Marcos sin armas: EZLN, la guerra y la paz (II)

Subcomandante Marco EZLN (1)

Cincuenta días después del levantamiento armado zapatista, el Subcomandante Marcos entró a la Catedral de San Cristóbal de las Casas encabezando la delegación del EZLN que dialogaría con el comisionado para la paz en Chiapas, Manuel Camacho Solís. México estaba convulsionado por el estallido. Las campañas políticas por la Presidencia de la República habían pasado a segundo término. Más de 600 periodistas llevaban los pormenores del conflicto a los más lejanos confines del planeta, mientras la economía del país se tambaleaba.

“No venimos a claudicar”, dijeron los alzados en su primera declaración ante los medios desde la “Catedral de la Paz”. “Buscaremos una paz con justicia y dignidad”. También reafirmaron lo que en un comunicado del subcomandante Marcos —que Carlos Monsiváis calificaría de “impecable” — habían gritado al mundo:
“¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre?… ¿De habernos levantado en armas, cuando encontramos todos los otros caminos cerrados?… ¿De ser mayoritariamente indígenas?… ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no traicionarnos? ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que durante años y años se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra, que dejamos de tenerle miedo?… ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte natural, es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea?… ¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave ‘delito’ de querer un pedazo de tierra, no un pedazo grande, no un pedazo chico, sólo un pedazo al que se le pudiera sacar algo para completar el estómago? ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores  de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil?

¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?”.

Dos años después, en el ex convento Del Carmen, Marcos enciende de nuevo su pipa, que se ha apagado mientras había esa noche húmeda, como todas las noches húmedas de San Cristóbal de las Casas en ese verano que en Sinaloa sería un invierno duro.

—Cuando se levantaron en armas, aquella primera madrugada del 94 ¿ustedes se imaginaron tan pronto sentados en una mesa de negociaciones?

—Nosotros nos imaginábamos el primero de enero que si nos iba bien iba a sobrevivir un grupo, iba a poder mantener una guerra larga y obligar a negociar al gobierno ciertas condiciones, pero nunca nos vimos nosotros sentados en una mesa, mucho menos nos vimos tan rápido, a los cincuenta días del levantamiento. No lo vimos y por lo mismo no supimos qué hacer; tuvimos que renacer al EZLN y volverlo a definir y decir, bueno, aquí aparece otra fuerza y hay que tenerla en cuenta… no pasa ninguna de las dos cosas que previmos: o que nos hacían pedazos o que sobrevivíamos y quedaba perfectamente definida la vía armada. Nunca se nos ocurrió que no pasara ninguna cosa ni la otra. Desde entonces tuvimos que empezar a improvisar, a volver a definir nuestra estructura, nuestra toma de decisiones, todo eso, para abrir este espacio y poder encontrarnos. Es como tú, piensas que vas a llegar a un lugar y no llegas a ese lugar y empiezas a explorarlo por un lado y otro para encontrarte donde ahora estás. Eso es lo que ha hecho el EZNL.

—Esta conversación medio kafkiana, de un movimiento armado a un frente de características políticas y civiles ¿estaba ya preconcebida?

—No, de ninguna manera. Pensábamos que era posible mantener el EZ y eventualmente hacer relaciones con algunos grupos políticos, pero que para eso iba a pasar mucho tiempo. Nunca se nos ocurrió que pudiéramos transformarnos en estas condiciones a una fuerza política. Es algo que por lo menos estamos instruyendo apenas y lanzando iniciativas para ver qué medidas son respondidas por la sociedad. En los altos de Chiapas, Tzotzil quiere decir “Hombre Murciélago”. Y de una u otra forma es lo que hace el murciélago: hace camino, manda señales para un lado y otro y así va componiendo dentro de su cerebro un camino. Pero lo hace muy rápido, por supuesto. Eso es un poco lo que hace el EZLN: lanza señales para un lado y otro y donde van rebotando le van diciendo por donde va. En este caso está haciendo lo mismo para construir la organización política que queremos.

INDÍGENAS. La principal razón del EZLN.

—¿Como vez al presidente Zedillo, a él, como presidente, para llegar a un acuerdo de paz?

—La verdad no lo veo. O sea, no lo veo. Ni con voluntad ni sin voluntad: lo veo muy desdibujado. Parece conforme con esa imagen y probablemente sea la verdad. Él lo trata de explicar como el “fin del presidencialismo”. Pero hay cosas que le corresponden a él y que no asume. Por ejemplo, en el proceso de negociaciones es muy inestable. Parece que se va a llegar a un acuerdo y de pronto se endurece. Por qué si las señales son para llegar a acuerdos, por qué de pronto manda señales para retacharlos. La condena de Elorriaga, por ejemplo. Era para decirnos ‘no importa qué hagas, para nosotros eres un terrorista y en cuanto salgas te vamos a meter a la cárcel o te vamos a matar como un delincuente común, aunque nadie creyera que los zapatistas son delincuentes comunes.

“Yo pienso que Zedillo no acaba de asentarse; probablemente no lo van a dejar que se asiente como presidente, o sea que no le pueda imprimir a su sexenio, si es que lo termina, un sello y que su sello sea el que no tenga sello; o sea esta indefinición que ha provocado, entre otras cosas, el que muchas cosas se desaten adentro de ellos mismos. No es un proceso democratizador el que se esta desatando: es un proceso de ajustes internos, de cuentas internas. Y como decía alguien, “en política no hay vacíos”, se llenan. Y en este momento en que él no llena el espacio de la presidencia, alguien llega”.

