Cine: ‘Monos’

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Un grupo de jóvenes guerrilleros tiene la encomienda de vigilar a su rehén estadounidense (Julianne Nicholson) para que no se escape y cuidar de una vaca a la que no debe pasarle nada malo, pero un inocente descuido los lleva a cometer un error que repercute en el rol y la actividad que cada uno desempeña, y los obliga a mudarse de las enormes y frías montañas de la zona andina a la húmeda y calurosa selva, en donde afloran conflictos con el líder, al momento de acordar una nueva forma de trabajo.

Se podría decir que Monos (Colombia/Argentina/Uruguay/Países Bajos/Alemania/Suecia/2019), dirigida por Alejandro Landes (Cocalero, 2007; Porfirio, 2011) está dividida en dos partes. La primera, filmada en el majestuoso Parque Nacional Chingaza, en Cundinamarca, Colombia, representa la “luna de miel”, donde se observa la cohesión del grupo, que además de cumplir con sus responsabilidades, se da el tiempo para disfrutar, jugar, festejar y enamorarse. La segunda, rodada en el impresionante cañón del Samaná, en Antioquia, significa la decadencia de la tropa, donde salen a flote las verdaderas personalidades e intenciones de cada uno, al pertenecer a esos guerrilleros que lo mismo son afectivos que sanguinarios.

La película, que en su presentación en el Festival de Sundance ganó el Premio Especial del Jurado, expone de manera convincente, cruda y drástica una historia redonda de lo que implica ser un combatiente: el proceso de formación, con extremada disciplina y obediencia; el cumplimiento preciso y responsable de las responsabilidades, en las que se juegan la vida y muestran desde hermandad, solidaridad, lealtad, rectitud, obediencia, hasta envidias, fragmentación del grupo y traiciones; y la posibilidad de reclutar a más personas, incluso, niños.

El aspecto más interesante de la cinta escrita por Alexis Dos Santos y Alejandro Landes, basados en una historia de este último, es precisamente la exposición de ese círculo vicioso, interminable o difícil de erradicar, que confirma la permanencia de este tipo de agrupaciones, que no son exclusivas de Colombia –se extienden a lo largo y ancho de Latinoamérica. No se trata de que lo anterior no se haya dicho antes, sino de que, a pesar de eso, pareciera que el destino de algunos, voluntaria o involuntariamente, es pertenecer a las guerrillas.

A pesar de que el filme disponible en Netflix funciona de manera general, su primera parte es mejor, no solo porque la fotografía se luce con los paisajes entre las montañas –las imágenes de la selva y los encuadres que la muestran minuciosamente igual son extraordinarios–, sino porque su narración es más clara y fluida. La segunda, así como los insectos y la maleza complican la estancia y el tránsito en ese perpetuo monte, la trama se vuelve confusa.

En las actuaciones, los jóvenes cumplen muy bien su tarea, aunque sobresalen Sofía Buenaventura (Rambo), quien va de la nobleza a la violencia sin inconvenientes, y Moisés Arias (Patagrande), el cual no duda ni se toca el corazón para hacerse respetar o vengarse. Sin embargo, la interpretación mejor lograda es la de Nicholson, “la doctora” secuestrada, sometida, escondida, a veces encadenada, que nunca se rinde ni pierde la esperanza de salir con vida de su “viacrucis”, para lo que recurre a diferentes estrategias en las que se ve tanto buena como mala. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 14 de junio de 2020 en la edición 907 del semanario Ríodoce.

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