Madrid, ¡Es la ostia!

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Madrid es el mejor punto para el encuentro entre los latinoamericanos en Europa y eso significa mucho de intercambio en el terreno económico, político, cultural.

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No hay empresario exitoso que no vea en la capital española el lugar de entrada de sus mercancías y servicios; los políticos si quieren ser oídos y conocidos en Europa dan charlas y conferencias en el Instituto Ortega y Gasset o en la Casa de América o en las antípodas Madrid. Ha sido refugio de decenas de miles de perseguidos políticos y en el terreno cultural, la cartelera madrileña siempre tiene a estrellas de la música, el cine y no se diga la masa académica que lo mismo estudia en la Universidad Complutense o la Autónoma de Madrid o en cualquiera de sus escuelas de artes o gastronomía.

La atmosfera que se respira en sus calles, restaurantes, cafés, bares, teatros, es de una vitalidad sorprendente que invita a soltarse para caminar entre una arquitectura respetuosa de su pasado y una constante invitación para disfrutarla.

Así me sucedió en mí última visita que representó un ejercicio de memoria. De los años de mis estudios doctorales en la Complutense de Madrid y los días de “marcha” con Lorena y los amigos mexicanos. Era volver a caminar lo mil veces andado; volver a ver lo admirado; volver a sentir los sabores. Fue perderme entre la gente multirracial que transita de prisa por la Gran Vía y sus calles aledañas. Fue viajar en el Metro cuidándose de los carteristas que siempre han sido muy activos con los turistas. Respirar el ambiente de la política y es que los españoles además de hablar hasta por los codos, siempre hablan de política. Más, cuando llegas en la víspera de unas elecciones generales. En mi caso las del 26 de mayo.

Ante lo sobrio de las campañas extrañé el despliegue de propaganda basura que tenemos en México en cada elección. Recorrí en taxi unos quince kilómetros entre el aeropuerto y mi hotel y no vi una sola imagen de un candidato.  Ni siquiera de los que aspiraban a la Presidencia del Gobierno y luego me di cuenta de que la lucha era mediática. Pero tampoco alcanzaba los niveles de estruendo que alcanza en nuestro país la promoción de un alcalde, un diputado, un presidente.

La ciudad no estaba alterada y la vida seguía con la agitación normal de una gran capital. Me instalé en un hotel de la cadena Ilunion que tiene como característica estar en manos de personas con alguna discapacidad. Una chica con problemas de habla me atendió y con gran amabilidad me dio toda la información y me indicó una habitación reconfortante.

Al día siguiente me dediqué a recorrer sentimentalmente mi Madrid. Si, aquel Madrid cosmopolita donde viví con mi familia, principalmente el del centro, donde se encuentran lo que los locales llaman el Madrid castizo. También conocido como el Barrio de la Soledad por el nombre de una calle paralela a La Gran Vía.

Encontré una estación de la policía en la plaza donde era frecuente encontrar heroinómanos pinchándose sobre colchones sucios o en una cabina telefónica. Han desaparecido y con ellos algunos de los bares y las prostitutas que pululaban día y noche. Ya no estaba aquella prostituta que en pleno invierno mostraba sin inmutarse sus pezones duros mientras desplegaba una sonrisa amplia como la banqueta. La raza mexicana la apodaría la “Tetona Mendoza”, aquel personaje de los dibujantes Jis y Tris.

Sin embargo, queda en la atmosfera mucho de ese Madrid que ha sido insumo de las canciones de Joaquín Sabina, incluso la cinematografía almodovareña. De ahí crucé la Plaza del Sol para perderme por las callejuelas aledañas a Cervecería Santa Ana, donde comí y bebí unas cervezas, donde se dice acostumbraba a llegar Ernest Hemingway luego de ir a la Plaza taurina de Las Ventas.

Más abajo estaba el Ateneo de Madrid con su programa de tertulias con temas esotéricos. Ahí íbamos los miembros de la comunidad mexicana a mostrar algo de nuestra cultura y conversar con españoles que habían vivido el exilio republicano y que nos retroalimentaban con sus recuerdos y frecuentemente con amplios conocimientos sobre nuestro país.

Haciendo el recorrido fui a parar al Barrio de La Latina donde todos los domingos se levanta el tianguis mayúsculo El Rastro y está vez lo encontré transformado en una zona de bares y terrazas. Ahí recordé a Cristina Hernández, una exguerrillera colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que nos apoyó generosamente para tener un departamento donde vivir, dadas las dificultades para rentar de un extranjero. Cultivamos una amistad que se ha diluido en el tiempo, nosotros regresamos a México y ella luego supimos volvió a su país.

Una de esas noches tibias de mayo quedé de cenar con mi tutor de doctorado Ludolfo Paramio, el ideólogo más importante del socialismo español en la época de oro del felipismo y autor de un libro emblemático: El fin del Diluvio. Nos citamos en un restaurante de la calle Ferraz a unos pasos de la sede del PSOE. Cenamos ricas viandas españolas y los bajamos con vino. Hablamos de México y España, de la vida y la muerte; de libros y viajes, en medio del murmullo de quienes llegaban a hablar de cualquier cosa mientras se hacía la noche. Nos despedimos con un abrazo. Por eso y más Madrid, ¡Es la ostia!

Artículo publicado el 14 de julio de 2019 en la edición 859 del semanario Ríodoce.

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