Un increíble encuentro en la esquina de Juárez y Jesús G. Andrade

 
calles culiacán 1
Fui al paseo del Ángel y caminé las calles al revés de cómo las había caminado siempre, para empezar no en la noche sino por la tarde, con sol. Encontré detalles que no había percibido en sus calles; fue en la del poeta donde encontré algo que me llamó poderosamente la atención.
Empecé  desde el malecón, y encuentro una estrechez caótica pero al mismo tiempo romántica. El espacio que comprende del Teatro y el Centenario, resulta peligroso; considerando la poca educación vial de la mayoría de los culichis, te expones a ser arrollado.
En la Ángel Flores ya  llegué a los antros, seguí hacia la Hidalgo todavía en la estrecha avenida que invita a vivirla, caminarla, imaginé abrazando a una mujer dispuesta a beber una copa, y provocar la aventura. En eso pensaba cuando llegué a la calle Benito Juárez. En la esquina esperaban camión muchas personas, la voz de una señora llamó mi atención. Era una de esas voces de mujer muy sinaloense.
“Oye, Jacinta, ¿tú sabes dónde chingados vamos agarrar el camión? Pues aquí Queta, aquí están parando los del Mercado de Abastos. Que desmadre tráin los cabrones camioneros, y los tránsitos valiendo, comiendo morisqueta; andan nortiados, no saben ni qué ondas con el tráfico. Hasta cuando dejaremos de sufrir este desmadre. No, pues hasta que esté lista la Obregón. Mira, ahí viene el camión del Infonavit, voy aprovechar que tengo la tarde libre para ir a ver a la Cheva, pobrecita, hace tiempo que no la visito. Está bien, me la saludas”.
Doña Queta se quedó mirando hacia el oriente, esperando la llegada del Abastos. Yo también miraba, pero hacia el sur, todavía me faltaban unas cuadras para llegar hasta la Madero, ahí doblaría hacia el oriente para tomar una cheve con mi amigo Fray TKT en el hotel Executivo.
“Oiga ¿Usted es Leónidas?”, la pregunta me sorprendió, poca gente me reconoce con ese nombre. La verdad me sentí halagado. De inmediato imaginé que aquella señora algo de mí había leído… “Sí, señora, ese soy yo”, le dije un tanto cortado, por la sorpresa.
“Pues quiero decirle, que yo creo que usted no leyó bien lo que doña Dolores Alcaraz escribió sobre el poeta romántico de Sinaloa; ella dejó muy claro que Jesús G. Andrade fue más político que poeta, porque debe usted saber, que ella narró un enfrentamiento que tuvo con el mismísimo gobernador Cañedo, porque cuando el cacique Diego Redo compitió contra el luchador social José Ferrer, y digo contra, porque quiero que sepa que él, me refiero a Ferrer, tuvo mucho más pueblo que el cacique, porque Redo mantuvo mucho poder mientras don Porfirio Díaz fue presidente de México, porque luego que abandonó el país, todos los caciques que estaban protegidos por él se desmadejaron. Luego se dio la Revolución y con ella el desastre, la anarquía. Plutarco Elías Calles, intentando poner orden, formó el Partido Nacional Revolucionario; por cierto, abuelito de PRI, y claro, él fue el primero en gobernar el país. Yo creo que desde entonces se da esa maña, crear partidos para agarrar hueso, así lo han hecho muchos, como ahora López Obrador con MORENA y Cuen con el PAS”. La señora no paraba de hablar, hilaba una tras otra. Y yo esperando a ver cuándo aterrizaba con el poeta para hacerme ver mis disparates.
“Pero, fíjese nomás. Plutarco se convirtió en el Jefe Máximo, como Cuen ahora en la UAS. Pero aquél fue un bárbaro, mandó matar a quienes le estorbaban, tal fue el caso de los generales sinaloenses Ángel Flores y Francisco Serrano, y hasta a su mismo coterráneo se cargó; me refiero al General Álvaro Obregón, a quien por cierto, Jesús G. Andrade enfrentó. No, no ponga esa cara. Lo que pasa es que usted no leyó bien lo escrito por la Lolis, así la nombraba yo a mi maestra Dolores Alcaraz; ella fue mi amiga. Pero le decía. El poeta, una vez se topó con el Mocho Obregón, creo fue por la calle Ángel Flores, que en aquellos entonces se llamaba Del Comercio. El General andaba de gira presidencial, y en la mera esquina con Morelos, Jesús G. Andrade le espetó en su cara: ¡General, hoy las campanas doblan a gloria por usted. Mañana, doblaran a muerto! Y la sentencia se cumplió tres semanas después en el restaurante La Bombilla de la ciudad de México; fue acribillado por José de León Toral. Y al modo, Plutarco mandó enredar las investigaciones para echarle la culpa a gentes contrarias, pero el pópulo decía: ¿Ya saben quién mató al Mocho? ¡Cálles-se, amigo! Cuando la muerte de Colosio, ¿se acuerda señor Leónidas? La gente decía ¿Ya saben quién mató a Colosio? Está Pelón… pa´ saberlo. Era en referencia al pelón Salinas. ¿Sí se acuerda, no?” Intenté contestar, pero volvió con su perorata.
“Pero mejor le cuento de lo que pasará con Quirino, él no ganará, porque usted debe saber que la gente ya está harta del PRI…” Disculpe usted, doña Queta, le arrebaté la palabra, el que ahora gobierna el Estado no es del PRI…
“¡Oiga, de plano usted no sabe nada! Malova no es del PAN, ese siempre ha sido del…  Hay viene mi camión, con su permiso doña Queta…” Así me escapé, por suerte el urbano me dejó en Madero y Rubí.
Ni modo, esta vez fui atrapado por la euforia política que ya empieza apoderarse del ánimo popular. Prometo volver a las calles del centro histórico, o de cualquier otro punto de la ciudad donde la nostalgia me atrape.
www.leonidasalfarobedolla.com
 

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