El partido que todos llevamos dentro

 

FOTO: ARCHIVO/TOMAS MARTêNEZ/CUARTOSCURO.COM

El PRI es imprescindible en el México posterior a la Revolución. No se molestó en escribir la historia, mejor la dictó desde el poder ininterrumpido. Manipuló y contuvo a su antojo el desarrollo entero de tres generaciones de mexicanos que nacieron, crecieron y murieron, pero El Partido sobrevivió a fraudes, corrupción, matanzas, hierros y caudillos. Al Revolucionario Institucional lo han declarado muerto 1001 veces, las mismas que una y otra vez resurge de las cenizas.

Por 71 años el PRI cumplió con creces la razón básica de su creación: garantizar la continuidad legítima del régimen heredero de la Revolución, pasando la estafeta del poder entre la misma clase política; existiendo una limitación de tiempo, un sexenio por Presidente y como regalo de despedida nombrar al sucesor.

Como consecuencia de esas sucesiones presidenciales pacíficas, la democracia en México nunca cuajó de manera real. Siempre fue una democracia simulada: El brazo político del sistema, el PRI, ponía los candidatos, organizaba las elecciones, contaba los votos y repartía cargos públicos. Permitía la existencia de otros partidos y hasta la crítica, pero siempre con límites y si salía de cauce contaba con todos los instrumentos legales para reprimir.

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En contraparte, los gobiernos emanados del PRI nunca carecieron de méritos y logros, especialmente en los órdenes económico y social, con sus claros altibajos. Aun así, desde Lázaro Cárdenas hasta Ernesto Zedillo, al régimen político mexicano lo acompañó la mancha de la corrupción que lo fue invadiendo hasta pudrirlo por dentro.

El PRI fue, por 71 años, la pieza clave del Estado mexicano que era donde se concentraba todo el poder, el complemento del arreglo institucional donde el partido hegemónico solo estaba sujeto a la voluntad presidencial. Según Octavio Paz, México nunca fue un estado totalitario ni una dictadura, fue: “Trinidad secular, el Estado es el Capital, el Trabajo y el Partido”.

La visión de Plutarco

Plutarco Elías Calles es el orquestador de la gran reforma política que lo trascendería y que marcó la historia de todo un siglo. Construyó desde los cimientos el Partido Nacional Revolucionario —el PNR—, como el pacto mayúsculo por el cual los caudillos revolucionarios renunciaban por sí mismos a las ambiciones presidenciales, iniciando así la era de las instituciones.

“El PNR —dice Enrique Krauze— detendría la disgregación del grupo en el poder y lograría que la sucesión política se hiciera de modo pacífico”.

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Lo hizo además en un ambiente por demás adverso: acababan de asesinar a Álvaro Obregón, el caudillo indiscutible de la Revolución, y sus seguidores buscaban por todas las formas apropiarse del poder. Calles no se reelegiría como su amigo Obregón, pero eso no significaba que estaría dispuesto a perder el poder.

Calles se erige a sí mismo como el Jefe Máximo, nombra sucesores y dispone del poder. Crea las reglas básicas, pero Lázaro Cárdenas se encargará de afinar una elemental: el poder presidencial tiene caducidad.

Así, Cárdenas heredará a su amigo Manuel Ávila Camacho, éste al cachorro Miguel Alemán, que lo pasará a Adolfo Ruiz Cortines, y a su tocayo López Mateos…

La práctica pronto se bautizaría popularmente como el dedazo. No era necesario ganar la elección, bastaba con el señalamiento del Presidente en turno para entronarlo como el sucesor.

Desde la primera elección de aquel PNR en 1929, con Pascual Ortiz Rubio como candidato, el resultado fue cuestionado. El antecedente del PRI hacía los ensayos del fraude electoral que sacaría adelante después a Manuel Ávila Camacho en 1946 o a Carlos Salinas en 1988.

