Secuestradores pidieron 3 mdp, aceptaron 22 mil; reciben pena de 56 años de prisión

JUICIO EN LOS MOCHIS. Sentencia ejemplar.

Un Juez refundió en prisión a dos secuestradores. Tuvieron el mismo grado de participación y culpa en el secuestro de uno de sus muchos vecinos del pueblo… y fueron sentenciados a 56 años de prisión.

La pena les quebró la tranquilidad y alegría que habían mostrado en diez días de juicio oral. “¡No estoy de acuerdo con lo que me acusan, soy inocente!”, espetó Demetrio Castillo Rentería, quien prácticamente estaría muerto en vida en el reclusorio, pues a sus 40 años de edad quizá ya no vería la libertad nunca más. Daniel Soto Bojórquez, su amigo y cómplice en el secuestro agravado de un estudiante y comerciante, se hundió en su silla. No habló ni exclamó nada cuando el juez de control y enjuiciamiento penal le dio la palabra por segunda ocasión en el desahogo del trámite.

En el juicio les removieron los recuerdos, tanto que, en ocasiones, entrecerraban los ojos, y cuando los tenían abiertos taladraban los monitores buscando a aquellos que deponían en su contra. Una y otra vez los buscaron, y una y otra vez no los alcanzaron.

En esos diez días de juicio, ellos estuvieron quietos, pues dos guardas procesales estaban a centímetros de sus espaldas. Pero sus pensamientos allí estaban.

Ninguna de sus dos víctimas, hijo y madre, se plantó frente a ellos. Ambas dijeron temer por sus vidas, y optaron por acogerse al resguardo de identidad y declarar a través de medios electrónicos. Sin embargo, uno de los dos acusados los conocía bien, tan bien, que años antes, su padre, era tan cercano que hasta le pedía prestado para sobrellevar el negocio de carbón. Aquel hombre que era el prestamista del barrio, resultaba también, padre del estudiante y comerciante, y esposo de la tendera, que durante 48 horas suplicó por la vida de su hijo y recibió, en respuesta, el apuro para que juntara el dinero que sería la llave por la que su vástago saliera del encierro forzado.

Por eso, Daniel Soto Bojórquez, llevaba por apodo “Carbonero”, por el oficio que desempeñaba. Y por eso, él también conocía al que años después sería su víctima, el estudiante y comerciante.

El muchacho testimonió que el 29 de noviembre del 2015, junto a un amigo fue privado de la libertad en la calle Jesús Cervantes Ahumada y José de Jesús Sánchez Camacho, en callejones de Guasavito por dos sujetos empistolados que se cubrían los rostros con pasamontañas y a quienes habían visto descender de un auto Ford, línea Gran Marquis, color azul.

A él le pusieron la pistola en la cabeza, lo inmovilizaron con esposas y lo condujeron hacia la petaca del auto; a su amigo lo golpearon y tiraron al piso, ordenándole que no se moviera.

Mientras su amigo se reponía del susto y buscaba una patrulla, a él se lo llevaron por un camino desconocido. Unos minutos después pararon, pero sólo para sacarlo, vendarle, encintarle la cabeza tapándole los ojos y volverlo a meter a la cajuela.

Mientras sus captores lo llevaban, él se sacudía como fardo atrás del auto, y así pudo aflojar la cinta sobre sus ojos.

Apenas lo sacaron y lo metieron a una habitación, escuchó una voz que reconocía, pero no sabía de dónde o quien era. Pasaron las horas y cuando la negociación comenzó, le pusieron al habla en un celular. Y allí lo vio. Era el “Carbonero”. Entonces la angustia creció, dijo, pues si lo descubrían que ya sabía quienes lo capturaron, estaría muerto.

En la línea telefónica, su madre rogó por su hijo, mendigó piedad, pidió clemencia y tiempo para juntar los 3 millones de pesos que su finado esposo les adeudaba a los captores.

Un día después, con la asistencia del grupo antisecuestros, la madre logró que aquellos desalmados aceptaran el abono de 22 mil 100 pesos, y la promesa de que días después debería de pagar el resto del rescate. La entrega se pactó a las afueras de Los Mochis y el secuestrado fue liberado en un dren del fraccionamiento Las Mañanitas.

Días después se acordó un pago, pero fue una trampa. En ella se atrapó a un adolescente, pero los plagiarios escaparon. Los investigadores terminaron ubicándolos.

Cinco años después del secuestro, el 28 de septiembre del 2020, Demetrio fue capturado y el 3 de septiembre del 2021 Daniel corrió la misma suerte. Un juez de control los vinculó a proceso, dictó la prisión preventiva oficiosa y tres meses para la investigación complementaria.

Los dos amigos se negaron a aceptar un juicio abreviado, aduciendo su inocencia, y determinaron irse a juicio oral que comenzó el 27 de febrero del 2023.

El 16 de marzo a las 12:50 horas, el juez de enjuiciamiento les quitó el velo de honradez sentenciándolo a 56 años de prisión. Aquello los llevó a su frase final ¡Soy inocente! antes de desaparecer en esa puerta café que conduce a las celdas, y de allí, a la cárcel.

Hijo y madre jamás se volvieron a parar en el juicio.

Artículo publicado el 19 de marzo de 2023 en la edición 1051 del semanario Ríodoce.

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