Perlas de pepe

 

 

Cuando asesinan a Kennedy la tarde del 22 de noviembre de 1963, en el Dealey Plaza de Dallas, apenas teníamos idea de la convulsión mundial que nos correspondería presenciar. Con nuestros escasos ocho años en ristre, vivimos el dramático suceso sin sospechar que sería uno de los grandes misterios de nuestros tiempos y hoy, con conciencia de la perspectiva, solicitamos a quienes tengan en un futuro la oportunidad de saber qué pedo con todo ese asunto, nos lo hagan llegar por algún medio o médium, porque para entonces, de seguro ya no andaremos por acá. Pido, de igual manera, que se nos entere qué pasó con el caso Colosio, que va por el mismo rumbo, aunque haya uno de los tantos Aburtos encerrado en Almoloya. ¿Alguno de ustedes se acuerda de él?

Vuelvo al asunto. Esa tarde en que la radio se clavó en el asunto de Kennedy, que paralizó por completo a La Cruz y las mujeres lloraban a lágrima suelta porque habían asesinado a un presidente carita, esposo de una mujer que representaba la esencia de la belleza, la propiedad, el buen gusto, que luego quedaría en tela de juicio al casarse con Aristóteles Onassis, en un rudimentario tocadiscos bailaba un plato de acetato del que, por obra y gracia de una aguja de diamante, surgían las voces, las guitarras y las percusiones de cuatro irreverentes melenudos. Eran Los Beatles y los descubríamos y escuchábamos con asombro tres amigos: Jorge, que a la postre sería baterista de un grupo de rock en Culiacán, luego mecánico y después quién sabe qué cosas más porque le perdí la pista; Ruth, que se sumergiría en el mundo de la música hasta que no pudo más y acabó dándose un tiro en el mero corazón, y yo.

Ese 22 de noviembre de 1963 era día de duelo y no teníamos por qué estar escuchando esa música recién descubierta, que según los mayores parecía “pleito de perros y gatos”, pero lo cierto es que a nosotros nos interesó más escuchar a esos cuatro liverpulianos que nos sedujeron desde el primer momento, pese a nuestro total desconocimiento de su idioma, complejo del que nos liberó, años más tarde, la celebérrima Mafalda, de Quino, cuando dijo en una tira cómica, respondiendo al reclamo de Manolito por escuchar a Los Beatles sin saber lo que decían, que millones de personas aman en el mundo a los perros y hasta la fecha nadie sabe qué quiere decir guau.

 

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