Cine: Los gustos y los colores

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Los gustos y los colores (Les goûts et les couleurs/Francia/2018), dirigida por Myriam Aziza y escrita por ella junto a Denyse Rodriguez-Tomé, es a la vez encantadora y decepcionante. La virtud de la película es que plantea temas sumamente importantes implicados en el amor y la pareja: la opinión de los padres, la formación religiosa, el respeto y la fidelidad que se le debe a la otra persona, la intervención de un tercero en la relación y la homosexualidad. Sus debilidades son que la mayor parte del tiempo la historia se cuenta en un tono que al final se deja de lado, y que decide mostrar una postura que, lejos de parecer innovadora, se percibe como una salida fácil carente de verosimilitud.

Cuando Simone (Sarah Stern) se plantea decirles a sus padres (Catherine Jacob y Richard Berry) que tiene tres años de relación sentimental con Claire (Julia Piaton), surge la posibilidad de iniciar un romance con Wali (Jean-Christophe Folly), un aspirante a chef que cocina en el restaurante al que va regularmente. Al principio lo toma como una experiencia sin importancia, pero el vínculo se vuelve cada vez más fuerte. Llega el momento en que la chica debe decidirse por uno, a pesar de que su corazón quiere permanecer con los dos.

Los padres de Simone son muy conservadores y practican una religión que jamás verá con buenos ojos que una mujer se enamore, viva y se case con otra mujer, mucho menos que sea infiel, por lo que si la chica tiene difícil decir abiertamente que es gay, más se le complica por las creencias en base a las cuales la educaron y porque a esos que ama son una chica y un chico, lo cual resulta menos comprensible para las personas a su alrededor.

Desde el inicio el filme plantea esa maraña de situaciones en una trama que tiende al drama, con algunos asomos chuscos. Hacia el final da una evidente vuelta de tuerca en donde, como salida más sencilla, se vuelve cómica, y le resta seriedad a una historia que debió continuar con el mismo tono. Tanto la decisión de qué hacer con dos personas a las que se ama, la forma en la que reaccionan los padres y cómo lo toma la novia no concuerdan con el enfoque expuesto la mayor parte del desarrollo, y eso acaba con todo el encanto conseguido —era mejor exponer una relación acordada de más de dos como una posibilidad cada vez más frecuente en la realidad y no como un chiste.

Lo anterior no hace que las actuaciones de Stern, Piaton y Folly, principalmente, se vean opacadas. La primera logra, realmente, transmitir el amor que siente por su novia y su amante y el conflicto que le causa la situación. La segunda es muy natural al corresponderle sentimentalmente a su pareja, como al no querer saber de ella cuando se entera que ha estado con un hombre. Lo mismo el tercero, es muy coherente en ese proceso de seducción y cortejo, como cuando prefiere mantenerse al margen para no verse lastimado por esa chica que no sabe qué hacer con su vida.

Esa decepcionante y complaciente manera de concluir la cinta puede corresponder a una característica particular de algunas producidas por Netflix para hacerlas más ligeras y, tal vez, llegar a más gente. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

Artículo publicado el 9 de junio de 2019 en la edición 854 del semanario Ríodoce.

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