Son buenas noticias que en Culiacán se inaugurará una feria del libro. Ya existe una en Mazatlán organizada por la UAS y otra en Ahome, desde hace muchos años. La mejor en Sinaloa, que dejó huella profunda, ha sido la Feliart (Feria del Libro y de las Artes de Mazatlán), que dirigió durante casi 15 años José Luis Franco Rodríguez, hasta que lo venció un mal irreversible. Desfilaron por esa feria, escritores de gran calado nacional e internacional. Allí conocí a Alejandro del Río, Rius, cliente frecuente de la feria. Luis Alonso Enamorado y un grupo de activistas quisieron revivirla en 2019, pero se opuso el obtuso alcalde de entonces, Luis Guillermo Benítez Torres, que luego daría más muestras de su profunda pequeñez, por decir lo menos.
La gente y muchas instituciones, los medios, debieran “prenderse” con la iniciativa que ha tomado el alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez, y ayudar a desarrollarla para que, con los años, pueda crecer y fortalecerse y perdurar y no morir. Hacer de ella una institución de tal forma que, llegue quien llegue a la alcaldía, la feria se lleve a cabo. Que no ocurra, por ningún motivo, lo que en Mazatlán.
He estado varias veces en la Feria internacional de Libro de Guadalajara y es prácticamente imposible contar el impacto que ha tenido en las comunidades escolares, académicas, literarias, sociales; incluso vista como una gran oportunidad de negocios para quienes participan en ella de una forma u otra. Lo de Culiacán tiene especial importancia porque desde hace años no tenemos siquiera –y eso es de abominarse– una biblioteca pública.
Es un mito que ahora los jóvenes no buscan libros y que buena parte del conocimiento lo buscan en las aulas y en las páginas web y otras plataformas digitales. He visto a mis hijos mirar tutoriales en YouTube para aplicar algunas materias, pero también concentrarse en la lectura de libros cuando los tienen a su alcance. Es indescriptible la emoción que se observa en miles y miles de niños y jóvenes por los pasillos de la FIL buscando con voracidad libros para leer. O madres y padres que buscan un descanso para leerle a su hija o hijo un libro que acaban de comprar. Es otro mundo, pero hay que crearlo. Es posible.
El jueves presentamos en la FIL la edición conmemorativa de Ríodoce dedicada a Javier Valdez, el Bato, en el marco del Encuentro Internacional de Periodistas, y apoyados por la escritora Celia del Palacio, coordinadora del Observatorio sobre la Libertad de Expresión y Violencia contra Periodistas, de la Universidad de Guadalajara. Por allí anduvieron reporteros y colaboradores de Ríodoce y no podía faltar Cruz Hernández, el maestro de preparatoria que fundó hace 20 años el Club de Lectura La Hojarasca y lleva a cabo, desde entonces y año con año, jornadas literarias y culturales que no tienen par en ninguna parte del país. La iniciativa del profe Cruz despertó la curiosidad del cineasta Óscar Blancarte, que realizó el documental Voces corales de mi Pueblo; las imágenes fueron tomadas cuando al profe tuvo la excepcional idea de congregar al pueblo entero de Recoveco, Mocorito, niños, jóvenes y viejos, ejidatarios, maestros… para leer ininterrumpidamente Cien años de soledad, tarea que le llevó 19 con 50 minutos. El propio Óscar haría años más tarde su película La Promesa, basada en la misma iniciativa del profe Cruz.
Cuando anunciamos en Ríodoce que presentaríamos en la FIL el libro sobre Javier, titulamos “Javier Valdez regresa a la FIL” porque el Bato se había convertido en una presencia indeleble; igual que presentaba alguno de sus libros que participaba en mesas donde se discutían los problemas de hacer periodismo en contextos tan violentos. Pero como dijo Raúl Torres, otro periodista que nos acompañó en la presentación y cuyo texto llevamos en esta misma edición, “este libro no debería existir, no aún, no de esta manera, porque Javier debería estar físicamente vivo (que conste que digo “físicamente”, porque creo que de otras formas el bato sigue vivo y entre nosotros)”.
Bola y cadena
EN CIUDADES Y PUEBLOS como los sinaloenses, estos eventos debieran multiplicarse. La descomposición social que nos han traído la proliferación de las drogas y la presencia del crimen organizado cada vez más explícita y cada vez más difícil de combatir por el gobierno, necesita antídotos, contrapesos, y uno de ellos puede ser el desarrollo de formas culturales que se ofrezcan como alternativas sobre todo para las y los jóvenes.
Sentido contrario
EL GOBIERNO NORTEAMERICANO sigue haciendo su fracasada guerra contra las drogas como lo ha hecho siempre, con sus reglas, sus métodos, a su conveniencia. La semana pasada nos enteramos de que Edgar Valdez Villarreal ya no figura en los registros del Buró Federal de Prisiones de los Estados Unidos. No es que esté libre y tampoco que lo hayan sacado para llevarlo al médico… esto es una falacia. La Barbi va a testificar contra Genaro García Luna, un hombre que, de no pasar algo extraordinario, pasará el resto de su vida en una cárcel.
Humo negro
Y ES MUY CONVENENCIERA ESTA “GUERRA” porque los propios gringos saben hasta dónde pueden llegar. No es improbable que el ex presidente supiera de las negociaciones de Genaro García Luna con algunos grupos del narco y, si no se metió, el solo hecho de saberlo lo volvía un cómplice de estos pactos turbios que contribuyeron a la expansión de estos grupos criminales. Pero los gringos saben justamente dónde detenerse. Así ha funcionado su sistema durante décadas de “guerra”, y no parece que vaya a cambiar nada por ahora.
Artículo publicado el 04 de diciembre de 2022 en la edición 1036 del semanario Ríodoce.