Cine: ‘El baile de los 41’

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Si se pudiera resumir El baile de los 41 (México/2020) en una sola palabra, sería aburrida. La película dirigida por David Pablos podría presumir de su diseño de producción, que recrea de manera impresionante y precisa el contexto del México de principios del siglo pasado (al menos, el que se jactaba de vivir bien y el de la clase política en tiempos de uno de los presidentes más controversiales del país), pero tiene menos qué decir de la originalidad y la creatividad al estructurar su historia.

La única condición del presidente Porfirio Díaz (Fernando Becerril) a su yerno Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera), para darle una diputación, es que haga feliz a su hija Amada (Mabel Cadena). No obstante, las constantes salidas de Ignacio por la noche, su nueva amistad con Evaristo Rivas (Emiliano Zurita) y su participación en una alocada fiesta, lo llevan a poner en riesgo su promesa.

Indiscutiblemente, la película disponible en Netflix también destaca por su exacto e impresionante maquillaje y vestuario; por su puntual fotografía a cargo de Carolina Costa; y por lo bien caracterizados de sus personajes, pero se queda corta en otros aspectos fundamentales. Por ejemplo, las actuaciones son muy planas: tanto Herrera, Cadena y Zurita, mantienen las mismas expresiones la mayoría del tiempo; en ocasiones, el sonido no es claro y no se entiende lo que se dice.

Sin embargo, la falla más significativa del filme escrito por Monika Revilla es que la historia se limita, principalmente, en la anécdota del baile y la leyenda de ese dudoso conteo de sus asistentes (una mitad vestidos de “hombres” y la otra de “mujeres”) –aquí surge el miedo al 41 y por qué los mexicanos relacionan el número con la homosexualidad, al grado de que algunos varones suelen saltar de los 40 a los 42 años, por el “riesgo” de quedarse en esa cifra, a la que consideran una “edad peligrosa”, ya que temen volverse (¿aceptarse?) gays.

Lo más que hace la cinta de David Pablos en función de hacer atractiva su trama es incluir un personaje ficticio para que sea el tercero en la discordia entre De la Torre y su esposa, y conferirle a Amada la oportunidad de espiar y reclamar superficialmente a su marido, cuando pudo haber ido más allá en la fractura del matrimonio.

Hubiera sido más interesante ir a fondo en las consecuencias del curioso baile de la calle de la Paz en la Ciudad de México aquella noche de noviembre de 1901, y no solo verse expuesto ante la esposa y dejar de recibir apoyo del suegro en las aspiraciones políticas; mostrar a detalle la reacción de la gente y lo que se escribió en la prensa; y ahondar en la relación de Ignacio y Evaristo, no nada más con escenas de celos y besos apasionados.

Faltó añadir a las tertulias y sobre todo al baile anual situaciones en las que se viera a los agremiados al club siendo ellos mismos a plenitud en esa clandestinidad que les daba para explayarse al máximo. Si bien esto sucede en algunos casos (la orgía en el cuarto de baño) y personajes como el de Gabriel (Roberto Duarte), es mínimo, y no sucede con Herrera y Zurita, quienes jamás pierden el porte, ni siquiera cuando uno de ellos lleva vestido, aretes y maquillaje. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 23 de mayo de 2021 en la edición 956 del semanario Ríodoce.

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