El músculo de AMLO

 
amlo marcha
 
La gran marcha del domingo pasado en la Ciudad de México, convocada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en apoyo a la lucha magisterial, solo parece tener precedente a la del silencio que se celebró el 24 de abril de 2005, en contra del desafuero del entonces Jefe de Gobierno de la capital del país, llevando a revertir la iniciativa de Vicente Fox, y que no hace mucho, AMLO se lo reprochó a Francisco Frías Castro en Los Mochis, por haber sido uno de los escribanos de la argumentación jurídica fallida.
La columna fue impresionante y convocó a sectores diversos que están molestos por lo sucedido en Oaxaca, no porque todos estén a favor necesariamente del tabasqueño, sino porque esos y más están en contra de las políticas del gobierno federal y el de Oaxaca; es un tema que concita el apoyo popular, luego de los ocho asesinatos de Nochixtlán, y los más de cien heridos, más la gran cantidad de detenidos.
Los representantes de los partidos políticos deben estar en las instituciones, pero también en la calle, donde se hacen patentes las organizaciones sociales y sus demandas. Es una práctica que se ha perdido y parece no tener regreso en la política nacional. No hace mucho la izquierda sólo era inteligible por sus pronunciamientos de clase, como por el número de demandas que acompañaba a los trabajadores y ahora solo esporádicamente se ve una bandera partidista en una huelga o un movimiento para conservar derechos sociales.
Los políticos se han alejado de la calle para estar en la comodidad de sus despachos, teniendo una visión virtual del país, el estado o el municipio.
Y eso hace la diferencia con AMLO. A AMLO se le da la calle, los pueblos, las plazas. Es su hábitat político. No es casual que con mucho sea el político más conocido del país. Quizá por eso, AMLO le da otra dimensión a la política, recoge una tradición de lucha social y eso lo pone en las encuestas como el candidato presidencial a vencer en 2018. Y es que el malestar se ha extendido hacia arriba de la escalera social. No hay mexicano que no tenga o sienta un agravio con cargo al gobierno federal o el de sus estados.
Están los maestros, pero también ese mundo de jóvenes sin esperanza laboral. Los que cada día se las ingenian para sobrevivir en un mercado laboral excluyente. Las mujeres que están hartas de los feminicidios, de la violencia y la impunidad. De los políticos que se enriquecen con el dinero de las arcas públicas. De las pensiones y prestaciones millonarias de los ex Presidentes o los altos ingresos de los ministros y consejeros electorales, mientras a los trabajadores se les busca esquilmar sus ingresos. Reducirlo a paria.
Ahí están las encuestas de intención de voto, pero también los resultados electorales del 5 de junio, cuando los votantes, quizá sin saber bien a bien qué es lo que quieren cuándo le votan al PAN, sí saben lo que no quieren en los gobiernos estatales, como antes ocurrió con los panistas —y en alguna forma explica el regreso del PRI en Sinaloa y Oaxaca—, la gente se agarra de lo que puede ser alternativo al ladrón que mal gobierna en su municipio o estado. A un gesto de honestidad. A una mínima congruencia personal entre el decir y el hacer. Al facta non verba (hacer no decir) que tanto le gusta mencionar a nuestro querido pintor iconoclasta Roberto Pito Pérez.
Y AMLO además tiene el discurso correcto, el que gusta escucharse en épocas de crisis, de molestia social, es una suerte de salvavidas en el imaginario de la gente, en el hemisferio derecho del cerebro, el de las emociones y los sentimientos, por eso también el tabasqueño es un gran vendedor de esperanza. De hacer sentir que no todo está perdido. Que la solución radica en sacar a los ineptos y corruptos de Palacio Nacional, que lo alcance él y los mejores.
Aunque sabe que la política es el arte de lo posible, no de lo deseable y lo esperanzador, del discurso, en todo caso es uno de los caminos legítimos al poder, y eso, tengámoslo claro, es el otro ángulo del músculo del tabasqueño, su fortaleza y debilidad.
Al tiempo.

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