Hora feliz

La noticia de que habían detenido al jefe del cártel contrario prendió como pólvora. Y así se esparció. Pero más rápido la noticia de que en los bares de la ciudad había cerveza gratis para todos: por feis, guatsap, mensajes ese eme ese y llamadas telefónicas, avisaban, a todos, que en tal bar los dueños estaban de fiesta.
La noticia le llegó al jefe de la policía. Intrigado, nervioso y a la expectativa, ordenó a los comandantes que enviaran a los agentes a realizar un operativo especial en bares, teibols, cantinas, hoteles y moteles, restaurantes y aguajes. No quiero gente armada ni borlote ni que se salgan del guacal estos morros, ni pleitos ni desmadre en las calles. Pónganse abusados, no vaya a haber desmadre entre estos cabrones.
Los teléfonos temblaban, entre la fiesta, la convocatoria extendida y abierta y brutal, y los nervios. Los aparatos chillaban y chillaban. Raza, cheve gratis, hora feliz toda la tarde y toda la noche. Lléguenle, es en cualquier bar, en todos. Cabrones, estamos pisteando gratis, sin pedo. Acá, en Las Luisas. Hay banda y corridos enfermos, no se necesita lana.
Recreo interminable, ríos de cebada fermentada, bucanas de dieciocho incluido, botana al centro. Hora feliz de toda una tarde, de noche y madrugada. Dos por uno es poco. Tres, cuatro, cinco y todos los tragos que quepan en la panza de un puntero, que lleguen a la cabeza y goteen las orejas de los gatilleros, que inyecten de rojo los ojos de los comandantes de la mafia.
Los blacberri apurados, repiqueteaban. Bailes de mensaje tras mensaje en el celular sobre la mesa. Campanitas avisando de un nuevo texto en el feis y más llamadas y llamadas y llamadas. Todos sabían en la ciudad que los bares y restaurantes y cantinas estaban regalando la cerveza y los güisquis. Hay que festejar, decían. Vamos a amanecernos, sentenciaban. La ciudad es de ellos: nadie manda ni se mueve si no levantan ellos el dedo.
El jefe de la policía recibió los primeros reportes. Sin novedad mi jefe, le dijo uno de los oficiales enviados a recorrer las zonas en que los jóvenes y no tan jóvenes habían abarrotado para apagar las gargantas y ahogar las neuronas. Le informaron que había gente armada, pero todo tranquilo.
Los reporteros, enterados de la hora feliz extendida y la fiesta en los rincones etílicos, buscaron al jefe de la policía. Él se negó. No sé, no me he enterado. Pero vamos a investigar. Y ya no dijo más. Sabía que en esa ciudad unos fuegos se apagaban y otros se encendían a golpe de tragos de bucanas y tecate laic.
Y qué festejamos, preguntó un despistado que se había apurado a sentarse frente a la barra de Las Luisas. No sabes, pendejo. Todos se rieron. Cayó el jefe de los contrarios. Lo torcieron los marinos. Hay que festejar porque ahora sí se van a chingar esos chaputos.

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