. Si hubo dolo en la filtración de “testimonios” contra el presidente de México, no tendríamos porqué dudarlo. Y, en todo caso, había que seguir escarbando.

Artículo publicado el 25 de febrero de 2024 en la edición 1100 del semanario Ríodoce.

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