Cine: ‘Dolor y gloria’

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Dolor y gloria (España/2019) es Almodóvar o viceversa. Evidentemente, la reciente película del director español se refiere a sus conflictos, miedos, crisis, amores y pasiones. Más que una biografía, es una obra íntima y personal; si no la más, una de las mejores en su filmografía: la más suya y honesta, que lo reafirma como uno de los grandes creadores contemporáneos.

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Ante el estreno de una cinta de Pedro Almodóvar se pudiera pensar que el manchego ha llegado a su límite y no le queda más para impactar, provocar y sorprender. Luego de Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), Volver (2006), Los abrazos rotos (2009) y La piel que habito (2011), se creería que el dos veces ganador del Oscar no tiene nada más qué decir o que su creatividad se ha agotado, pero al ver el filme se comprueba, con alivio, que la realidad es todo lo contrario.

El experto en manejar el color y el melodrama; recurrente a los temas de la homosexualidad, el amor, las mujeres, la madre, el pasado y Madrid, con Dolor y gloria demuestra, confirma y deja claro que el oficio de filmar —dirigir, escribir y producir— es lo suyo, y que todavía le queda bastante por registrar y mostrar, para sacudir las conciencias más firmes y reacias.

A propósito del 30 aniversario del estreno de la película Sabor, Salvador (Antonio Banderas, luciendo muy a lo Almodóvar), el director, decide contactar a Alberto (Asier Etxeandia), el protagonista, a quien dejó de hablarle desde la filmación, por ignorar sus indicaciones. El reencuentro le implica remover el pasado: su niñez, la convivencia con su madre, las ausencias de su padre y la mudanza al pueblo donde se enfrenta por primera vez al deseo sexual. Además de acarrearlo a las drogas, reunirse con Alberto hace que uno de sus textos llegue al teatro, reaparezca el amor de su vida (Leonardo Sbaraglia) y regrese la necesidad de crear, pero, también, que enfrente, asuma y atienda, lo que le ocasiona esos fuertes dolores físicos.

En esencia, Dolor y gloria es la versión pulida, refinada y elegante de La mala educación (2004), que no es una mala película, pero es hasta después de 15 años que Almodóvar precisa lo que quería contar aquella ocasión: la instrucción religiosa, el reencuentro con el gran amor y la dedicación a la dirección de cine. La diferencia es que, ahora sí, Pedro logra mostrarse como en una radiografía.

Como otro sello de su estilo, el realizador de La ley del deseo (1987), Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), ¡Átame! (1990) y Tacones lejanos (1991) apela a dos de sus intérpretes favoritos: Penélope Cruz y Antonio Banderas. Aunque el tiempo en pantalla de ella es menos, su bien ejecutado papel como la madre de Salvador niño (Asier Flores) hace que luzca natural y creíble, pero es él, como ese deprimido, conflictuado y retirado director, el que alcanza la cúspide, en su, quizás, mejor trabajo actoral, con el que consigue la Palma de Oro en Cannes este año.

El exquisito, radiante y llamativo manejo del color; la particular manera de musicalizar, elegir y apropiarse de las canciones; los saltos en el tiempo; la fluida narración con el ritmo adecuado; y el magnífico, grandioso y revelador último plano, hacen entrañable, inolvidable y sublime a Dolor y gloria. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 25 de agosto de 2019 en la edición 865 del semanario Ríodoce.

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