Cine: ‘Rebelión de los Godínez’

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Las películas de comedía, por lo general, se caracterizan por mostrar situaciones absurdas, y eso no es un problema: la ligereza de sus tramas y su intención de entretener y divertir, podrían ser dos de las razones de eso, lo cual no significa que deban ser productos malos, mediocres, que no aporten nada y que contribuyan a reforzar ideas que deberían erradicarse, como sucede con Rebelión de los Godínez (México/2020), dirigida por Carlos Morett y escrita por él junto a Omar M. Albores.

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El sueño de Omar (Gustavo Egelhaaf) es crear su propia empresa de tecnología, por lo que rechaza la recomendación de su abuelo (Alejandro Suárez) a buscar un empleo. Las circunstancias obligan al joven emprendedor a formar parte de una empresa, para crear una innovadora aplicación, en donde tiene unos jefes prepotentes (Bárbara de Regil y Mauricio Argüelles) que lo agreden cada que lo ven, pero eso no le importa y se le olvida cuando ve a su compañera más bonita y eficiente (Anna Carreiro) y disfruta de su jornada en compañía de su divertido equipo (Cesar Rodríguez y Carlos Macías Márquez). La presentación de un ambicioso proyecto saca a flote el verdadero rol que cada empleado desempeña en la compañía, lo cual lleva a Omar a enfrentarse a los altos directivos y a demostrar su honestidad.

Es evidente que la historia de la cinta disponible en Netflix es mala por donde se le vea. No tiene nada de original ni creativa, aunque pretenda serlo con esos recursos digitales para mostrar la imaginación y disque aportaciones elevadas de su protagonista, o para dar explicaciones, como si su contenido fuera tan denso y complicado, que el espectador no lo puede comprender.

Otra de las deficiencias obvias de la película es lo estereotipado de sus personajes: en el caso de algunos no es necesario que hablen y en el de otros solo basta una palabra para saber su función en la trama, cómo se van a conducir en ella y la manera en la que van a terminar: en cuanto Omar pone un pie en la empresa se identifica a los que estará de su lado y a los que no, y de quien se va a enamorar. Las situaciones, desde luego, además de tontas, son igualmente predecibles –a esto hay que agregar que ni los personajes ni las tramas/subtramas se desarrollan ni profundizan lo suficiente, lo cual las hace lucir más inverosímiles de lo que pudieran ser.

Aunado a que la otra debilidad de Rebelión de los Godínez son las actuaciones –ninguno de los intérpretes logra un trabajo digno, ni siquiera Suárez, de quien no se tienen dudas de su capacidad histriónica–, es repetitivo y desagradable que todavía se muestre que los jefes son malos; los ricos arrogantes; las secretarias chismosas; la chica ideal para novia, sumisa y callada; los inteligentes, poco atrevidos; y las personas con sobrepeso, amantes de la comida.

Aun así, lo anterior no es el mayor inconveniente del filme, sino su contribución a la segmentación y la discriminación. Es de mal gusto que se utilice “Godínez” de manera despectiva para referirse a quienes trabajan en las oficinas y que haya toda una serie de palabras, frases y acciones que, supuestamente, los caractericen, más cuando se trata de un apellido. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 24 de mayo de 2020 en la edición 904 del semanario Ríodoce.

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