Punto de Nostalgia: Crimen sin castigo

 

panteon san juan 1

A la memoria del Chanate y el Simoncillo. Ambos, hace tiempo están con Satanás, y es casi seguro, que de cuando en cuando le queman las patas.

A veces, cuando cae la tarde, me da por caminar por las calles de mi ciudad, aquella vez lo hice por la avenida Carranza. Al llegar a la calle Benito Juárez doble a la izquierda, iba entretenido leyendo las fachadas de la gran cantidad de Casas de cambio; el sol ya se despedía y al llegar al panteón San Juan, decidí entrar; me resulta interesante ver las tumbas y mausoleos que ahí existen, sin duda un lugar de historia; tiene obras que son testigo desde el siglo XIX.

Al salir ya oscurecía y me senté a descansar en la pequeña escalinata del cementerio; el olor de elotes cocidos me llevó hasta donde estaba un señor que los vendía, le pedí uno con chile, limón y sal; regresé a la escalinata a saborear mi delicioso manjar mientras paseaba la mirada  sobre las fachadas de la acera de enfrente; encontré una que me llevó a tiempos de antaño, fue una cantina-billar:“El Gato negro”, era de rompe y rasga, como corresponde a un barrio del pueblo que entonces era Culiacán.

Tenía piso rústico cubierto con aserrín, el olor a madera era opacado por el de cerveza rancia y orines que salía de los mingitorios; el área de cantina estaba equipada con mesas y sillas de madera con anuncios de Carta blanca, la del juego tenía tres mesas para billar y dos de carambola, sobre ellas cruzaban hilos de alambre con sus fichas de hueso que servían para llevar la contabilidad de los puntos.

En ese momento recordé una noche lejana de principios de noviembre; de pronto, dos empezaron a gritarse mentadas y a darse de golpes, uno de ellos recibió un bolazo en la frente y la sangre le nubló la vista,  tambaleante caminó hacia la salida, tropezó con una ringlera de cartones con envases, cayó, alguien le ayudó a levantarse y lo acompañó hasta la puerta.

Minutos más tarde, también el golpeador abandonó el lugar. El sonido se escuchó como un latigazo.

—¡Ya me desgraciaste cabrón… hijo de tu… El cuerpo cayó sobre la banqueta, el gorgoreo de la sangre en la garganta atrajo a dos que se encontraban cerca de la entrada, salieron para sorprenderse del que agonizaba.

El asesino ya doblaba la esquina, igual que el matón Pampero, con la diestra empuñaba la daga estilando sangre.

Uno de los parroquianos, con ojos de plato y pulso alterado, se acercó:

—Simón, ¿te chingó el Chanate?

Por respuesta el apuñalado dio un estirón y en su cara se dibujó una fea mueca, la mirada vidriosa y la falta de respiración confirmaron que ya era cadáver; los gritos de los parroquianos que salían a la estampida hicieron reaccionar al compasivo.

—¡Vámonos cabrón, el pedo está cabrón!

En la banqueta quedó el cadáver en la calle desolada. El dueño del lugar salió lento, echó una mirada al bulto, al mirar hacia la derecha se topó con un  policía.

—Don Marquitos —dijo con voz imperiosa—, todos fueron testigos de que el pleito fue aquí, afuera. Mire, tenga. El policía miró hacia un lado y otro, extendió la mano, y sin ver, se echó el rollo de billetes a la bolsa derecha del pantalón.

—Don Lupe, esto es grave y…

—Ayúdeme Marquitos, usted sabe que el ministerio nos puede chingar, y pues…

—¿Ya le hablaron? No. Esto acaba de pasar, mire, tiente, el cuerpo todavía está caliente. ¿Alguien vio como estuvo la cosa?

—Pues sí, don Marquitos, pero usted ya sabe, nadie quiere meterse en líos…

—Quíubas mi Lión, ¿qué hace aquí?

—¿Hé? ¿Chelocas?

—El mismo compa. ¿Sí supo cómo fue esa bronca? —Me dijo el Chelocas señalando hacia enfrente.

—¿Se refiere a la muerte de Simón? No. Yo recuerdo… oiga, ¿Pero usted cómo sabe que yo recordaba…

—Los dos fuimos testigos de cómo el Chanate le ensartó la daga al compa Simón. Usted debe acordarse mí Lión, éramos unos morros que nos metíamos a dar bola a los parroquianos; y lo que no veíamos nos lo contaban.

—Sí, lo recuerdo.

—Pero usted mi Lión, no sabe lo demás. Verá. Simón ya le pegaba al perico, le debía una lana al Chanate que era su proveedor; jugaron la cuenta en una ronda de billar, Simón ganó, pero el Chanate se rajó. De ahí se fueron a los  golpes, lo demás usted ya lo sabe. El Chanate se peló, y jamás lo volvimos a ver.

“La pobre de doña Remedios, con la ayuda de los vecinos, apenas pudo sepultar al Simón. Fue enterrado en el panteón civil, su tumba bajo un inmortal, tiene su nombre en una rústica cruz de madera.

“El agente del ministerio público, en contubernio con un juez, le cargaron la mano al dueño de la cantina; le sacaron una lista larga de faltas, pero todas fueron salvadas con la soberana mordida, y en tres días don Lupe abrió de nuevo las puertas del Gato negro. Así ha sido siempre,  mi Lión, y así seguirá siendo”.

—No, pus sí. Oiga mi Chelocas, pero que hace aquí en el panteón. No me vaya a salir con que aquí trabaja de velador.

—No mi Lión. Vine a visitar a unos parientes lejanos.

—¡Elotes, calientitos los elotes!

El grito me distrajo, fue un instante; cuando voltee a ver al Chelocas, ya no estaba. El ruido de una cadena me hizo mirar hacia la puerta del panteón; di un respingo cuando vi una silueta de un ánima Rulfiana que se perdía entre las tumbas; temblando me levanté y eché a caminar.

Al doblar hacia la Aldama, entre la oscuridad, el miedo me paralizó al ver, aquí nomas, un par de esqueletos que caminaban hacia mí… ¡Queremos haloween!  ¡Queremos haloween!

Dos jóvenes me clavaron sus miradas con muecas burlonas; soltaron la carcajada. No sé si por mi cara de espanto o… por mis pantalones orinados…

leonidasalfarobedolla.com

    

 

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