¿Ves muchos hilos sueltos?

Te imaginas la desesperación de nosotros, porque para poder llegar a un acuerdo tienen que estar definidos los interlocutores: de la misma forma que si por el lado nuestro estuviera difuso, que fuera una guerrilla muy dispersa, que cada quien hiciera lo que quisiera. Nosotros estamos compactos; siempre respondemos unitariamente, pero del otro lado está muy difuso, no está definido el interlocutor y eso pone en riesgo el proceso de paz, porque no hay garantías de que se cumplan los acuerdos. Llegas a acuerdos sobre política económica, sobre política-política, sobre la democracia, sobre el aspecto electoral, el aspecto social y el aspecto militar. Pero si con el que estás hablando no tiene los hilos para responderte, no se puede. Tendrías que hacer muchas mesas: una con los militares, otra con el gabinete social, otra con el gabinete político…

—A pesar de que están ustedes en el diálogo se aprecia todavía mucha desconfianza en sus discursos…

Es que se lo han ganado. Todas las veces que hemos hecho un dialogo han contestado con una traición. El 9 de febrero (fecha en que el presidente Zedillo anunció que ya habían identificado a Marcos) 15 días antes habíamos hablado con el Secretario de Gobernación ¿quién nos garantiza que ahora que estamos muy bien no va a pasar otra cosa? Yo pienso que el gobierno se ha ganado a pulso toda la desconfianza que le tenemos no solo los zapatistas, sino todas las fuerzas políticas, indudablemente también producto de este va y viene o a lo mejor es de por sí su vocación de traición.

—¿Cómo valoras la confluencia que parece estarse dando entre el cardenismo histórico —como le ha llamado Adolfo Gilly— y el zapatismo representado por ustedes?

—Lo veo difícil y no por el lado nuestro, porque el cardenismo social, que es cierto que supera a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, va más allá. Tiene muchas expectativas de la vieja política, la política gestora, la que resuelve problemas de escuela, vivienda, salud de todo eso… y de la cuestión electoral. Y el cardenismo, actualmente, está muy cercano a la cuestión electoral y a la cuestión partidaria. Y el zapatismo no. El zapatismo concibe que la resolución de sus condiciones mínimas de vida son producto del trabajo de la comunidad. Durante muchos años hemos estado sin la ayuda gubernamental y tenemos que construir y resolver las cosas por nosotros con ayuda de proyectos productivos, etcétera. Concebimos sobre todo la política como una especie de encuentro, no como un espacio de competencia.

—¿No le ves futuro a esa confluencia? ¿No hay un sustento histórico que la haga posible?

—Mira, se dan estos acercamientos entre zapatismo y cardenismo, pero como el otro tiene ya una estructura, que es el PRD, y empieza a apretar y absorber naturalmente —porque una fuerza política por naturaleza te trata de absorber— y el zapatismo se resiste y tiene que acercarse y empujar a cada rato. Son estos deslindes que tenemos que hacer mutuamente. Es una relación muy difícil, con muchos subes y bajas. Y yo pienso — claro, yo soy zapatista— que el problema está en el cardenismo; que falta entender por ellos que están frente a una fuerza nueva, que tienen que reconocer su autonomía y su independencia, que pueden caminar junto con ella, no absorberla no obligarla a marchar atrás. Son dos años de esos encuentros y desgraciadamente siempre han sido con el cardenismo político, el del PRD, y no hemos tenido mucho contacto con el cardenismo social. De una y otra forma, en determinado nivel, compartimos: hay gente que es cardenista y que es zapatista, por ejemplo, o que es zapatista y es cardenista. Pero esto no alcanza a subir hasta mero arriba.

¿Cómo inició el pleito con (Porfirio) Muñoz Ledo?

—Se debe a que el PRD tiene un problema político de definición. Quiere ser de izquierda sin pagar los costos de ser de izquierda y quiere ser de derecha sin pagar los costos de ser de derecha, que es el proyecto político del centro: que no te acusen ni de derecha ni de izquierda y con ello obtener lo beneficios que buscas. Y no se puede, en política no se puede. Ganas una cosa y pierdes otra. De una y otra forma el acercamiento que tenía en el PRD con el EZLN y en concreto con Marcos, para Porfirio y para una secta, gente del partido, significa acercar al PRD a la izquierda y meter la imagen de un partido violento, radical. Entonces Porfirio empieza a atacar para tratar de deslindar, y a nosotros si nos atacan pues nos defendemos. El ataque más fuerte fue cuando nos acusó del fracaso electoral del PRD en Chiapas y nosotros no hicimos nada. Si nosotros hubiéramos llamado a no votar la votación que hubiera tenido hubiera sido ridícula.

—¿Crees que mejore la relación ahora que salga Muñoz Ledo?

Yo creo que cualquiera de los tres que quede nos va a ir mejor…

¿También si queda Heberto (Castillo)?

—Fíjate que nos critica mucho y todo, pero su papel en la Cocopa ha sido bueno, salvo cuando se salió. El tiene otra perspectiva de lo que es el movimiento; ve con mucho celo la imagen del EZLN, pero es comprensivo de la cuestión indígena, que es lo que mas nos importa a nosotros.

Entrevista publicada el 24 de julio de 2016 en la edición 704 del semanario Ríodoce.

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