Humanidad

FRANJA DE GAZA. Víctimas inocentes.
FOTO AP/ABED KHALED

La capacidad para sentir afecto, comprensión, o solidaridad hacía las demás personas, es el significado de humanidad que ha perdido la batalla contra el yo, el mí, el egocentrismo por delante; primero yo, mi familia, mi raza, mi banda, mi país, mi religión; los demás “que se rasquen con sus propias uñas”.

Pruebas: hay dos guerras regionales con altísimos costos humanos, sobre todo de víctimas inocentes, en curso como diez guerras más que casi pasan desapercibidas. La maquinaria de la guerra avanza y arrasa todo a su paso, la industria militar aumenta sus ganancias, los políticos de las naciones más poderosas aprueban más y más carretadas de dinero para la compra de armas, cada vez más sofisticadas y modernas; la gran mayoría de muertos, mutilados y heridos siguen siendo niños, mujeres y ancianos.

La humanidad se ha perdido y cada día se pierde más, predomina la deshumanización. La globalización de la información permite a todos ver en vivo y directo los bombardeos, la destrucción de ciudades, edificios, viviendas, las muertes, los cadáveres y mutilaciones. Sin que haya ningún filtro o limitación, todo ello está abonando a formar una subconsciencia y subcultura de muerte y destrucción que más temprano que tarde estaremos pagando con una mayor descomposición social y moral. Lo que debiera ser el “Gobierno de gobiernos mundial”, la ONU, sirve de tapadera para desmanes y genocidios. Ahora mismo su máxima autoridad, el Consejo de Seguridad que pedía establecer “pausas humanitarias” para entregar ayuda vital a millones de personas en Gaza fue vetada por Estados Unidos.

La guerra no está lejos, no es ajena a nuestra vida diaria; cuando ponemos nuestro interés por encima de todos los demás, cuando lo único que importa es nuestro beneficio y nuestro enriquecimiento por encima del dolor y la miseria ajena, cuando ponemos delante nuestro prestigio, nuestro cargo, nuestra personalidad; es un hecho que estamos en “guerra” contra los que puedan hacerle “sombra” o amenazarla; estamos dispuestos a pelear, alegar, pegar y, en su caso, hasta matar por defender lo “nuestro”, perdimos la humanidad. Así estamos contribuyendo a esas guerras, a ese odio que se desencadena por todo el planeta. Todos y todas somos parte de esta maquinaria que conduce a las guerras y la destrucción. La diferencia entre esto que somos y un ruso, un ucraniano, un israelita, un palestino, un narco sicario; es de grado, de religión, del tipo de armas, banderas y justificaciones, pero, en esencia, es el mismo interés de ser y tener más.

Cuando domina el poder del dinero, la lógica del capital, dirían en mis tiempos, acumular compulsivamente, poco importa si es destruyendo gentes viviendas y ciudades, manchando honras, envenenando jóvenes y familias, saqueando y destruyendo la naturaleza; en el fondo prevalece la misma visión explotar, abusar, utilizar todo y a todos para nuestro beneficio particular.

¿Qué revolución, qué transformación pondrá fin a este modelo de vida que predomina en el mundo, que es común a la gran mayoría de hombres y mujeres del planeta?

¿Habrá un cambio que haga posible poner fin a esta barbarie que es cada día más fuerte y dominante?
¿Llegará un líder, un “mesías”, que nos muestre el camino y nos “convenza” de hacer frente y abandonar este infierno?

Claro que no, somos los únicos responsables de nuestra vida, de nuestro presente y de nuestro futuro; nadie vendrá a salvar y rescatarnos para ir a un mundo nuevo y diferente.

Ver la realidad, la vida, lo que somos, pensamos y hacemos tal cual es; sin disculpas, sin justificaciones, disfraces ni tapujos, sin engañarnos. Ver lo que somos y, luego, la familia, las amistades, las relaciones y la sociedad que “ayudamos” a crear. Y si no nos gusta, cambiemos, rompamos totalmente con el modelo de vida que tenemos; pero no poco a poco, hoy algo y dejamos para mañana otro poco. No, si algo nos daña, contribuye a un mundo que no queremos, no hay que convencer a los demás para que cambien y hagan lo correcto, uno tiene que hacerlo hoy de manera completa e integral. No hay ningún modelo, ni mandamientos a seguir.

Si nuestra vida es un desorden, una lucha sin fin, si con ella contribuimos a que haya guerras, pequeñas y grandes, cambiemos radicalmente de una vez y para siempre. Que los demás cambien o no, es su responsabilidad; la mía, es transformarme y, tal vez solo así, cambie mi entorno, “mi mundo”.
Ninguna recompensa me dará esa transformación, no habrá diplomas, ni distinciones al poner fin a mi aportación a las guerras de la humanidad. Solo recuperar a plenitud mi humanidad, acceder a una nueva forma de vivir y ser humano.

Si, en cambio, estamos conformes y bien a gusto con nuestro entorno, con nuestra vida, nuestras relaciones y nuestra sociedad; aunque regularmente nos “escapemos” con las drogas, el alcohol, los “placeres” de la vida, o cualquier otra evasión que nos “duerma” y anestesie, aunque sea momentáneamente; que siga la vida, no es nuestro “pedo” que la humanidad y nosotros con ella, se derrumben.

Artículo publicado el 22 de octubre de 2023 en la edición 1082 del semanario Ríodoce.

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