¿Y los ciudadanos?

Elecciones

Concluyó el paréntesis electoral que ningún candidato respetó. El periodo de intercampañas tuvieron rienda suelta, se movieron como se anticipa que empezarán a hacerlo a partir de este domingo. Conferencias de prensa, reuniones con sectores económicos y sociales, inserciones pagadas en redes sociales, tours de medios, activismo político claro y evidente.

Pero eso ya pasó. Ahora salen del arrancadero sin restricciones, es un decir porque también durante las campañas están obligados a cumplir reglas. ¿Lo harán?

Los ocho aspirantes a la gubernatura de Sinaloa –ocho como en la anterior sucesión- inician campaña con profundas asimetrías.
Podrían dividirse en dos grupos: en una mitad quienes no tienen ninguna posibilidad de colocarse en la pelea. Hay debilidades en los partidos que los postularon, o en ellos mismos como candidatos a la gubernatura. No son suficientemente conocidos, sin antecedentes en el servicio público y carecen de un equipo de apoyo.

En la otra mitad los políticos cuajados, con experiencia y trayectoria, con los suficientes años en la brega. Sin que eso sea en sí mismo necesariamente bueno. Aun con la experiencia que puedan tener, por sí solos no significa que solo por su nombre cuenten con el arrastre para colocarse en las posibilidades de triunfo. De este segundo grupo dos están en la disputa, los otros dos quedarán muy rezagados si la contienda se polariza entre dos.

En el primer grupo están Gloria González del PT; Tomás Saucedo del Verde; Yadira Cabrera de Redes Sociales; y Arnulfo Mendoza de Encuentro Solidario.  No hay forma de que alguno de ellos sea protagonista. Sus partidos son cotos de poder reservados, sucursales que mantienen abiertas solo en periodo electoral para la vigencia de la matriz nacional. En cada elección se cambian de casa –literal, rentan una nueva casa para sus oficinas porque la ley los obliga a tener un domicilio.

En este grupo de lo que despectivamente llaman la chiquillada, los partidos los postularon sin ser necesariamente militantes, apenas para cumplir el requisito que los obliga la ley de proponer un porcentaje de candidatos en las elecciones locales, los dejarán solos y sin presupuesto para emprender en serio una contienda electoral.

Esa mitad de candidatos está destinada al fracaso. No llegarán al 3 por ciento de los votos totales, quizás alguno de ellos ni siquiera al 1 por ciento, eso es entre los 10 mil y 20 mil votos.

Del segundo grupo, igualmente con cuatro, también hay diferencias y similitudes. Son parecidos en el sentido de que los cuatro –Mario Zamora de PRI-PAN-PRD, Rubén Rocha Morena-PAS, Sergio Torres Movimiento Ciudadano, y Rosa Elena Millán de Fuerza por México- son políticos de carrera. A eso se han dedicado toda la vida. Aun el más joven de ellos, Zamora, cuenta con tres campañas. Podría decirse que se trata de gitanos que no necesitan leerse las manos.

Pero esa similitud no explica por completo las condiciones en que inician sus campañas. Es en las diferencias donde se entiende por qué dos de ellos están muy por encima en las preferencias electorales iniciales, y los otros dos rezagados. Es lo que en marketing político se llama como la marca. Zamora y Rocha están con marcas que por sí mismas tienen ya una marcada preferencia, positivos y negativos. Marcas de tradición, aun cuando Morena sea entre ellas la más nueva. Torres y Millán, en cambio, están con marcas menores, sin arraigo en Sinaloa. Movimiento Ciudadano en el estado no ha despuntado, ni siquiera cuando hizo alianzas con Héctor Cuen. El poder del movimiento naranja es en otras zonas del país, no en el noroeste. Fuerza por México es un partido que se está jugando el registro. Será su primera participación, y como toda organización emergente parte de cero.

 

Margen de error

(Importa) Todo lo anterior es el panorama político. Lo que solo les importa a quienes están dentro de una u otra manera. Son los menos. En una campaña política es al revés, o debiera ser al revés, importan quienes están fuera de la clase política. El resto, los ciudadanos. Son quienes votan, quienes decidirán, a quienes es necesario convencer para que marquen con una cruz a unos y dejen a otros.

Lo que queda claro al arranque de la campaña es que los ciudadanos no entran en la ecuación. Están excluidos. En el discurso se insiste por todas las fuerzas políticas que abrieron candidaturas ciudadanas, no solo para militantes, pero la revisión de las fórmulas dice lo contrario.

La clase política incurre en otro error de fondo en este punto. Los ciudadanos no están esperando candidaturas, ni buscándolas. Cuando llega a incluirse a algún ciudadano sin militancia ni antecedentes políticos, son los partidos quienes andan tras ellos. Porque alguna causa social los posicionó, porque el liderazgo en su desarrollo profesional lo llevó, o porque ante el desprestigio político buscan desmarcarse de sus propios militantes y proponer a otros.

Los ciudadanos que importan son quienes están fuera del juego de poder. Pero durante décadas en este país se pervirtió la lucha democrática. Se llevó a los más necesitados a un callejón sin salida donde esperan las campañas para recibir de unos y otros apoyos que solo son migajas con el objetivo de la compra del voto.

Ahora si un candidato llega con las manos vacías a algunas de estas zonas del país, no será recibido, no lleva nada. Sus propuestas son consideradas como nada.

 

Mirilla

(Y la autoridad) Y aquí es donde también la autoridad electoral está desaparecida. Los institutos locales o el federal, no enfocan sus acciones a las prácticas ilegales. Son espectadores, donde el juego consiste en que son ellos mismos quienes deben cuidarse entre sí. Es un árbitro que espera que otro denuncie, de lo contrario deja hacer y deja pasar.

Falla en la fiscalización, porque no revisa cuánto y cómo se gasta. Falla en el cumplimiento de los tiempos porque los deja moverse a su antojo. Se concentra en organizar la jornada electoral, y ya (PUNTO).

Columna publicada el 04 de abril de 2021 en la edición 949 del semanario Ríodoce.

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