Años mozos: ganar-ganar

El cambio de Partido de la Revolución Mexicana a Partido Revolucionario Institucional, en 1946, no fue solo un cambio de nombre, se modificaron por completo los estatutos, se anularon conceptos esenciales, en conclusión se reescribió toda una narrativa con nuevos conceptos ideológicos y retóricos.

Algunas de las frases fundacionales del PNR y luego del PRM se borraron, se tacharon o se reescribieron.

Así —dice Pablo González Casanova— “(en) un solo día, todo cambió. El PRI abandonó el tema del extinto partido que pugnaba ‘por una Democracia de Trabajadores’ y lo sustituyó por otro que obedecía a la nueva retórica: ‘Democracia y Justicia Social’. El partido emergente dejó de preconizar la preparación del pueblo para el socialismo y propuso educarlo “para una democracia auténtica”. Borró la defensa de la ‘educación socialista’ en favor de una ‘educación avanzada y nacionalista’… El concepto de “lucha de clases” no fue aún eliminado: se transformó toda su dialéctica en una función del Estado”.

Durante casi dos décadas, en las presidencias de Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos y una parte de Gustavo Díaz Ordaz, se forjó el Estado autoritario y centralizado que lo abarcaba todo.

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Es en estos años que se consolida el Estado mexicano y donde se encuentran las explicaciones de la hegemonía del PRI durante décadas.

Octavio Paz así lo explicaría en 1985: “El PRI ha conservado el poder porque su gestión ha sido positiva en términos generales aunque no exenta de sombras, manchas y crímenes…En primer lugar ha dado estabilidad al país y, así, ha hecho posible su desarrollo (por más desigual y defectuoso que haya sido éste). Tampoco puede olvidarse que el PRI no ha implementado el terror ideológico como los regímenes comunistas…Y hay algo más decisivo: El PRI ha sido el gran canal de la movilidad social. Al mismo tiempo, ha inmovilizado nuestra vida política y no ha vacilado en usar la fuerza y la represión para conservar el poder”.

68, la crisis
El régimen que se ostentaba como heredero de la Revolución Mexicana hizo crisis en 1968. La matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de ese año, demostró que era insostenible desde mucho tiempo atrás las condiciones políticas del país.

La estabilidad estaba prendida de alfileres: en 1965 los médicos que reclamaban mejoras salariales en el hospital 20 de noviembre y fueron desalojados por el ejército; ese mismo año una célula guerrillera atacó el cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua; y en 1967 Genaro Vázquez y Lucio Cabañas formarían un grupo armado en Guerrero.

El movimiento estudiantil marcaría un antes y un después. El Estado no había advertido su alcance social y demostró la incapacidad del sistema para resolver por las vías institucionales el conflicto.

Salinato
Con todo, el PRI sobrevivió otros 20 años. Su nueva prueba se presentó en 1988 y el PRI la resolvió como en 1929 o 1940, con triquiñuelas fraudulentas.

En el colmo, el mismo candidato Carlos Salinas definía en su campaña el deseo del PRI: “Quiere elecciones limpias, transparentes y apegadas a la ley”.

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Carlos Salinas, como Miguel Alemán en su momento, integró a una nueva élite al poder. Si a la mitad del siglo Alemán se acompañó de universitarios desplazando a los generales, Salinas llevaría a los egresados de universidades extranjeras sustituyendo a los universitarios.

También intentó emular a Plutarco Elías Calles y conformó el Salinato. A la nueva crisis del PRI, Salinas respondió con una nueva reforma que implementaría su hijo político y a la postre heredero presidencial, Luis Donaldo Colosio.

Las crisis sucesivas del PRI y del régimen entero no hacían más que prolongar la muerte. Aun así, Carlos Salinas, igual que sus antecesores, nombraría a su sucesor, y con Ernesto Zedillo se pondría fin a la larga supremacía del PRI y su clase política en el poder.

Lo impensable sucedió: El PRI entregó en el 2000 el poder a su eterno rival, el PAN, aunque solo fuera en calidad de préstamo.

Artículo publicado el 1 de julio de 2018 en la edición 805 del semanario Ríodoce.

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