El karma en los tiempos de pandemia

El karma en los tiempos de pandemia

“Lo peor de la peste no es que mate el cuerpo, sino que desnuda el alma y ese espectáculo suele ser más horroroso”. Albert Camus

 

Hace unos días conversando con  un conocido del mundo de la cultura sobre el pedido de Genaro García Luna para llevar el juicio en libertad y la negativa del juez para aceptarlo por el alto riesgo de que el ex secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón huyera con destino desconocido, decía que por él se lo “lleve la chingada” y luego leo a Dolía Estévez, seguramente la periodista mexicana mejor informada de las relaciones México Estados Unidos, quien desde el título de su artículo: “Genio y figura hasta la sepultura”, no manifiesta ninguna consideración por este personaje caído en desgracia y expresa su molestia porque ofrece una fianza de 2 millones de dólares a un juez por mejores condiciones para sobrevivir ante un eventual ataque de Covid-19 en su centro de reclusión en NY.

Y racionalmente no faltan razones para cuestionar su pedido. Hizo mucho daño por su complicidad con el Cártel de Sinaloa y la simulada por segmentada “guerra contra el narco” que costó decenas de miles de vidas. Y así lo habrá de pagar ante las leyes de los Estados Unidos y si le queda vida en México.

Este tipo de juicio personal es el pan de cada día en las redes sociales, no hay momento en que alguien se erige en juez y lanza violentamente la mayor sentencia. ¿Cuántos no maldicen diariamente y trasmiten los deseos más oscuros sean para AMLO, Calderón, empresarios o la figura del día? Y eso se irradia poderosa y silenciosamente contra quien se sale de un singular cuadro de valores de héroes y villanos, buenos y malos. No hay más límite que la incordia desaforada que estalla. El deseo de dejar testimonio de molestia, odio, para quien en su imaginario representa mejor la desgracia y frustración colectiva.  Situándose así cada uno en el ámbito de las emociones más crudas y lejos de toda racionalidad comunitaria.

Se ve entre gente juiciosa y también en no juiciosa. Las dimensiones neurológicas tienden a coincidir en un afán ilusoriamente justiciero. Es lo que ocurre contra García Luna, pero puede ser cualquier otro de nuestro propio y singular catálogo de villanos. Aquellos que para cada uno merece no vivir o mejor que merece sufrir a cuentagotas como sucedía en la Edad Media o con las sentencias cavernarias de la Santa Inquisición.

Se impone en ese imaginario la máxima: “El que a hierro mata, a hierro muere” por todo el daño que hicieron y la impunidad absoluta de que gozaron. Algo, pues, está pasando en estos días de pandemia cuando escala lo peor de muchos que al no poder acusar a los chinos de sus males van contra quien tienen enfrente.

El otrora poderoso que ven en desgracia, a quien culpan de algo que tocó vidas, seguridad, libertad, tranquilidad. Y si bien en estos momentos que en muchos laboratorios del mundo se está buscando la cura del virus Covid-19 no parece existir cura que vaya sobre nuestros daños del alma. Quizá porque si la hay la solución está en uno mismo. Y no hay manera de salir en medio del mal karma que flota en el ambiente.

Quizá cuando pase la pandemia y se haga el recuento de los daños que son inmensos para empezar la reconstrucción con un Plan Marshall global, lo último por atender sea este ángulo o quizá sólo se alcance cuando desaparezca esta generación que vive hoy la pandemia.

Así ha ocurrido con las conflagraciones mundiales que se diluyen en el tiempo y terminan en imágenes cruentas de un muro de un museo bajo la frase absoluta de ¡Nunca más! No tiene porque ser de otra manera y será el tiempo, si es que nos queda tiempo, el que cure o no las heridas del alma colectiva que se manifiestan diáfanas en la carretera de las redes sociales.

Será entonces cuando nos veamos en nuestro propio espejo. En el Frankenstein que como sociedad nos hemos convertido. Mientras esto ocurre seguiremos cómo ese conocido culto que en el drama humano le agrega su propia dosis de veneno.

Y no importa que sea García Luna, puede ser cualquier otro tipo en desgracia, porque de lo que se trata es sacar a pasear los peores sentimientos. Hacer su propio ejercicio de justicia, su propia catarsis en ese mundo bizarro de las redes sociales. Que parecen escuchar a todos, pero en sentido estricto no escuchan a nadie. Es simple y llano ruido.

Columna publicada el 05 de abril de 2020 en la edición 897 del semanario Ríodoce.

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