Cine: ‘1917’

1917

Las películas acerca de guerras no son nada nuevas. Existen cientos de ellas que abordan, desde distintas perspectivas, los conflictos bélicos por los que ha pasado la humanidad: la Segunda Mundial, la de Vietnam, la del Golfo; desde los soldados, los niños, las mujeres, los ancianos, las familias, las víctimas, los victimarios y un sinfín de ejemplos.

Desde ahí, se podría pensar que 1917 (Reino Unido/2019), dirigida por Sam Mendes, es más de lo mismo, porque trata de la Primera Guerra Mundial, por demás contada en el cine. Por si fuera poco, la alabada producción del realizador de Belleza americana (1999), tiene una historia muy sencilla, que no profundiza en la vida de los personajes, ya que solo se limita a mostrarlos en el contexto de la guerra, persiguiendo un objetivo inmediato –los soldados Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) tienen que ir de una base militar a otra para dar un mensaje y salvar a mil 600 personas, pero entre un punto y otro pueden toparse con el enemigo y solo cuentan con muy pocas horas para intentarlo.

Entonces, ¿qué hace tan especial a 1917? A diferencia de otras películas de guerra, en las que el público solo es un receptor pasivo, una de las virtudes de la ganadora al Globo de Oro de este año y nominada al Oscar en diez categorías, es que hace participe al espectador: gracias a su peculiar manejo de la cámara, provoca que los asistentes a la sala vivan, experimenten, sientan, se emocionen, sufran, se cansen, teman, lloren… de la misma manera que los soldados que intentan salvar su vida y la sus compañeros, al atravesar los escabrosos, complicados, peligrosos e intensos trayectos, que a veces son trincheras muy estrechas, caminos lodosos, charcos, cascadas, puentes rotos y cerros de escombro, en los que pueden toparse con ratas, cercos alambrados, minas y balas.

Otra ventaja es que, en apariencia, 1917 se trata de una sola toma, que nunca corta, pero no es así. Los colores, los objetos, las trincheras y la ropa fueron parte de los trucos para pasar de un plano secuencia a otro, sin que el espectador lo perciba, o se tarde más en hacerlo, lo cual se debe al excelente trabajo de fotografía de Roger Deakins, quien se mete a lugares poco transitados: ángulos, movimientos y planos, están, realmente, en una batalla campal para registrar minuciosamente cada detalle. A veces la cámara va en una grúa, en un auto, en un riel o, en otras, algún asistente camuflajeado la pasa entre un artefacto y otro sin que se note, con la única intención de que el relato no se corte y, más aún, se cuente de manera excepcional, original y creativa.

La película escrita por Mendes y Krysty Wilson-Cairns, también destaca por su habilidad para controlar la iluminación entre un plano y otro; su precisa y adecuada música; y por las naturales interpretaciones de sus protagonistas, que van de una emoción y una dificultad a otra de manera creíble: sus gestos, movimientos y expresiones, en verdad, reflejan su sentir ante un derrumbe, la muerte, la caída de un avión, una apuñalada, el salto al agua desde una pendiente muy alta, o al dar una mala noticia. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 26 de enero de 2019 en la edición 887 del semanario Ríodoce.

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