Como dato curioso, el H. Ayuntamiento de Mazatlán fue el responsable de la publicación del Mazatlán Literario. Otro dato que puede ser de su interés, desde hace algunos años el investigador Sergio López, autor de El Ángela Peralta, del desahucio a la resurrección, ha venido pesquisando toda información sobre Francisco Gómez Flores, sin duda un vanguardista de nuestras letras en su momento, con el fin de sacar un libro con sus crónicas completas y comentarios biográficos. Aunque el dato está sin comprobar, al parecer Gómez Flores vivió en la esquina de Ángel Flores y Niños Héroes, donde hoy está un edificio ruinoso frente a la plazuela de Los Leones.
También la imprenta Retes se destacaría al editar importantes libros, como es el caso de Preludios, en 1903, primer poemario de Enrique González Martínez, médico tapatío que se establecería en Mocorito para luego emprender una gran carrera literaria y diplomática que lo llevaría a conocer diversos mares que nunca le harían olvidar al de Mazatlán, bautizado por él como La gran lágrima azul. Queda constancia de ello en un pasaje de su autobiografía llamada El Hombre del Búho (1944): Pero el mar, cuando lo evoco, es el mar de Mazatlán, el de las olas bravas, el de las rompientes rumorosas, el de los escollos empenachados de espumas, el mar en libertad, sin trabas, presidido por la alta verdura de los cerros y la luz piadosa de sus faros; el mar de iniciación, el primer mar.
Por toda esta historia de los orígenes de las letras en Mazatlán, sentí una gran satisfacción cuando, en 2009, Celene Guzmán, en su carácter de directora del Área Infantil de la Feria del Libro y las Artes (Feliart), irrumpió en mi oficina con entusiasmo y llave en mano, para decirme que había conseguido que la familia Llamas le prestara la finca de Constitución y Carnaval, ahí mismo, donde estuvieron los talleres de la imprenta Retes y El Correo de la Tarde, para darle independencia a las actividades para los niños.
Fuimos directo al sitio. Enmontado, sucio, en ruinas, pero con una atmósfera que nos llenaba de optimismo, aunque la carga de trabajo no era cosa fácil. Se habilitó el lugar, se crearon los talleres y un año más tarde surgió de ahí un periódico hecho y bautizado por los propios niños. Lo llamaron ¡Abracadabra, abrapalabra!
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “De El Correo de la Tarde a los niños de la Feliart”.
