El cine mexicano perdió su fineza y alcanzó su máximo nivel de vulgaridad durante el sexenio de José López Portillo. Con la figura de Margarita, su hermana —conocida como la pésima musa— al frente de Radio, Televisión y Cinematografía, entró en una etapa decadente que aún nos proyecta en el extranjero como un pueblo alburero, borracho, tranza, inmoral, prostibulario, homofóbico y con el sexo como único propósito de vida. Estábamos mil veces mejor con sombrero de charro, pistola al cinto, un tequila, cantando Allá en el rancho grande y luego aceptar sumisamente, en la voz y ceja levantada de La Doña: “Yo seré una mujer más en tú vida, pero tú eres un hombre menos en la mía”.

Todo lo anterior sirve para decir que a finales de los 70, a los promotores de la cartelera se les ocurre decir que proyectarían Doña Flor y sus dos Maridos, la mejor película de ficheras hecha en Brasil.

Ese es uno de los engaños que más he agradecido en mi vida. La película resultó estar basada en la novela homónima del escritor brasileño Jorge Amado. Hola, señor Jorge Amado, mucho gusto, me encantó como convierte a un patán en ángel y a un buen hombre en piltrafa en la cama. Y qué decirle de Doña Florípides Guimaraes: usted me dejó con ganas de probar su exquisita sopa de tortuga, o de saborear el sublime platillo de una viuda joven, cuando pude leer completo el monólogo de Doña Flor, la de los pechos de aguacate, la del sexo con sabor a miel y pimienta.

De la inagotable varita mágica del ingenio de este brasileño nacido el 10 de agosto de 1912, para el que el término irreverente es pecata minuta, surgen una cantidad de personajes desprovistos de maniqueísmo, pero ataviados por un enorme amor por la vida.

En Amado el antihéroe es el ser que vale la pena, el que tiene la historia que le interesa.

Entré al cine engañado y salí fascinado, ansioso de conocer un nuevo autor. De plano, un refrendo del viejo dicho: “no hay mal que por bien no venga”.

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “El siempre amado Jorge Amado”.