Atilano Román ha sido asesinado y con él se va, quizá uno de los últimos líderes campesinos sinaloenses, que defendió la tierra sin otra tutela que no fuera la de su comunidad.
Hombre de campo, de habla pausada y trato suave, sencillo y carismático, de ideas claras y convicciones, fue atacado por un sicario en la cabina de radio de El Sol de Mazatlán cuando conducía su programa sabatino ¡Aquí es mi tierra!, ante la presencia de amigos y miembros de su familia. Entre ellos su hija, una pequeña de nueve años, orgullosa de su padre.
El asesinato del líder de las 800 familias que fueron desalojadas de los pueblos viejos para la construcción de la Presa Picachos, ocurre en un momento en que el movimiento de los comuneros se encontraba en la fase más institucional y más vinculada a actividades productivas.
Es por eso que el crimen no solo sacude, sino sorprende dentro y fuera del estado. Se le ve como parte de una ola de violencia brutal que recorre el país y que viene a perturbar una paz relativa que se vivía en Sinaloa y había metido bajo control la seguridad en el puerto de Mazatlán.
El pronunciamiento del gobernador de “¡Se quiere meter al estado en problemas!”, da cuenta de la evaluación que se hace en el gobierno y la situación se agrava con la desaparición de Antonio Gamboa Urías, director de la revista Nueva Prensa, que circula en el norte del estado.
Entonces, las preguntas que rondan entre observadores, es quién o quiénes estarían interesados en afectar a la familia Román Tirado, ya que también ha trascendido que días antes del ataque desapareció un sobrino y éste se encuentra en paradero desconocido.
¿Acaso Atilano denunciaría esa desaparición en su programa de radio y señalaría a quienes lo tienen en su poder? o ¿detrás de la desaparición del sobrino y la muerte del tío se encuentran los intereses de quienes quieren usufructuar la Presa Picachos?, o detrás de este nuevo crimen en Sinaloa, ¿hay razones que rebasan los límites hasta hablar de lo que se conoce como globalización del crimen, con un claro énfasis en los líderes sociales regionales?
Conociendo la actuación de Atilano, si tuviera información de quiénes secuestraron a su sobrino y ésta sirviera para su liberación, la iba a comentar ya sea en su programa radiofónico o dando una entrevista de prensa de las que acostumbraba en defensa de los bienes comunitarios.
Y es que ésto, como ha trascendido, de alguna manera lo había hecho una semana antes, cuando señaló intereses ajenos que quieren sacar beneficios del embalse en disputa con los llamados Picachos. Quizá ahí radica la principal línea de investigación.
Pero, también siguiendo el pronunciamiento del Gobernador, es probable que haya una mano invisible que busca extender la percepción de violencia agregando muertes de líderes sociales.
En Sinaloa, durante el mes de mayo pasado fueron asesinados Ramón Corrales Vega, un dirigente campesino de Choix qué encabezó la lucha contra la empresa minera Paradox Global Resources, porque ésta no quería cumplir con los compromisos pactados con el pueblo de Cajón de Cancio; está también el asesinato de Sandra Luz Hernández, madre que buscando a su hijo desaparecido, encontró la muerte.
Ahí están también las detenciones de José Manuel Mireles y varios liderazgos de los grupos de autodefensa michoacanas; la de Mario Luna, el vocero de la tribu yaqui de Vícam, que se opone a la construcción del Acueducto Independencia, y el asesinato brutal de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa.
Hay quienes, como Javier Sicilia, luchador de los derechos humanos y el padre Alejandro Solalinde, protector de migrantes, sostienen la tesis de que en el país hay dos tipos de violencia: una que proviene de las organizaciones criminales y han terminado en verdaderas masacres y la otra del gobierno federal.
A una se le llama “delitos del fuero común o federal” y a la otra, “violación de los derechos humanos”.
En esa lógica, la segunda violencia estaría destinada principalmente a este tipo de liderazgos locales que no se disciplinan al orden establecido, y entonces son perseguidos como si fueran un peligro para la estabilidad del país y la región.
Por eso hoy, el nombre de su programa radiofónico ¡Aquí es mi tierra!, suena como premonición o muerte anunciada.