López Obrador: el nuevo predicador nacional

CIUDAD DE MÉXICO, 01DICIEMBRE2018.- Andrés Manuel López Obrador, Presidente Constitucional de México, recibió una ceremonia de pueblos originarios para limpiarlo y darle buena energía en su inicio de mandato, además recibio un bastón de mando, aseguró que el gobierno que ya encabeza no tomará una decisión que le ataña sin antes consultarselos, en el Zócalo capitalino. 
FOTO: MOISÉS PABLO /CUARTOSCURO.COM

En sus memorias apócrifas, Sebastián Lerdo de Tejada, exiliado en Nueva York, recibía con abulia noticias sobre las hazañas del presidente Porfirio Díaz, que se prolongaría en el poder por tres décadas: están entretenidos con el nuevo redentor nacional, decía de los mexicanos.

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Así está ahora con Andrés Manuel López Obrador más de la mitad de la población.

A un año de su arribo a la presidencia, la situación nacional no ha empeorado, pero tampoco mejora. Eso es ganancia. Hay mucha expectativa. Abundante escepticismo. También frustración. Pero el cambio de régimen hasta hoy ha sido más bien simbólico y fáctico.

No pretendemos en esta colaboración hacer un recuento de haberes y déficit de una gestión que día a día es escrutada, como nunca, ocasionado por la propia estrategia del Presidente de convertir su gestión en una video serie.

Hay una gran incógnita en el horizonte político de México. Mas, sin embargo, un año sí es suficiente para saber qué personaje tenemos enfrente, y su excepcionalidad radica en su credo religioso y perfil emocional.

La nación tuvo presidentes persignados como Manuel Ávila Camacho, Vicente Fox y Felipe Calderón; ateos como Benito Juárez y Plutarco Elías Calles; agnósticos como Adolfo López Mateos. Y aun así se garantizó la separación de la iglesia y el estado. Ahora está en riesgo.

En abril de 2018, AMLO se confesó cristiano en el foro Los Presidenciables, del diario El Mañana de Nuevo Laredo: “Soy cristiano. En la expresión amplia de lo que significa el cristianismo. Soy un seguidor de la vida y de la obra de Jesucristo. Porque Jesucristo luchó en su tiempo por los pobres, por los humildes, por eso lo persiguieron los poderosos de su época. Lo espiaban y lo crucificaron por defender la justicia. Soy en ese sentido un creyente, tengo mucho amor, lo digo de manera sincera, por el pueblo”.

Por su ejercicio político religioso, parece un predicador de corte pentecostal.

La tradición pentecostal considera que el Espíritu Santo se hace presente para ayudar a liberar a las personas del mal. Se puede exorcizar a los males por medio de oraciones. En San Marco 1:21-28 se relata como Jesús expulsó al espíritu repugnante de una persona: “cállate y sal de él”, por eso la comunidad cristiana es sanadora por medio de la oración.

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El inspirador del pentecostalismo, el clérigo anglicano inglés, John Wesley (1703-1799), afirmó: “Miro a todo el mundo como mi parroquia”, que es precisamente lo que hace AMLO al considerar a todo México como su gran parroquia. De ahí su predicación diaria en las mañaneras.

También acostumbra presumir que él es muy persistente, que las cosas se van a lograr porque es terco, que no se rinde, incluso se los dijo a los grupos armados, que no lo retaran a las vencidas, porque no iban a poder ganarle. Se está refiriendo a su aplicación de la regla de Wesley que dice: “Haz todo lo que puedas, por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas, en todos los lugares que puedas, en todo momento que puedas, a todas las personas que puedas, siempre que puedas”.

El problema con AMLO es que esta mezclando cada vez con mayor intensidad la política con la religión en un estado laico, que puede generar una bomba de tiempo, conducir a una polarización que desborde nuestra democracia liberal y la haga incapaz de procesar los conflictos propios de una sociedad plural.

Desde la biblia Cristo estableció “Dad al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios”. El bien, según las escrituras cristianas, no debe ser visible, no debe ostentarse. Incluso se señala: “que tu mano izquierda no vea lo que hace la derecha”, no vaya a ser que quiera recuperarlo.

Siglos después, Maquiavelo alertó que la ley canónica y la ley civil son excluyentes. Un gobernante está obligado por sobre todo a cumplir la ley civil, y un religioso, la ley de Dios. El Estado se corrompe y la iglesia también cuando se quieren invadir los campos contrarios.

AMLO desestima todo. Protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución y sus leyes, pero convierte a la presidencia de México en un púlpito donde difunde principios bíblicos. Ya lo expresó con claridad. Entre la ley y la justicia, hay que optar por la última, con lo cual atisba una deformación en su manera de asumir el poder civil. Al parecer no estamos ante una ocurrencia o desliz verbal.

Además, desde su plataforma ideológica de índole pentecostal, gobierna con tres grandes enfoques anacrónicos.

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El primero es su historicismo, es decir, considerar a la historia como algo lineal, incluso establecer un fin predeterminado como previsible, lo que permitiría hacer lo correcto. Bajo su interpretación de la historia patria, a partir de héroes que luchan contra el mal, AMLO decretó una Cuarta Transformación Social, que tan solo al formularla le justifica lo que hace. Tiene identificada la redención nacional y a sus enemigos. Por eso, tomar medidas irracionales, como cancelar un aeropuerto, quitar estancias infantiles, reducir presupuesto a los organismos autónomos, le parecen justificadas por la historia.

Su segunda plataforma es un desarrollismo propio de la década de los cincuentas, donde el atraso de los países o los grupos se explicaba por la teoría del círculo vicioso o el círculo virtuoso, que popularizaron los economistas Ragnar Nurkse y Gunnar Myrdall. Para ellos la pobreza se autoperpetuaba porque había causas propulsoras. Para eliminarla habría que actuar sobre ellas. La gente era pobre porque no tenía educación. No tenía educación porque no tenía ingresos suficientes. Por tanto, no se alimentaba bien. Luego seguía siendo pobre. La forma de resolverlo era rompiendo ese círculo vicioso de la pobreza.

Para AMLO, el narco, la violencia, se van a resolver dándole a la gente de comer, educación y buenos ejemplos de los gobernantes. Se logrará con ello activar un círculo virtuoso del desarrollo. Ese horizonte intelectual ha limitado sus estrategias contra la inseguridad, los feminicidios, los desaparecidos, el narcotráfico, que no parecen dar resultados aún.

La tercera plataforma es un ascetismo que encaja con la ideología neoliberal; instruye la austeridad fiscal, se aviene a los mercados y al centro de poder mundial que es Estados Unidos. Habla como antineoliberal sin desligarse del credo económico neoliberal.

Si en dos años AMLO lograr tener mayoría calificada en las dos cámaras federales, en los congresos locales y las gubernaturas, tendríamos que prepararnos para una larga transición hacia una teocracia populista de nuevo cuño, que podría instituirse en nuestro país por décadas.

Con su alejamiento del estado laico, su pentecostalismo y caducas ideas desarrollistas, AMLO parece auto realizar el peor de los epítetos que le impusieron en su larga carrera política: ser un peligro para México.

Artículo publicado el 1 de septiembre de 2019 en la edición 866 del semanario Ríodoce.

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