Hay una frontera casi invisible entre la verdad y la interpretación de hechos delincuenciales que frecuentemente el analista político llena con sus preferencias políticas o con ciertas dosis de ideología.
La filtración que la DEA (Administración de Control de Drogas) habría realizado sobre los ingresos en la campaña del hoy presidente López Obrador en 2006, ha provocado un debate en torno a los artículos de los periodistas norteamericanos Tim Golden de ProPública, Steven Dudley de InSight Crime y Anabel Hernández, periodista de investigación mexicana que colabora con varios medios, van desde la descalificación ex ante hasta la exaltación de los hallazgos.
La descalificación mayor ha venido desde el púlpito presidencial donde López Obrador ha despotricado contra la DEA y ha exigido una disculpa al presidente Biden que no ha tenido acuse de recibido más allá de lo dicho por Alicia Bárcena, la secretaria de Relaciones Exteriores, cuando afirmó: “Este es un tema que ocurrió en 2006, y todas las investigaciones que hicieron en Estados Unidos fueron cerradas y no hubo ningún tipo de delito ni consecuencia de ello”.
Por, lo tanto, se dirá, no había porque pedir disculpas, sin embargo, está el hecho de la filtración y sus entrelíneas que dice mucho y que perfectamente podría responder a una estrategia de presión sea en los asuntos de interés bilateral como en los propiamente políticos que tienen que ver con la continuación de las políticas de seguridad en la llamada Cuarta Transformación.
La filtración de marras fue un regalo a la oposición que de inmediato se dio a la tarea de exaltarlo de manera que fuera un recurso que ayudara a su proyecto político y a su candidata presidencial, sus exponentes en las redes sociales, los medios de comunicación y partidos políticos y organizaciones afines estuvieron durante varios días estableciendo puentes con la violencia que se vive en varios estados del país generando una mayor tensión política.
Xóchilt Gálvez en su viaje reciente a Estados Unidos le dio vuelo al tema en los foros que fue recibida por académicos, empresarios y políticos, de manera que este ya está sembrado o mejor se resembró porque ¿quién puede argumentar en contra de que la violencia no es producto de la libertad con que se mueven los miembros del crimen organizado gracias a la política de seguridad de “abrazos no balazos”?
Y eso, habrá de tener un rédito político, sobre todo en segmentos de población que están hartos de la violencia o están sufriendo los daños que ocasionan en sus familias y patrimonios.
Ahora bien, el gran defecto de esta singular polarización radica en que unos y otros defienden tácita o explícitamente sus intereses; entonces, no se trata de llegar a la verdad verdadera sino colonizar al lector y que ese “neochairismo” se repita hasta el cansancio incumpliendo así, una tarea tácita en el periodismo que es la pedagogía, la explicación puntual de los hechos observados para que el lector llegado el momento tome sus mejores decisiones políticas.
Y es que reducir los hechos a una trinchera política necesariamente obnubila la comprensión de la realidad, al colonizador de conciencias no le importa comprenderla sino aprehenderla para sus propios fines y fijaciones ideológicas.
“Si la realidad no se ajusta a mis convicciones, peor para la realidad”, pareciera ser el mensaje implícito en esta guerra de posiciones.
Afortunadamente, el mundo es mucho más que estás visiones interesadas e incapaces de comprender la complejidad de la política que evidentemente no se reduce a blanco o negro.
Cuando eso sucede la dimensión es otra y los recursos que ofrece la ciencia política son muy generosos, simplemente, un ejercicio de teoría de juegos permitiría comprender las estrategias que llevan a cabo los actores políticos influyentes de manera de avanzar en sus propósitos y en eso, cabe perfectamente, la filtración de la DEA.
Que no puede verse desde la moral como un “ejercicio maloso” sino como jugada de la política estadounidense, igualmente, la teoría de la elección racional nos permite procesar las reacciones de los ciudadanos frente a estas estrategias que llevan irremediablemente a lo que se conoce como el “dilema del prisionero”.
Es decir, en una atmosfera cargada de dinamita mediática, los ciudadanos se mueven en clave de incentivos de participación en este caso una elección donde, como vemos, la gente se pregunta si vale la pena salir a votar por tal o cual candidata; por tal o cual partido o coalición, sí el riesgo de hacerlo es alto como lo advierten sorprendentemente las propias autoridades electorales.
Pero, para qué verlo así, dirán “los que saben”, los que tienen información y colonizan lectores que se dejan.
Artículo publicado el 11 de febrero de 2024 en la edición 1098 del semanario Ríodoce.