Fuerzas armadas, la última carta del Presidente

Chino Antrax. (Foto: Ríodoce)

Debe ser esa actitud terca del presidente Andrés Manuel López Obrador –muchos de sus logros se deben a esa que puede ser una cualidad o un defecto-, la que le impedía tomar la decisión de llevar a las fuerzas armadas a la calle, ya de plano, sin tapujos ni medias tintas, con respaldo legal. Lo hizo el lunes pasado a través de un decreto donde las faculta para intervenir, detener, catear… es decir, llevar a cabo labores de seguridad pública de manera “extraordinaria, regulada, fiscalizada, subordinada y complementaria”. Todo, dice el decreto, en apoyo a la Guardia Nacional.

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Dos razones pudieron motivar esta decisión: por un lado, la imparable violencia que azota muchas zonas del país llegando a cifras record de homicidios dolosos, el fortalecimiento de los grupos criminales, la incapacidad –y muchas veces también la complicidad- de las policías locales, el lento aprendizaje de la Guardia Nacional… y por el otro, esa propensión del Presidente a darles concesiones a las fuerzas armadas, sobre todo al Ejército Mexicano. Allí están los grandes negocios que ha puesto en sus manos, ahora con la pandemia hasta la administración de hospitales.

Es verdad, con las limitaciones legales que había, una intervención mayor de las fuerzas armadas sería acotada y doblemente cuestionada. La realidad es que ni la Guardia Nacional, ni lo que queda de la Policía Federal, ni las policías locales, han podido –estamos hablando de hechos- con la violencia galopante y, por el contrario, lo que hemos registrado es un incremento. ¿Cómo, entonces, combatirla, con qué políticas, con qué instrumentos? Ese es el quid del asunto.

De un plumazo, López Obrador dejó atrás su discurso pacifista, el de los “abrazos, no balazos”, el de las “causas”, el del “pórtense bien”. Y no es que no crea en ello, es que la terca realidad le está diciendo que, por lo pronto, no basta con eso, que los cárteles de la droga le han tomado la medida, que si bien atacar las causas ayuda, sus resultados son siempre a largo plazo, procesos que puede durar lustros porque estas estrategias van siempre acompañadas de un montón de políticas públicas que, si bien era complicado implementar hasta por falta de recursos económicos, ahora son casi imposibles porque las necesidades que plantea la pandemia del coronavirus son muchas y muy distintas. Y el gobierno estará ocupado en combatirla.

Debió pensar mucho esa decisión porque durante años estuvo pregonando el fracaso del uso de la fuerza contra el narco, que la violencia no se combate con más violencia… lo que ya conocemos de sobra.

Ahora, si la incorporación franca de las fuerzas armadas a la lucha contra la criminalidad y ahora en labores de seguridad pública no da resultados en el corto y mediano plazo, la medida no solo será un fracaso del Presidente, sino la tumba de los más caros anhelos de la llamada cuarta transformación. El otro aspecto que es fundamental es que esta nueva presencia de las fuerzas armadas en las calles debe ser acompañada de una vigilancia real, estricta de sus acciones porque, de lo contrario, terminaremos militarizando el país mientras las instituciones se debilitan o no terminan de fortalecerse. Y eso sería muy grave para el país y, sobre todo, para la ciudadanía.

En Sinaloa –pero también en muchas partes de México- hay un registro abundante de tropelías cometidas tanto por elementos del Ejército Mexicano, como por activos de la Armada de México, incluso de ejecuciones sumarias de jóvenes detenidos en hechos violentos que, en vez de ser turnados a la autoridad competente, fueron prácticamente fusilados. También de cateos ilegales y atropellos tanto bajo la administración de Felipe Calderón, como en la de Enrique Peña Nieto.

Y sobre todo este es el gran riesgo ahora que el Presidente toma esta medida, que las fuerzas armadas, no capacitadas para tareas de seguridad pública, cometan los mismos atropellos que en el pasado.

Otro de los riesgos es la tentación, siempre sobre la mesa, de corromperse ante el dinero de los grupos criminales, que no es poco. Es una medida muy temeraria la de López Obrador, pero es su última carta y lo sabe. No tiene otras. Y vale más, sobre todo por nosotros, por la sociedad, por la ciudadanía, que tenga éxito. Vale más.

 

Bola y cadena

UNA DE LAS TAREAS ESPECÍFICAS que el Ejército y la Armada han realizado siempre, es la inteligencia, al grado que compran equipo especializado y caro, sofisticado e ilegal, con el que invaden hasta las vidas privadas de personas que en lo absoluto tienen que ver con el crimen. Si en el pasado esos recursos se hubieran utilizado para combatir el narcotráfico, hubieran desmantelado muchas redes de corrupción como las que se tejieron en Sinaloa durante los sexenios de Juan Millán y Mario López Valdez para apoyar al Cártel de Sinaloa a través de su policía estrella, Jesús Antonio Aguilar Íñiguez. Pero no lo hicieron porque también en las fuerzas armadas se cuecen habas. Y se enriquecen sus mandos.

Sentido contrario

APENAS CONOCÍ A SILVINO SILVA personalmente. Dirigió el diario Noroeste desde su fundación en 1973 hasta 1992. Lo hizo con su línea y sus convicciones. Hombre católico, de derecha, nunca ocultó sus filias y sus fobias. Noroeste se consolidó bajo su mano, muy acorde al pensamiento también de sus socios fundadores, todos de derecha, panistas. Pero eso no le resta méritos al rosarense. Descanse en paz.

Humo negro

ESTIRAMOS LA EDICIÓN AL MÁXIMO y no pudimos constatar para el impreso si el Chino Ántrax había sido asesinado la noche del sábado, como se especuló. Sí se confirmó que a su hermana Ada Jimena la encontraron muerta junto a otros dos, en una camioneta de su propiedad. Y no se puede desligar este hecho con su fuga. Lo cual significa que ya le salió cara.

Columna publicada el 17 de mayo de 2020 en la edición 903 del semanario Ríodoce.

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