¿Qué necesidad de meter al Premio Mazatlán de Literatura en ese corsé incomodo de la ilegalidad? ¿en esa sensación de duda de que el Premio no se ganó sino se obsequió por una supuesta complicidad? Vamos ¿la molestia de que los miembros del Jurado no estuvieron a la altura del Premio y se les exhiba como que no leyeron el reglamento o peor, que se quede la impresión de que se les dio una versión al gustillo de alguien? En definitiva, que se cambió el mecanismo para premiar a un amigo, más allá de los méritos que sin duda tiene Guillermo Fadanelli, el escritor galardonado este año.
El artículo II del Reglamento del Premio señala expresamente que “será galardonado con el Premio, por méritos exclusivamente literarios y por las demás excelencias que en el trabajo elegido concurrieren, el autor de una obra originalmente escrita en castellano, editada por primera vez en México y cuya edición inicial haya sido puesta a la venta en el curso de los 12 meses precedentes al 1 de diciembre anterior a la fecha de entrega del Premio…” Y no hay nada en el Reglamento que diga que el jurado pueda cambiar las reglas previstas en el Reglamento.
El argumento que esgrimió José Ignacio Lizárraga, presidente del Jurado este año, fue desafortunado en toda la línea. Dijo convencido que se habían decidido “regresar el premio a sus orígenes al galardonar el conjunto de una obra”, y eso remite al primer galardón que se entregó en 1965 al poeta José Gorostiza por la compilación que bajo el titulo Poesía se publicó en 1964.
O sea, es falaz el argumento, y habla del desconocimiento de la obra de Gorostiza como también de la trayectoria del propio Premio que en algunos casos pareciera ser que se “volvía al origen”, así como sucedió con las antologías de Ramón Xirau (1990), Jorge López Páez (2003) incluso de Jaime Sabines (1996).
Luego se dijo algo más temerario, que pone en entredicho la propia trayectoria del Premio, señalando que se volvía “a los orígenes” porque el jurado anterior lo otorgaba “por amistad y favores entre autores y editoriales y se trataba de acabar con esa mafia” (El Debate, 16 de febrero de 2019) o lo que yo escuché de una autoridad cultural: que el anterior jurado iba antes de entregar el premio a las principales librerías de la Ciudad de México, preguntando cual había sido el libro literario más vendido del año anterior y ese se escogía para premiarlo.
Lo cual también seguramente es falso, porque entre los libros premiados hay ensayos históricos como el de Carlos Tello (2016), políticos como el de García Cantú (1970), filosóficos como el de Ramón Xirau (1990) o testimoniales como el de Pérez Gay (2014) que difícilmente pueden ser los más vendidos en un país donde se lee muy poco y menos obras con un grado de complejidad.
Por eso menos mal que los libros de autoayuda no están clasificados como literatura en sentido estricto. Si no desde hace algunos años los hubieran ganado Cuauhtémoc Sánchez (Free sex la pregunta de hoy), Miguel Ruiz (Los Cuatro acuerdos, un libro de sabiduría tolteca); César Lozano, (El lado fácil de la gente difícil); o el desafiante de Ramón Campayo, (Desarrolla una mente prodigiosa).
O sea, volviendo la vista a los últimos 10 años, y digo 10 por no decir 20 ó 30, escritores como Jorge Volpi (2009), Jaime Labastida (2013), Rafael Pérez Gay (2014) o Alberto Ruy Sánchez (2018) estarían en esa tesitura perversa de mercantilismo y relaciones públicas. No se lo merecen.
No dudo para nada que aquello del mercado sea una variable para considerar, que autores y editoriales busquen posicionarse frente a este Premio o cualquier otro, sin embargo, si nos atenemos a la gran mayoría de quienes lo han recibido en Mazatlán los distingue su trayectoria y su obra, así que para que se le puso a Fadanelli en una situación tan incómoda, tan dudosa y que sin duda le podría afectar su imagen como un escritor vanguardista.
Así que si el Jurado que ha otorgado el Premio este año será el mismo del próximo año y ese seguirá siendo su criterio, deberían considerar modificar el reglamento y evitarse este tipo de ilegalidades, pero no se puede ser juez y parte.
No pueden hacer algo diferente a lo que establece este documento rector porque se corre el riesgo que el Premio entre en una pendiente que terminaría por disminuirlo y prácticamente desaparecerlo de la escena literaria. Eso sería una forma muy mala de responder a una tradición consolidada que no merece la cultura, no de Mazatlán, sino del país.
Por eso, no tengo duda, la entrega del Premio fue ilegal, no se apegó al clausulado del Reglamento y eso obliga para no volver a cometer un yerro el próximo año.
Que así sea.
Artículo de opinión publicado el 10 de marzo de 2019 en la edición 841 del semanario Ríodoce.