Sigue presente el espíritu de Molina en la ciudad

LA CASA DE LUIS F. Molina. Ruinas del pasado de Culiacán.

A Luis F. Molina se le debe la construcción de las obras más emblemáticas de Culiacán; algunas reconstruidas otras destruidas

El espíritu de Luis F. Molina, el arquitecto que delimitó el trazo urbano de Culiacán, aún sigue presente a pesar de que la mayoría de sus edificios fueron modificados o abandonados.

No ha habido, hasta el momento, nadie más consecuente que él, que haya aportado tanto a la ciudad. A Molina, indicó Martín Sandoval, podrán acusarlo de lo quesea pero los edificios más emblemáticos y la nomenclatura, la ciudad se lo debe.

Puede sentirse al recorrer la Plazuela Rosales, el edificio que hoy ocupa el Instituto Sinaloense del Deporte, la Universidad Casa Blanca, la planta alta del Museo de Arte de Sinaloa.

También al recorrer el Centro de Idiomas; la que fuera la casa de Mariano Martínez de Castro, entre Donato Guerra y Antonio Rosales, hoy una casa de empeño.

Los arcos ubicados bajo el puente sobre el río Tamazula, añadió, fueron tan bien hechos que ahí persisten como vestigio de la historia.

Del Santuario resisten las bóvedas, el remate de Catedral, el reloj que sostiene la figura de San Miguel, hablan de la maestría que imprimió Molina.

El también arquitecto señaló que no queda más que llorar por el derrumbe del que fuera el Teatro Apolo, su maestría era impresionante.

Artífice en la ciudad

Desde principios de 1890 y hasta finalizar el porfiriato, Molina se convirtió en el artífice de la transformación urbana de la ciudad.

Sandoval indicó que,al arribar a Culiacán, no inició de manera inmediata el teatro para el que fue contratado. Prestó sus servicios como ingeniero en el Ayuntamiento.

“Como urbanista su propósito fue recuperar la vieja traza castellana que en el transcurso del tiempo se había perdido. Esta actividad le permitió familiarizarse con la problemática urbana arquitectónica de la ciudad”, explicó.

También, añadió que participó en la construcción del puente Cañedo, el primero de la ciudad, hoy llamado Miguel Hidalgo. Se trató de la obra urbanísticamente hablando más importante.

Como arquitecto diseñó y construyó el espacio para la colocación de un reloj en el Palacio de Gobierno. Fue promotor en la creación de estatuas de los próceros de luchas como Ramón Corona y Antonio Rosales.

En su afán por embellecer la ciudad impulsó la creación de viveros, no solo de plantas de ornato, sino de árboles frutales de mango y naranjos.

Ante la serie de movimientos revolucionarios que azotaban al país, tiene que huir de la ciudad de la que había sido el principal artífice.

El abandono

El estudioso de la obra de Molina señaló que ha sido patético el abandono a su aporte. No ha habido sensibilidad política para que los gobiernos valoren su obra.

“Queda su espíritu, considero que un 50 por ciento de su obra más emblemática, y no tenemos muchas esperanzas de que se rescate, seguimos gritando en el desierto la cultura,el INAH con sus simulaciones”, señaló.

“A donde volteemos se van dejando podrir los espacios, pero como urbanistas queda el trazo que le dio a la ciudad, la nomenclatura”.

También queda esa casa en la que vivió, una de las más emblemáticas del centro histórico de Culiacán, ahora en ruinas, convertida en memoria. Ahí vivió Luis F. Molina, por la calle Antonio Rosales.

Artículo publicado el 02 de octubre de 2022 en la edición 1027 del semanario Ríodoce.

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