Nada de lo que dijo el presidente en Sinaloa este fin de semana me llamó tanto la atención como eso de que, como la producción de mariguana y amapola en la sierra de Badiraguato ha disminuido porque ahora lo que se está usando para envenenar a los jóvenes es el fentanilo, hay que impulsar los programas sociales.
Así, el presidente de la república, en un discurso improvisado durante un acto para “supervisar” los avances de la carretera Badiraguato- Guadalupe y Calvo, normalizó la siembra de enervantes. ¿”De qué va a vivir la gente?—se preguntó—tenemos que impulsar el Sembrando vida y esos programas”.
Fue un posicionamiento extraño el del presidente. Sobre todo porque se ha opuesto a la despenalización de la mariguana, tema que, a pesar de las grandes expectativas que se crearon, camina a paso de tortuga. Ahora reconoce, en la mismísima cuna del narcotráfico, que de la siembra de mariguana y amapola ha vivido mucha gente durante más de medio siglo, pero no ha tenido el valor de impulsar una estrategia de incorporación de estas actividades a la vida legal. Y esto a pesar de que la despenalización ha avanzado no solo en algunos países de América Latina y Europa bajo diversas modalidades y grados, sino en el mismísimo corazón del consumo de drogas que es Estados Unidos.
Y no lo hace porque es profundamente conservador. “Liberal” –para ajustarnos a sus etiquetas—fue Lázaro Cárdenas, quien sí se atrevió a descriminalizar el consumo de drogas bajo una concepción del problema que ha sido el eje motor de las reformas en los Estados Unidos sobre este tema y que consiste básicamente en una política de reducción de daños.
Ahora, darle a la gente de la sierra más apoyos está muy bien, pero eso no significa que van a dejar de sembrar mariguana y amapola –lo harán mientras haya mercado así sea pequeño– y menos que los alejará de la tentación de que ahora se dediquen a la producción de drogas sintéticas, fentanilo y cristal, sobre todo. Es autoengañarse. Las sierras de Badiraguato, Choix, Cosalá, San Ignacio, Concordia, El rosario… están llenas de laboratorios. Y los montes, y los valles, y las colonias y fraccionamientos de nuestras ciudades. ¿No lo sabe el presidente? ¿No lo sabe el secretario de la Defensa? Por supuesto que lo saben. Las actividades de los cárteles han estado mutando en la misma medida que muta el mercado. Hace muchos años hubo resistencia de algún capo sinaloense a entrarle a la producción de cristal pero al final tuvo que hacerlo. Y ahora seguramente hace lo mismo con el fentanilo: business are business.
Dijo el presidente que apoyar con programas no significaba que se dejaría de combatir el narcotráfico, pero en los hechos el mensaje es otro. Es verdad que hay decomisos, siempre los ha habido, pero también es cierto que las organizaciones criminales se han fortalecido en los casi tres años que lleva al frente del país: se han apropiado de más territorios, muestran un poder de fuego mucho mayor y los retos contra el Estado no habían alcanzado los niveles de ahora. Y todo ante los ojos contemplativos de la Marina y del Ejército.
Por lo pronto las cosas no van a cambiar, eso es un hecho. Andrés Manuel López Obrador nunca tuvo una idea clara de qué hacer contra el poder y la expansión del crimen organizado. Parapetó esa idea de “abrazos no balazos” en una retórica “pacifista” que igual que la declaración de guerra de Felipe Calderón, produjo más violencia y más muertos. Durante los sexenios anteriores se dejó crecer el problema pero también bajo este gobierno. Se alega mucho que esto viene del “periodo neoliberal”, incluso con eso se defiende el presidente, pero no se puede navegar con esa banderita toda la vida. El problema ahora es de un gobierno que prometió el cambio y uno de los retos principales fue reducir la violencia y combatir al crimen organizado. Y nada de esto se ha cumplido. Por el contrario, hay quienes piensan que hay que sentarse a la mesa con ellos y negociar condiciones. Otros lo hicieron y terminaron con los bolsillos llenos de dólares. Ahora se plantea desde una perspectiva “realista”. Ya veremos.
Bola y cadena
UNO DE LOS QUE TIENEN ESA VISIÓN “REALISTA” es el gobernador electo, Rubén Rocha Moya, –oriundo de Badiraguato, tal vez por ello—y ya habrá oportunidad de que exponga con mayor amplitud sus concepciones al respecto. Por cierto, en la visita del presidente se rompieron las formalidades, pues Rocha Moya estuvo desde la llegada del presidente al aeropuerto hasta el evento de Badiraguato. Es gobernador electo, es cierto, pero nada más. Y apareció en todos lados, incluso a veces en un plano más importante que Quirino Ordaz.
Sentido contrario
PENSABA QUE, O UNO TIENE prisa por gobernar, o el otro tiene prisa por irse, pero no, el presidente lo justificó así: “En la reunión que sostuvimos de seguridad tanto el gobernador Quirino Ordaz como también el gobernador electo Rubén Rocha, me acompañó, porque está buscando una transición ordenada, reconciliación… “.
Humo negro
EL CONTAGIADO YA NO ES EL AMIGO DE LA PRIMA o el familiar que está lejos. Antes sabíamos de casos allá, casi siempre la distancia de por medio. Ahora tenemos enfermos en el primer círculo, en el trabajo, en la casa, nosotros mismos. Nos pasa a todos. La nueva cepa, la Delta, llegó como tsunami a nuestras ciudades y pueblos. Ni el gobierno ni nosotros hicimos lo necesario para disminuir los riesgos. Y estamos pagando caro el desdén, la ignorancia y la soberbia. (Justo cuando escribo esto, leo que el viernes, al estadio de futbol de Mazatlán, entraron 4 mil 500 aficionados a ver un juego. En semáforo rojo y en pleno ascenso de los contagios.
Columna publicada el 01 de agosto de 2021 en la edición 966 del semanario Ríodoce.