Ha llegado a mis manos lo que estimo un ensayo del comunicador y escritor Roberto Montoya, un interesante trabajo con matices de nostalgia, que refiere a los inicios de la radio en Sinaloa, particularmente en Culiacán. Destaca pasajes muy interesantes de la vida de uno de los pilares que formó la industria radiofónica en la ciudad: don Héctor Ramos Rojo.
Montoya, para dar más fortaleza a su investigación, se respalda en semblanzas narradas por personas que tuvieron que ver con tan importante desarrollo como es la radio, y desde luego, con don Héctor. Dos que vivieron parte de su historia fueron: don Roberto Pérez Alvarado y don Maximiliano Gómez Blanco, ambos, precursores de la radio local. Don Agustín De Valdés y Roy Campos Patterson, maestros de la crónica deportiva, dan testimonio con interesantes comentarios. Todos ellos se nos han adelantado al más allá. Sin embargo, complementan este trabajo testimonios muy interesantes de Dolores Ortiz Palomares, Rafael Borbón, Saúl Espinoza Salazar, Roberto Zepeda, Sergio Orozco, Olegario Contreras Rubio y Humberto Astorga Almanza, todos ellos personajes reconocidos en el medio radiofónico.
Don Héctor nació el 4 de mayo de 1922 en la vecina ciudad de Navolato. Su padre don Procopio Ramos fue trabajador del Ingenio La Primavera, él y su esposa doña Refugio Rojo solo tuvieron dos hijos: Héctor y Mario, este destacó como presidente municipal de Culiacán. Ambos estudiaron en el Politécnico Nacional, pero don Héctor pronto abandonó los estudios para dedicarse a trabajar, las circunstancias económicas así lo exigieron. Se empleó simultáneamente en el Hotel Toledo y en el Hipódromo de las Américas. Al regresar a Sinaloa se instaló en su capital.
Don Roberto Pérez Alvarado le dio empleo en su emisora XESA; la entrega al trabajo de don Héctor y su espíritu emprendedor le permitieron llegar a tomar en renta la emisora. En el año de 1956 inició un largo trámite para obtener la concesión de una radio; a las 5:00 A.M. del día 8 de junio de 1957, en el edificio “Benítez” ubicado en la esquina de Juan Carrasco y Cristóbal Colón, sonó la tambora de la banda sinaloense “Los Guamuchileños”; así, don Héctor Ramos Rojo acompañado de su familia, amigos y algunos radio escuchas, inauguró la XENW, la estación “del silbidito”. De ahí empezaría una nueva etapa en la vida de don Héctor, y claro, también de su familia.
Don Héctor tenía muy claro que para triunfar en la vida es necesario ser muy trabajador, tesonero, terco, honrado y benévolo. De su madre aprendió y supo de la buena cocina, la decoración y el arte. De su padre: la honradez, el apego al trabajo y su afición por la escritura. En el ensayo, que posiblemente se edite próximamente, se amplía la historia de este hombre que supo agradecer a la vida y apoyar causas sociales, poniendo la emisora para difundir los maratones en beneficio de la Cruz Roja, la difusión de mensajes sociales, su decidido apoyo social mediante clubes como el Rotario, y como era muy amiguero también perteneció a clubes como el Ejidal, el Conuntry y fue presidente del Casino de Culiacán, donde organizó carnavales.
Este trabajo de Roberto Montoya trajo a mi recuerdo una obra del escritor argentino Ernesto Sabato, en las páginas 44-45 de su obra La Resistencia, editada por Seix Barral; se lee: “Sentado en la plaza volvieron mis obsesiones de siempre. Las sociedades desarrolladas se han levantado sobre el desprecio a los valores trascendentes y comunitarios y sobre aquéllos que no tienen valor en dinero sino en belleza. Una vez más compruebo cómo se han afeado las ciudades de nuestro país, tanto Buenos Aires como las antiguas ciudades del interior. ¡Qué poco se les ha cuidado! Da dolor ver fotos de hace años, cuando todavía cada una conservaba su modalidad, sus árboles, el frente de sus edificios. A través de mis cavilaciones, me detengo a mirar un chiquito de tres o cuatro años que juega bajo el cuidado de su madre, como si debajo de un mundo resecado por la competencia y el individualismo, donde ya casi no queda lugar para los sentimientos ni el diálogo entre los hombres, subsistieran, como antiguas ruinas, los restos de un tiempo más humano. En los juegos de los chicos percibo, a veces, los resabios de rituales y valores que parecen perdidos para siempre, pero que tantas veces descubro en pueblitos alejados e inhóspitos: la dignidad, el desinterés, la grandeza ante la adversidad, las alegrías simples, el coraje físico y la entereza moral”.
Los relatos que expone Montoya, también me han llevado al tiempo en que nuestra ciudad olía a tierra mojada, a campo ganadero y soca. De mi escuela “tipo”, los carritos de madera, el trompo, el yoyo, el balero, el juego de la rabia, la chinchilegua. De los refrescos Pepsi-cola, Spur cola, Lucerito, Míster Q, Kiss, Delaware punch; los pirulines, las galletas de animalitos y el atole de pinole de doña Pola que nos vendía con gorditas doradas en manteca Inca. De cuando en los camiones se daba el asiento a las damas, los ancianos y los niños, de cuando se ayudaba a un anciano o un ciego a pasar la calle, de levantarse cuando el maestro entraba al salón o cuando nos visitaba alguien, fuera o no funcionario. De cuando los representantes del gobierno y la ley se daban a respetar. En fin. Tiempo que de alguna manera debe volver, y aunque parezca retórica arcaica, pasada de moda, arqueológica, como dijera el mismo Sabato, hemos de considerar que lo único que puede salvar a la patria, es la familia unida.
Los familiares, los amigos y millones de seguidores de JAVIER VALDEZ CÁRDENAS, seguimos esperando que las autoridades cumplan sus obligaciones e impongan la justicia, está pendiente detengan a los autores intelectuales del crimen, y saber por qué ordenaron su muerte.
*Escritor de La agonía del caimán, Tierra blanca y La Selección.
Artículo publicado el 3 de junio de 2018 en la edición 801 del semanario Ríodoce.